Capítulo XIII

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Estaba sentado en mi asiento cuando una interminable pila de libros cayó con fuerza sobre la mesa, consiguiendo llamar la atención de todos los que estaban en la cafetería almorzando. Neri se dejó caer en la silla, resoplando con cansancio, y me robó la botella de agua para darle un trago. No me enfrenté a ella por eso, temeroso de que me enterrara con su mirada fulminante. Sobre todo, porque cuando estaba agotada, su mal carácter se disparaba por encima las nubes. Era tan feroz como mi madre.
   Me miró con sus ojos color esmeralda, analizándome y juzgándome en silencio, mientras yo le daba un mordisco a la manzana que tenía para comer.  Después, deslizó uno de los libros por encima de la mesa hasta que este llegó a mi altura. Le eché un vistazo al título de la portada y, después, alcé la mirada para contemplarla con las cejar arqueadas.

   —¿Bajo la misma estrella? —le cuestioné, incrédulo—. Pensaba que tú no leías novelas románticas.
   —Y así es. Yo no leo historias románticas. Eso sigue siendo un hecho —puntualizó, alzando el dedo índice—. Es para ti.
   —¿Para mí?
   —Para que ahogues tus penas por no lograr convencer a Dion de que se case contigo en un futuro próximo —dijo, asintiendo con la cabeza—. Dicen que el romance y el chocolate son el mejor aliado.
   —Mi mejor aliado son las patatas fritas y las películas de terror que me provocan sudores nocturnos —respondí.
   —Quizá ahí encuentres algo que te ayude a conquistar a tu Príncipe Azul —la respaldó Kéven, apareciendo por detrás de mí con más libros entre manos—. En este caso: Príncipe de la Muerte. Pero da lo mismo.

   Bufé, poniendo los ojos en blanco.

   —¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Ponerme unas gafas de sol, interpretar al personaje de Isaac e ir a tirar huevos a su casa? —me crucé de brazos y fruncí el ceño, mientras ellos me miraban con expresión de asombro—. Me leí ese libro hace cinco años y vi la película en coreano, inglés y castellano. Sé de qué va la cosa.
   —Sorprendente —aseguró Kéven.
   —Pero era de esperar —terminó la morena, mientras sacaba una bolsa de galletas de dinosaurios del bolsillo de su sudadera y la abría—. Prueba con este otro.

   Agarró uno de los libros que había en el montón de Kéven y me lo lanzó para después relamerse los dedos.

   —No sé en qué me puede ayudar Crepúsculo —gruñí.
   —Compartes similitudes con Bella —me examinó el muchacho—. Ambos necesitáis de un Ángel de la Muerte para sobrevivir. Aunque, en realidad, ese lo he cogido para leerlo yo.
   —¡Oye! Yo no necesito a ese ogro gruñón para seguir con mi vida —le rebatí, frunciendo el ceño—. Los seres de Mordor que se queden en Mordor.

      Escuché a alguien carraspear a mis espaldas. Tragué saliva con fuerza y me giré lentamente, topándome con Waldo, quien me observaba desde arriba con una sonrisa en la boca. Respiré aliviado al saber que no se trataba de Dion esa vez.
   Sustos que dan gusto.

   —Estamos hablando de El Señor de los Anillos —traté de restarle importancia, con una fingida sonrisa de niño inocente.
   —Y de Crepúsculo —añadió Kéven, ganándose una fulminante mirada de mi parte.

   El chico de pelo rizado se carcajeó y tomó asiento en la silla que había vacía a mi lado. Lo seguí con la mirada, sin perderlo de vista, creyendo firmemente que ese muchacho estaba loco demente. Si su amigo lo veía hablando conmigo, estaba muerto. Y no es que tuviera muchas ganas de jugar al “Where’s Wally?” con el cadáver de Waldo.

   —Simon —comenzó a hablar—, te necesito.

   Neri mordió su labio inferior para ocultar una sonrisa, mientras Kéven no se tomó ni la molestia de esconderla.

   —¿A mí? ¿Mi ayuda? ¿Seguro que no estás buscando a otro Simon?
   —Me he percatado de que has dejado de perseguir a Dion. Me gustaría que siguieras insistiendo con él —dijo con claridad, sin ningún tapujo.

Simon diceWhere stories live. Discover now