Siempre.

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Marta caminaba rápido por la colonia. Sus pasos retumbaban en el empedrado de sus calles rítmicamente. La noche hacía el camino solitario, pero así era mejor. No quería hablar con nadie más. No quería ver a nadie que no fuese ella.

Sabía que no estaba bien lo que estaba por hacer. Fina le había dejado muy claro que no quería ser su amiga ni que fuera su apoyo ni que la tocara o la mirase más allá de lo que el trabajo requería, pero después de lo que había escuchado en la cocina de su casa, no podía dejarlo estar.

Digna e Isidro hablaban de Fina. Ella no quería escuchar, no era la clase de persona que se queda tras la puerta para enterarse de asuntos que no la conciernen, pero escuchó su nombre y no pudo irse.

Isidro le decía lleno de ilusión a Digna que estaba confirmado. Fina por fin se había enamorado de verdad. Cuando Marta escuchó aquello, el corazón se le paralizó y una sonrisa se le escapó sin querer. Por un momento, solo un momento, Marta pensó que quizás...pero no. Isidro hablaba de Gaspar. Él había visto con sus propios ojos como se besaban en la cantina.

Sí alguien hubiese estado viendo a Marta en ese momento, podría haber jurado que era el mismísimo rostro de la confusión.

-¿Gaspar? - susurró para sí con los ojos nerviosos y el ceño fruncido.

Isidro hablaba de las virtudes y bondades del mesero y de lo feliz que él estaba, porque, por fin, su Fina iba a sentar la cabeza y a darle los nietos con lo que siempre soñaron él y su difunta esposa. Y a Marta de la Reina se le llenó el estómago de dolor, de dolor por la felicidad de Fina, por su futuro, por su vida.

Digna no parecía muy convencida de todo lo que el chófer le estaba contando, pero Marta no se quedó para oír el final de la conversación. Necesitaba salir de allí. Necesitaba hablar con ella.

Cuando llegó a la puerta de la habitación de Fina se quedó unos segundos mirando la madera. Levantó el brazo con intención de llamar y la bajó de nuevo. Respiró hondo y cerró los ojos mientras se tocaba con nerviosismo la falda de su traje, intentando quitar unas arrugas imaginarias. Volvió a levantar el brazo, soltó todo el aire de sus pulmones y tocó suavemente la puerta con los nudillos tres veces.

- Un momento. - se escuchó desde el interior de la habitación y, de repente, pensó que aquello había sido una idea terrible.

La puerta se abrió de golpe y movió el pelo de Fina. Lo llevaba suelto. A Marta le gustaba mucho cuando lo llevaba así. Enmarcaba su cara y la hacía más hermosa, si eso era posible.

- Hola. - acertó a decir la de la Reina, que tragó en seco intentando recuperar la compostura.

- Hola. - parecía sorprendida de verla y no era de extrañar.

- ¿Están Claudia y Carmen aquí? - preguntó apretando la mandíbula.

- No. - dijo con nerviosismo mirando al interior de la habitación mientras sujetaba con fuerza la puerta con la mano izquierda. - Se han ido al cine ¿Ha pasado algo en la tienda? - se preocupó.

- Eh...no, no...en la tienda...no...todo está bien en la tienda. - no era capaz de hablar con claridad. - ¿Puedo...puedo pasar? - preguntó tocándose la nuca.

- No creo que sea buena idea, Doña Marta. - contesto con seriedad.

Aquel "Doña Marta" le dolió. Le habían dolido todos los que Fina había dicho desde que se encontraron en la cocina de los de la Reina. Marcaba, con una palabra, una distancia insoportable.

- Por favor, Fina. - susurró con los ojos suplicantes. - Necesito decirte algo y me no te molestaré más. Lo prometo.

Fina la observaba con algo en la mirada que no era capaz de descifrar. Después de unos segundos de silencio, Fina se apartó de la puerta y Marta entró hasta la mitad de la estancia.

Todos los ojalá.Where stories live. Discover now