Amor de padre - Capítulo 2

36 10 14
                                    


Aquella noche ni mi hermano ni yo habíamos logrado conciliar el sueño. Incluso en la distancia, él en el faro y yo en el restaurante, compartíamos sueños, y en todos se repetía lo mismo: el enterrador nos abandonaba.

A la mañana siguiente tuve que hacer un enorme esfuerzo para no verter ni una lágrima cuando el autobús se puso en marcha y Rodrigo se despidió con la mano. Era tan grande que apenas cabía en el asiento, pero en ese entonces creí volver a ver al niño que quince años atrás había traído consigo la capitana Iruña. Parecía mentira que el tiempo hubiese pasado tan rápido.

Demasiado rápido.

Contemplamos su partida con melancolía, el uno junto al otro bajo la marquesina del autobús, y volvimos al faro en silencio, sumidos en nuestros propios pensamientos. Aquella despedida marcaba un antes y un después en la vida de Arturo, al que la compañía de Rodrigo había cambiado por completo. Había pasado de ser un pequeño monstruito que vivía aislado en un faro a un friki cuya vida giraba en torno a los videojuegos y a su mejor amigo. Pasaban tantas horas juntos que, aunque me duela admitirlo, parecían hermanos. Así pues, no era de sorprender que Arturo estuviese triste. Habían acordado seguir jugando en línea, pero no era lo mismo.

Me preocupaba lo que pudiera pasar con él a partir de entonces. Temía que volviese a encerrarse en sí mismo, con lo que ello conllevaba. Podía llegar a ser muy complicado tratar con Arturo si él no quería...

—¿Estarás bien? —le pregunté.

—¿A ti qué te parece?



Al llegar al faro descubrimos que mi padre estaba esperando a Arturo en la entrada, vestido con un ridículo chándal de color rojo y una gran sonrisa en la cara. Sonreía mucho. Demasiado para mi gusto, incluso.

Nos saludó en la distancia.

—¿Y eso? —me sorprendí, abriendo mucho los ojos tras las gafas. Era la primera vez que veía a papá con aquellas pintas y, sinceramente, resultaba un auténtico reto no reír—. Dios mío, no me digas que...

—Quiere que salgamos a hacer footing —respondió Arturo, disimulando un suspiro—. Le ha dado ahora por la vida sana, por lo visto.

—¿Papá hablando de vida sana? —No pude contenerme más y estallé en una escandalosa carcajada—. ¡Madre mía, lo que se hace por los hijos!

Sorprendido, Arturo me miró de reojo con sus tres ojos.

—¿Te crees que lo hace por mí? ¡Qué va! Lo que pasa es que dice que se ve "fofo".

—¿"Fofo"?

Mi hermano asintió con gravedad.

—Usó esa palabra, sí.

Volví a reír, y no dejé de hacerlo ni tan siquiera cuando padre e hijo entraron al faro para que el segundo se preparase. Por lo visto, papá le había comprado un chándal a juego con el suyo...

Me despedí de ellos deseándoles suerte, que después de años sin mover el culo iban a necesitarla, y volví al restaurante, donde la inminente partida de la Reina Negra se notaba. Las mesas estaban llenas de piratas que aprovechaban las últimas horas en tierra, lo que provocaba que mis hermanas volasen por los pasillos cargadas con bandejas. Y lo hacían con gran sincronización, todo hay que decirlo. Adriana dirigía el servicio con maestría, adoptando el papel que hasta entonces siempre había cumplido mi padre.

De hecho, era la primera vez que no lo veía al mando del restaurante. Su ausencia resultaba desconcertante, aunque comprensible. Arturo le necesitaba.

Y mientras que Adriana volaba de mesa en mesa, tomando comandas y trasladándolas a la cocina, Carol trabajaba a un paso algo más tranquilo, dedicándole sonrisas a los comensales más jóvenes. Como de costumbre, mi querida hermana llevaba un despampanante vestido negro ceñido que poco dejaba a la imaginación. Siempre le había gustado lucirse, pero con el paso de los años había ido a más. Ahora rara era la vez en la que no se la veía de punta en blanco.

NOIR - ¡Tres brujas!Where stories live. Discover now