12: El cuarto de la reina

Start from the beginning
                                    

—¿En serio no entiendes que nadie quiere oírte? Hasta al rey atormentas, maldición.

Inspiro tanto como puedo para serenarme. Sus comentarios me importan poco, pero el hecho de que salgan de su boca con tal impunidad me generan una gastritis de odio.

—Yo me callo, no se preocupe, pero por favor, solo deme un instante de su tiempo para explicar...

—¡Que te calles, ridícula! Cállate, y observa.

Calma, me pido. Las mariposas han parado de ser una metáfora para sentirse reales en mi estómago, pero no es algo que pueda relacionar al enamoramiento, son criaturas dentadas que consumen mis órganos y alimentan mi ira.

—Sir... —Intento controlar mis palabras, lo que hace que pasen tensas entre mis dientes—. No estaré aquí toda la vida. Hágase un favor y retírese. Hágalo, y prometo no recordar su rostro.

—¿Quién se cree, princesita? —El hombre se arrastra hasta los barrones de mi celda y pega su pelvis tanto como para que la protuberancia en sus pantalones resalte de mi lado—. El rey no la respeta, la encerró aquí a que se pudra. Se la cogerá, le destrozará la matriz, y luego de que le dé el hijo que quiere volverá aquí, para que yo pueda hacerle lo que me está rogando desde el día en que pisó esta prisión.

Camino hasta la reja y me pego tanto a ella como para considerar el impulso de escupirle en la cara.

—Entre aquí, entonces —espeto—. Hágame lo que desea. Yo solo seré la puta del rey, ¿no? Mi palabra contra la suya no valdrá de nada.

—No soy tan imbécil.

—¿No? Lo siento, parece que me he vuelto a equivocar.

Me siento en el suelo y flexiono mis rodillas a medida que voy abriendo mis piernas. La falda lo cubre todo, pero poco a poco la voy levantando para darle un vistazo a mi ropa íntima.

—Para...

—Deténgame.

El hombre va a la entrada de la prisión y abre la puerta solo un momento para decir:

—No entren, sin importar lo que escuchen.

"Gracias", puede leerse en mis labios apenas él abre mi celda.

Sus ojos están enajenados por el hambre que hasta ahora había podido mantener dormida. No hay cabida para la compasión en esa putrefacta expresión en su rostro.

Me empuja contra la pared de piedra y mi cabeza rebota en ella. Sé que mi cuello ya debe estar fuera de peligro a estas alturas, pero el dolor que me embarga me dice que los puntos de sutura han vuelto a soltarse.

Transpira de anticipación al desenvainar su espada, y lo siguiente que escucho es el crujir de mi vestido al rasgarse.

—Si el rey no puede enseñarte modales, yo lo haré por él. Aprenderás a ser una mujer con un hombre de verdad.

—Gracias —repito, para su desconcierto.

—¿Tan ansiosa estabas?

—No imaginas cuánto.

Mis dedos buscan su cinturón, donde veo la vaina de una daga. Pero antes de que pueda alcanzarla, él me golpea en el estómago. El aire se escapa de mis pulmones provocando que me tambalee.

Pero no me quedo a lamentarme. Aprovecho el terreno que me permite ganar el dolor y me lanzo hacia él. Mi mano se cierra alrededor de su muñeca, y aplico la maniobra que aprendí en los campos de entrenamiento de la guardia de Deneb, doblándola mientras hago presión en un punto específico hasta que siento cómo sus dedos se aflojan, dejando caer la espada al suelo con un estruendo metálico.

Consorte [Saga Sinergia]Where stories live. Discover now