El devorador de arte - capítulo 4

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Intercambié unos cuantos mensajes con Marcos antes de acordar llamarnos aquella misma tarde, a las siete. Había una importante diferencia horaria entre nuestros dos países, por lo que buscamos una alternativa intermedia para que a ambos nos fuese bien. Por otro lado, pedí a mi hermano y Rodrigo que estuviesen presentes. Tenía un mal presentimiento sobre la llamada, aunque no tenía claro respecto a qué. Marcos se había mostrado muy amable al responder a mis mensajes con tanta rapidez, y parecía contento de poder hablar conmigo. Imaginaba que estaba relacionado con la soledad que debía estar viviendo en su viaje, pero tampoco quería adelantarme. Marcos siempre había sido un tipo peculiar, quién sabía si no tendría algo más en mente.

A las seis y media dejé el restaurante para encaminarme al faro, en el otro extremo del pueblo. Construido sobre una base de cemento de color azabache, el edificio circular donde vivía mi hermano se hallaba en lo alto de un desfiladero, convirtiéndose así en el más alto de todo el Puerto. Estaba en muy buen estado, mis padres se habían encargado de pagar su remodelación cuando Arturo decidió mudarse siendo un adolescente, y desde entonces él mismo se había encargado de su mantenimiento.

Era una auténtica delicia.

Un escondite perfecto en el que había pasado muchos años de mi vida con Arturo y Rodrigo. Ya fuese jugando a las cartas, viendo películas o jugando a la consola, los tres formábamos parte de un mismo todo...

Resultaba vertiginoso pensar en cuánto había cambiado mi vida desde entonces. Arturo y Rodrigo seguían estancados, cada uno en su propia realidad, pero yo no era la misma de entonces. Aquellos siete años me habían cambiado por completo, transformándome en una versión más parecida a la que buscaba, aunque no exacta. Aún me quedaba mucho camino por recorrer. Sin embargo, solo podría hacerlo mientras me mantuviese alejada de aquel pueblo, por lo que no podía bajar la guardia. Volver al faro era reabrir una herida profundidad del pasado en la que fácilmente podría quedarme atrapada.



—¿Se ve bien así?

—¡Pues claro que se ve bien! Ya te he dicho que lo he hecho muchas veces.

Arturo había tenido una muy buena idea al conectar el teléfono a la pantalla para que los tres pudiésemos ver la escena en grande. No tenía claro qué era lo que iba a pasar, pero confiaba en que siete ojos lo verían mejor que dos. Eso sí, mi antiguo compañero solo me vería a mí. Mientras que la televisión podía duplicar la pantalla, la cámara seguía siendo la de mi móvil, lo que impediría pudiese sentirse espiado.

Encajé el teléfono en la base que me había dejado Arturo y la elevé para que quedase a la altura de mi rostro, después, tras una rápida comprobación de la hora en el reloj, volví la vista atrás. Acomodados en el sofá negro de mi hermano, y ya con la mirada fija en la pantalla de más de cincuenta pulgadas que colgaba en la pared, Arturo y Rodrigo aguardaban con entusiasmo el inicio de la llamada. Ya les había advertido que tenían que estar en completo silencio, y habían prometido intentarlo. Intentarlo, que no hacerlo. Por suerte, me bastaba. Eso sí, iban a tener que escuchar la conversación a través de los altavoces del móvil, así que debían concentrarse.

Respiré hondo, sintiéndome mucho más nerviosa de lo habitual, y aproveché los últimos minutos para recorrer la planta principal del faro. Mis padres la habían remodelado de tal modo que mi hermano tenía la cocina, la habitación y el salón integrados en un mismo espacio. Lo único que quedaba fuera era el baño, y por motivos evidentes.

Como decía mi querido hermano, aquel solitario enclave era un lugar perfecto para alguien como él: para un monstruo.

—¡Ya llama, ya llama! —advirtió Arturo—. ¡Cógelo!

NOIR - ¡Tres brujas!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora