El secreto.

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Fina siempre había sido una niña feliz. A pesar de todas las dificultades por las que su padre y ella tuvieron que pasar cuando su madre murió, había tenido una buena infancia.

Creció rodeada de riquezas que no le pertenecían, pero eso jamás le importó. Tenía a su padre, a Digna y a todas las personas que trabajaban en la casa de los de la Reina y para ella, eso era todo lo que necesitaba. Una vida sencilla, pero llena de amor y de comprensión.

Querer le era tan natural como caminar o respirar. Ella se movía bien por aquel sentimiento. Fina Valero amaba a quienes la rodeaban, a quien lo merecía. Por eso no le extrañó ni un poco la primera vez que pensó que la quería, aunque apenas se hubieran relacionado hasta entonces.

Tenía unos doce años, estaba sentada en uno de los bancos que había en el jardín de los de la Reina, esperando a su padre. Estaba llena de ilusión, porque le había prometido pasar el día con ella en Madrid. Escuchó unas voces tras de sí y, al girarse, vio a la señorita Marta y al señorito Jesús, enzarzados en una gran pelea, no era algo extraño verlos así. Siempre estaban a la gresca y Fina volvió a girarse para que no la pillaran mirando aquel espectáculo.

Cuando cesaron los gritos, sintió unos pasos airados que se acercaban al lugar en el que ella esperaba y antes de poder girarse para ver qué pasaba, la escuchó hablar.

- Buenos días, Fina. - dijo con el enfado tatuado en la voz. - ¿Me puedo sentar aquí?

La pregunta le hizo gracia a la niña, aquella era su casa, no tenía que preguntar nada, pero lo hizo. Marta de la Reina siempre había sido amable con ellos, no como su hermano Jesús.

- Sí, claro, señorita Marta. - se apresuró a contestar señalando la parte del banco a su lado. - Por favor, siéntese.

Marta de la Reina era una muchacha algo mayor que ella. Pocas habían sido las veces que las dos jóvenes habían interactuado hasta aquel momento. A Fina siempre le había parecido una persona hermosa. Tan alta, tan guapa, con esos ojos azules enormes y ese pelo perfecto y rubio.

Cayó en la cuenta de que llevaba un rato demasiado largo mirándola y se avergonzó, aunque la señorita Marta no pareció darse cuenta. Estaba demasiado ofuscada como para reparar en ella.

- ¿Se encuentra bien? - preguntó Fina.

No quería meterse en la vida de la señorita, pero no pudo evitar preocuparse al verla así. Al escucharla, Marta la miró y le regaló una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

- Sí, tranquila, Fina. Estoy bien. - suspiró. - Es solo que...mi hermano me saca de mis casillas a veces.

- Supongo que es normal entre hermanos. - dijo la niña intentando consolarla de alguna manera.

- Sí. - la miró directamente a los ojos y volvió a sonreír y Fina sintió una punzada en mitad del pecho. - Supongo que sí.

- ¿Sabe? Sí yo tuviera un hermano como el señorito Jesús, también estaría todo el día enfadada con él. - concluyó llena de inocencia y naturalidad.

Marta comenzó a reír con ganas y a Fina, aquel sonido y la manera en la que los ojos le brillaban en ese momento, le hicieron sonrojar y sintió como si el estómago se le llenará de millones de mariposas que volaban descontroladas.

- Seguro que sí. - le contestó cuando paró de reír. Se acercó un poco más a ella y le susurró. - Es insoportable.

Fina soltó una pequeña risa y Marta se quedó sonriendo mirando al frente. Ya no parecía enfadada. Fina se sintió tan orgullosa de haber sido la responsable de cambiarle el humor, que comenzó a sonreír también y a jugar con los pies en la tierra que tenía bajo ellos, mientras miraba el suelo.

Todos los ojalá.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora