14: La princesa que más lee

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Podría seguir la lista hasta llenar el diario, pero un arrebato de paranoia me detiene.

Estoy siendo precavida, pero... ¿Y si alguien leyera lo que he escrito? ¿No sería condenatorio? Mis pensamientos no deberían existir sobre papel, aunque este me ayude a organizarlos.

Así que quemo la página, y me quedo a observar como la llama de la vela la consume hasta que no quedan más que virutas grises.

Me reclino en la silla, todavía atestada de pensamientos que se acumulan como un peso sobre mis hombros.

La flama ilumina la portada del libro que me ha dado Elius. Me río por lo bajo. Israem se comporta como un animal, y Elius como alguien que no entiende de seres humanos. Comprendo por qué hasta parecen amigos.

Recuerdo las palabras de Isidora sobre eso que no tiene Elius. Mi tardía reacción es porque no podría importarme menos lo que tiene entre sus piernas, sin embargo, ahora que revivo esas palabras me surgen preguntas: ¿Por qué?

No es de mi incumbencia, pero... Israem no se siente intimidado por Elius, el mismo Elius dijo que el que yo lo pensara es abominable. ¿Será el rey responsable de la mutilación? ¿Sería el precio a pagar para convertirlo en su mano?

No tendría que importarme excepto porque es posible que esté por casarme con un hombre que mutila otros para no sentirse intimidado. Israem varias veces se ha expresado declarándome de su propiedad y, si tomo lo dicho por Elius como literal, él es más animal que un gripher. Es posible que para él no existan matices: yo soy suya. Entonces... ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su posesividad?

Me enternecería, pues el tío Antares quemaría el bosque congelado por defender a mi hermana Lyra. Pero he conocido otro tipo de posesividad, la del rey maldito que encerró a Lyra por tres años.

Y temo. Por primera vez desde que estoy en Jezrel, me permito estar asustada porque voy a casarme con un hombre que desconozco, y que podría ser mi verdugo.

Me limpio las lágrimas sin entender en qué momento han surgido, lo hago con rabia, con vergüenza de mi misma. Nadie me ha obligado a estar aquí, no tengo derecho a quejarme.

Abro el libro que me dejó Elius para distraerme de lo que siento. Empiezo a hojear sin retener ni una palabra de su texto somnífero, hasta que un detalle llama mi atención.

Al principio me genera una especie de molestia porque hay una mancha en el texto, sutil como una gota de café. Pero sigo pasando las páginas y advierto que no es la única, ni parecen gotas deliberadas. Es como si alguien hubiera empapado un pincel en café, y lo usara para resaltar una palabra cada ciertas páginas.

Tambores retumban en mi pecho mientras me apresuro a retomar mi diario y la pluma. Vuelvo a la primera página, donde una pequeña gota resalta solo dos letras: y, o.

"Yo."

Tomo nota y sigo pasando las hojas del libro hasta hallar el segundo manchón.

Desenfrenada, anoto también la nueva palabra resaltada.

"Sí"

He perdido el siguiente, pero estoy segura de que vi al menos uno más. Paso las páginas con frenesí, mis ojos radiando una y otra vez el texto todo lo veloz que pueden.

Hasta que aparece, y pego mi dedo de golpe a ella como si así pudiera evitar que se borrara.

La palabra es "hablo".

Me desplomo contra el respaldo de la silla y cierro el libro de golpe al no encontrar una palabra más.

¿"Yo sí hablo"?

Consorte [Saga Sinergia]Where stories live. Discover now