El escudo.

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Marta miraba el reloj de su muñeca con impaciencia sentada en el sillón de su despacho. Aún faltaban unos minutos para que acabase la jornada laboral y se le estaban haciendo eternos.

Últimamente le pasaba eso. Cada día en el trabajo se le hacía tedioso e interminable y si no fuera porque, de vez en cuando, pasaba por la tienda y la veía, aunque solo fuese un ratito, habría renunciado ya a su cargo en la empresa, habría cogido a Fina de la mano y se la habría llevado a algún lugar en la que pudiera besarla en público, y en privado también, sin que nadie se interpusiera, pero no podía. No debía.

En la última semana, había estado pensando mucho en ello, en sus deberes. En lo que debía hacer como parte del negocio familiar, en lo que debía hacer como hija, como hermana, como esposa...y había caído en la cuenta de que siempre eran obligaciones, jamás era por ella ni para ella. Parecía estar destinada a no tener más que eso. Nadie le había preguntado nunca que quería o qué necesitaba...nadie, hasta que llegó ella.

Fina no era un deber. Fina era su derecho. Su derecho a ser libre y feliz. Y se aferraba a ambos, porque ya no entendía su vida sin sentir que no estaba atada. Así se sentía en la habitación de aquel hotel, al que estaba deseando volver.

Miró de nuevo el reloj con nerviosísmo y, como si le estuviera leyendo el pensamiento, alguien llamó a la puerta tres veces.

- Adelante. - dijo llena de ilusión.

- Buenas tardes, Doña Marta ¿se puede?

No era Fina y el gesto de felicidad pasó a ser uno de decepción.

- Carmen. - contestó sin demasiado afán a su empleada, que aún esperaba en la puerta. - Claro, pasa y siéntate.

La morena caminó hacia la silla que le estaba ofreciendo su jefa y se sentó.

- Quería hablar con usted, un momento, de algo importante.

- Tú me dirás. - la invitó a hablar mientras volvía a mirar su muñeca.

- Quería hablarle de Fina. - contestó con seguridad.

- Carmen, si vienes a decirme otra vez que...

- Lo sé todo. - la interrumpió la andaluza.

Marta se tensó al instante. "No puede ser" pensó.

- ¿Cómo? - preguntó removiéndose en su asiento y colocando las manos, entrelazadas, sobre el escritorio.

- Sé lo que hay entre usted y Fina. - aseguró con seriedad ante la mirada aterrorizada de la de la Reina.

- No sé de qué me hablas, Carmen. - dijo mientras se levantaba llena de nervios hacia la mesa redonda que había en mitad de la estancia y se ponía a mirar unos papeles que había encima. Al verla, Carmen la imitó, levantándose de su silla y se puso tras ella.

- Sí, si lo sabe ¿Puede mirarme un minuto, por favor? - preguntó la empleada desde su posición.

A Marta le pareció, en ese momento, que el corazón se le saldría del pecho, las manos le temblaban y sentía que sus piernas no serían capaces de sostenerla. Aquello podría ser el fin de su vida, de la que había soñado tener y, aún peor, aquello podría ser el fin de la vida de Fina y, la sola idea de qué a ella le sucediese algo, la hizo estremecer.

- ¿Qué quieres, Carmen? - dijo mientras se giraba con la cabeza alta y la posición dominante que siempre había requerido su vida empresarial. - ¿Qué quieres para guardar silencio? ¿Dinero? ¿Quieres un ascenso? ¿Qué?

Carmen la miró con la confusión pintada en el rostro.

- Quiero que Fina sea feliz. - contestó con tranquilidad.

Marta parpadeó con rapidez llena de sorpresa.

- Mira...Marta...- tuteó. - A partir de este momento y hasta que yo salga por esa puerta. - dijo señalándola. - Voy a dejar de ser tu empleada y voy a hablarte de igual a igual, si te parece bien.

Marta asintió estupefacta.

- Bien. - suspiró.- Marta, Fina es mi mejor amiga, mi hermana y cuando ella sufre, yo sufro, porque eso es lo que hacen las amigas, ¿me comprendes? - explicó.

- Sí. - contestó tragando en seco.

- Fina es una de las mejores personas que he conocido en mi vida y no se merece que le pase nada malo - Marta agachó la mirada. - Por eso estoy aquí. - Volvió a mirarla confusa. - Para asegurarme de que esto que estáis haciendo no es un capricho para ti. Un entretenimiento que la dejará destrozada cuando te aburras. Estoy aquí para que me prometas que le darás todo el amor que se merece y que la vas a querer bien. Fina ha luchado toda su vida por ser quién es y lo hará el resto de su vida. Esta relación que tenéis, es peligrosa, mucho, y no va a ser fácil. Van a golpearos muchos problemas y no sé hasta qué punto estás dispuesta a pasar por todo eso. A no dejarla en la estacada. - la de la Reina frunció en ceño en señal de confusión. - Siento decirlo así, pero el dinero compra muchas cosas, incluso el silencio, pero ella no está en igualdad de condiciones y por nada del mundo quisiera que, lo que esté por venir, la deje en una posición de la que no vaya a poder salir. - a la morena le brillaban los ojos de emoción.

Marta la miraba con asombro. Aquella mujer, estaba allí para proteger a su amiga. No quería nada, solo su felicidad.

- Te prometo que la voy a proteger con mi vida, Carmen. - dijo llevándose la mano al pecho con los ojos rebosantes.

- Eso espero. - contestó limpiándose una lágrima que ya caía por su mejilla.

Se sonrieron emocionadas.

- Me voy a la tienda, que tengo que cerrar. - concluyó moviéndose hacia la puerta antes la atenta mirada de Marta. - Una cosa más. - dijo volviendo a mirarla.

- Tú dirás.

- Fina no está sola y, a partir de ahora, tú tampoco. Si la quieres como parece que lo haces, a partir de ahora, eres parte de mi familia y aquí me vas a tener para lo que necesites...para lo que necesitéis las dos.

Aquellas palabras, que desde fuera parecían tan simples, hicieron que a Marta le diera un vuelco el corazón y los ojos terminaron por desbordársele.

- Gracias. - susurró limpiándose las lágrimas.

Las dos mujeres se miraron con emoción y, sin hablar, se fundieron en un abrazo.

En ese momento, alguien más llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta.

- Uy. - dijo Fina al encontrarse la escena, haciendo que se separaran. - ¿Ha pasado algo? ¿Estáis bien? - dijo llena de preocupación.

- Sí, sí, todo bien. - contestó Carmen mientras las dos se limpiaban las lágrimas y reían nerviosas. - Si me disculpa, Doña Marta, voy a cerrar la tienda.

- Sí, claro, ve. - contestó Marta sonriendo.

- ¡Ah! Y mañana abro yo, Fina. - dijo justo cuando iba a salir por la puerta. - Por si, por lo que sea, llegas tarde. - y le guiñó un ojo antes de marcharse cerrando la puerta tras de sí.

Fina se giró a mirar a Marta, que sonreía aún con la emoción en los ojos.

- ¿Se puede saber qué ha pasado aquí? - preguntó acercándose a la rubia y limpiándole una lágrima que caía por su rostro.

- Nada, cariño, que tenemos mucha suerte. - aseguró abrazándola por la cintura y dejándole un beso tierno en los labios. - Te he echado de menos. - susurró con los ojos cerrados con su frente pegada a la de Fina.

- Y yo a ti, mi amor.

La lucha lo es menos si tienes un buen escudo.

Todos los ojalá.Where stories live. Discover now