Asentí con la cabeza, me levanté del sofá y caminé hacia el baño de la planta baja con Dion siguiéndome por detrás. Escuché un leve maullido a unos metros de distancia y supuse que Mutante también venía con nosotros. Abrí el pequeño armario de pared en que guardábamos todo lo referente a la medicina y dejé que el futuro pediatra escogiera lo necesario para curarle la herida a mi hermano: gasas, agua oxigenada, Betadine y no sé qué rayos más.
   Pensaba que íbamos a ir directos al salón, donde Ten contaba lo ocurrido en el polideportivo y adornaba con florituras la historia, diciendo que si había golpeado a Marcos y lo había puesto contra la pared y más inventos que no podían asemejarse menos a la realidad; sin embargo, antes de salir del baño, Dion me obligó a sentarme en la taza del váter. Se acuclilló para estar a mi altura, entrecerró los ojos para examinar mi rostro y después agarró una gasa que empapó con un poco de agua oxigenada.

   —¿Qué haces? —pregunté con el ceño fruncido—. Te recuerdo que mi hermano tiene abierta la cabeza.

   Dion arqueó una ceja y me miró con sorna para después apoyar un dedo sobre la comisura de mi labio y apretarla lo más fuerte posible. Solté un gemido de dolor que lo hizo sonreír.

   —Te recuerdo que tú también te has metido en líos —se mofó. Acercó con suavidad la gasa a mi labio y dio suaves toques para limpiar la herida.

   En los doramas que Ten y yo veíamos –sobre todo yo, y no precisamente sobre gente heterosexual–, los que curaban las heridas usaban bastoncillos y no gasas. Y después llegaba el esperado beso… ¡Yo quería un maldito bastoncillo rodando suavemente sobre mi labio partido! ¿Y qué demonios? También quería el beso final.
   Habría sido un buen regalo de cumpleaños por parte de Dion, la verdad. Pero precisamente porque estamos hablando de ese mafioso cascarrabias, sabía que no iba a ocurrir.

   —No tiene mala pinta —susurró. Estaba demasiado cerca y mi corazón me estaba enviando señales en forma de rápidas palpitaciones. Eso no iba a acabar bien—, pero seguramente te salga un moratón además de ese corte. El ojo se te hinchará un poco, no te preocupes si mañana ves parcialmente o tu lagrimal se llena de lágrimas. —Acarició la zona golpeada del ojo como si fuera una pluma delicada a punto de romperse con el más mínimo soplo de aire—. Tendrás que ponerte hielo en la zona, así se te curará más rápido. El frío es bueno para los golpes.

   Me levanté de una forma tan apresurada, que Dion no tuvo tiempo de reaccionar y cayó de culo al suelo. Intenté no reírme, pero no pude evitar que una carcajada se escapara de mi boca. Después la tapé con ambas manos, como si hubiera cometido un crimen que no podía volver a repetirse.

   —Eso ha sido mi trasero, ¿lo sabías?
   —Dios me odia —comenté—. No me faltaba con ser miope y tener astigmatismo. Ahora encima mi hermano me pega un puñetazo y mi visión se va a malograr por unos días. ¡Y tengo rasgos asiáticos, joder! ¡Que no puedo abrir los ojos tanto!
   —¿Eres cristiano creyente? —me preguntó Dion con curiosidad.

   La verdad es que me chocó bastante el hecho de que no se riera con mi último comentario en referencia a mis orígenes y mis ojos medio achinados.
   Lo fulminé con la mirada. Y juro que, si las miradas matasen, ya lo habría enterrado y mandado de cabeza al puto infierno.

   —No. Soy agnóstico. Por eso Dios me odia, porque no creo en él como en un ser omnipotente y todopoderoso. Pongo su existencia en entredicho y no puedo decirte que lo siento por ello —contesté con seriedad. Resoplé con fuerza por la nariz y puse mis brazos en jarras—. Pero no menciones la religión cuando estés con mi familia al completo. Tenemos desde budistas hasta judíos, y por el momento nos respetamos con nuestras respectivas formas de pensar. De hecho, mi hermano cree fielmente en los dioses griegos, ¿sabes?

Simon diceWhere stories live. Discover now