2. El Omega que me pertenece.

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El departamento era diminuto y barato. Una cama, un baño, un microondas y una nevera era todo lo que Naruto necesitaba, no le importaba nada más. Las pocas cosas que había enviado estaban en unas cajas de cartón que comenzó a revisar. En el fondo de una buscó un sobre con expedientes y los puso sobre la cama, observando las cubiertas mientras se quitaba el saco y las botas. Luego abrió el de color verde oscuro, uno que ya se sabía de memoria, pero que contenía al menos diez fotos de Sasuke Uchiha. Cualquiera que observara le partía el corazón; sus ojos tristes, tez pálida y extrema delgadez eran cosas difíciles de soportar, sobre todo para él, siendo precisamente quien era. Con un último suspiro tomó todos los documentos confidenciales y después de guardarlos en un sobre grande de papel manila, desatornilló la ventilación y los escondió dentro, lejos de la vista de cualquier curioso.

La cita con Suigetsu la mañana siguiente le hizo saber que haría de todo en aquella mansión, desde trabajos de servidumbre hasta de guardia, al menos en el período de prueba, incluyendo una hora diaria de ejercicios. Para su fortuna, los alfas, al ser apreciados por sus capacidades superiores, siempre avanzaban más rápido que el resto y sabía que en pocos meses estaría en contacto, probablemente indirecto, con la misión que le habían encomendado. No era impaciente, y al menos en ese tiempo podía tenerlo a su lado. ¿Sería bueno ir a hablarle de cerca.? Recordando su estado, dudaba que Sasuke se acordara de él. Tal vez para el príncipe serpiente su encuentro no fué más que algo que contar, pero Naruto conocía la realidad de su historia. No era tan sencillo como hacerse a un lado. Sin Sasuke no podía vivir, tan simple como eso.

Cuando menos se dió cuenta estaba en un ala lejana de la mansión, detrás de un gimnasio. Allí había un taller de tatuajes. Cualquier miembro de la mafia debía marcar su piel con los símbolos de su facción. Cuervo para el Este, León para el Oeste, Dragón para el Norte y Serpiente para el Sur. Muchos de los perfiles de delincuentes que estudió venían con fotos de dichos tatuajes. La mayoría tenían la serpiente en alguna parte de su cuerpo, de esa manera fué como Naruto dedujo que todos los principiantes eran enviados con el hijo Omega de Fugaku, hasta que estaban listos para las grandes ligas. Le dejaban a Sasuke el trabajo sucio de entrenarlos, así como la vigilancia de los comercios menos prósperos que manejaban los Uchihas en aquella zona apartada de la ciudad, casi rural.

El papel del hijo menor no era más que el de un figurín para Fugaku, cuya única función real sería tratar de darle un heredero con el gen alfa a causa de que su primogénito Itachi fuera beta. Por eso lo habían obligado a contraer matrimonio con su tío, quien presumía de varios bastardos con el subgénero a pesar de la escasez del gen en la actualidad. Lo que Sasuke pudiera sentir... eso no era importante para ellos.

Naruto pensaba en eso mientras su piel era rayada con un gran reptil que comenzaba enrollado en su brazo y llegaba hasta un costado de su cuello, abriendo la boca y mostrando dos afilados colmillos. No le importaba tatuarse, y menos si era su marca. La llevaría como un recordatorio de su lazo.

El tatuador terminó bien tarde su trabajo, y ya al oscurecer, hambriento y desilucionado por no haberlo visto en todo el día, Naruto atravesó los pasillos de la mansión con rumbo a la salida y luego a su departamento, pero su andar se detuvo al encontrarlo en el jardín delantero en penumbras. Sasuke caminaba pesadamente con una botella de vino en la mano, la cual se empinó más de una vez durante el tiempo que lo observó en secreto.

—¿Por qué te destruyes así, mi Omega?— murmuró para sí, sintiendo el ya familiar dolor en su pecho, uno que lo había estado martirizando desde hacía tres años.

Con un poco de valor decidió acercarse, incluso sin saber que decir. ¿Cómo podía ser tan hermoso, aún en ese estado? El príncipe Uchiha sacudió su botella encontrándola vacía justo antes de que Naruto hablara, y luego miró a su alrededor hasta notarlo.

—Tráeme más vino— ordenó, totalmente ebrio, al igual que la noche anterior.

—¿No cree, señor, que ha bebido suficiente?— preguntó Naruto con un tono de voz más ronco del que quizo.

—¿Quién eres para decidir por mí?— inquirió Sasuke con severidad, apuntándole con la botella —¿No me escuchaste? Trae más. Sirve para algo, maldito alfa.

—Déjeme acompañarlo a su habitación— insistió —No es bueno para su salud todo ese alcohol en el cuerpo.

—¡¿Cómo te atreves?! ¡Estú... pido...!— hipó y luego se inclinó hacia adelante a causa del mareo.

—A la habitación, Sasuke— pronunció Naruto lentamente, con sus instintos a flote. Él pareció contrariado por un momento, pero luego se relajó visiblemente y se enderezó a medias.

—Estoy cansado...— murmuró, acercándose y permitiéndole ayudarlo a caminar. Naruto retuvo un suspiro cuando pudo sentir su estrecha cintura por debajo de la camisa de seda negra, mientras prácticamente cargaba con su peso.

—¿Quiere que mande a preparar un té para que duerma mejor?— preguntó, ya entrando a la mansión y pasando por delante de Suigetsu, quien frunció el ceño al ver su atrevimiento, pero Naruto lo ignoró como una mosca en la pared. Sasuke negó sin cuidado y ambos comenzaron a subir los escalones.

Al llegar a su habitación, el príncipe se arrojó a la cama bocabajo, a la vista del alfa. Naruto notó su ceño fruncido, su posición incómoda, y sin pensarlo dejó escapar un poco de sus feromonas. El casi dormido Sasuke relajó su semblante visiblemente y no se resistió cuando Naruto le quitó los zapatos y lo acomodó para cubrirlo con la frazada. Y aunque quería acercarse más, aunque iba en contra de todo lo racional para él como dominante, se alejó del Omega.

—Se siente... bien...— el balbuceo de Sasuke lo dejó inmóvil en la puerta por unos segundos antes de marchar tras cerrarla.

Muro de Cristal Where stories live. Discover now