Capítulo XXXVIII

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Los días pasaron sin ninguna intrusión de Dion en mi vida. Había conseguido escabullirme de una comida que habría resultado incómoda de haberme sentado con la familia Martínez en la mesa del comedor. Cuando se lo conté a Neri y a Kéven, ambos estuvieron de acuerdo en que había hecho bien rechazando la invitación de la madre de Dion y Dimas. De haberla aceptado, podría haber ocurrido una catástrofe. O eso dijeron ellos.
   Kéven y yo estábamos en la cafetería, tomando una pieza de fruta cada uno, cuando la morena apareció, de nuevo, con un montón de libros entre sus brazos. Los dejó caer sobre la mesa en un golpe sordo que se escuchó por toda la estancia: todos se giraron a mirar qué había ocurrido y volvieron a sus respectivos asuntos cuando vieron de qué se trataba.
   Neri se sentó en una de las sillas con rudeza y suspiró, cansada. Cogió aire un par de veces antes de erguirse en su lugar y retomar su postura habitual. Kéven levantó la mirada de su cuaderno de dibujo para contemplarla.

   —Espero que no estés pensando en molestarme con tus estupideces mientras trato de resolver la crisis existencial que me consume por dentro —habló—. En serio, no lo hagas.

   La morena puso los ojos en blanco e ignoró el comentario de su amigo.

   —Chicos, mi madre me ha retado —dijo. Kéven rio por lo bajo y la chica lo fulminó con la mirada, su ceño fruncido—. ¿Hay algo que te parezca divertido?
   —Solo amo a tu madre —respondió, guiñándole un ojo—. ¿Qué es lo que te ha dicho mamá para que estés tan enojada?

   Neri resopló mientras que yo reí al escuchar a Kéven llamar a la madre de la morena “mamá”.

   —Dice que no seré capaz de leer un libro y llorar por alguna situación trágica. Me encanta leer, pero es cierto que mi corazón de hielo me impide quebrarme antes escenas supuestamente tristes. Lo admito, soy inmune a los viles asesinatos que llevan a cabo los autores —comentó y suspiró al terminar la frase. Apoyó la barbilla sobre la mesa y cerró los ojos con pesar—. Por favor, recomendadme un libro que os haya hecho llorar. Y, Kéven, nada de Gerónimo Stilton o Hello Kitty.
   —Matemáticas aplicadas a las ciencias sociales, primero de bachillerato —respondí de pronto, la seriedad reflejada en mis ojos.

   Kéven soltó una carcajada y echó la cabeza hacia atrás.

   —Eso, sin duda, supera con creces cualquier opción que yo iba a proponer —se mofó, alzando una mano para que le chocara los cinco, lo cual hice sin pensar. 
   —A mí las matemáticas no me hacen llorar, Simon. Me encantan —confesó, a lo que yo respondí abriendo los ojos de par en par, exagerando mi asombro. Era obvio que le gustaba esa asignatura, pero ella realmente estaba hecha para la literatura y el teatro.
   —Entonces, Neri, ¿me puedes explicar por qué diablos no estás en ciencias de la salud o tecnológicas en lugar de ciencias sociales? —cuestioné.

   Ella enarcó una ceja.

   —Porque no tengo intención de dedicarme a las matemáticas, mequetrefe —me dijo como si fuera obvio—. Quiero ser actriz o, si no se da el caso, directora de cine o de teatro.
   —¿Y qué hay del instituto de artes escénicas? —sugerí.
   —¿Y dejar solo a este memo? —Señaló a Kéven con la cabeza, quien había comenzado a reflejar su “crisis existencial” en el cuaderno de dibujo—. Admitámoslo, no podría sobrevivir sin mi presencia.

   Sonreí y le di un mordisco al plátano que tenía entre manos –y sí, soy consciente de lo obsceno que ha podido sonar eso–. En realidad, ninguno de ellos podría sobrevivir sin la presencia del otro, pero no lo mencioné en voz alta.
   Los días posteriores a la pelea con Dion y la invitación para comer en su casa, los pasé pegado a Neri y Kéven. Realmente había hecho muy buenas migas con ellos e incluso había ido a la casa del chico para tener una tarde de juegos, donde Kéven hacía todas las trampas que quería, alegando que estábamos en su territorio y que él ponía las normas, y donde su madre nos hinchaba a bollería casera, recién traída de la pastelería en que trabajaba. La verdad es que lo estaba pasando muy bien con ellos y nos habíamos quedado a alguna de las fiestas que tenían lugar después de los partidos del equipo de baloncesto. Afortunadamente, no tuve que toparme con cierto chico cascarrabias, pues, según la morena, no era muy afín a salir hasta las tantas y beber tanto alcohol como el cuerpo le permitiera. Esa declaración me sorprendió: yo había tomado a Dion como un chico fiestero, uno de esos chicos cliché que aparecen en las novelas románticas. El malote con la chupa de cuero, el cabello oscuro y los ojos más bonitos que nadie ha visto jamás. “El tóxico”. Ese personaje que es un capullo, pero del que la o el protagonista se enamora perdidamente y consigue hacerle cambiar. A no ser que el personaje sea Hardin, se apellide Scott y la protagonista sea Tessa Young.
   Aunque tenía que haber imaginado que Dion era diferente a los chicos malotes, porque él era completamente diferente en todo. Salvo, quizá, en su comportamiento, más fiero que el de un león.
   Mientras Kéven dibujaba y Neri se distraía observando detalladamente las sinopsis de la pila de libros que había traído, yo cogí mi móvil, enganché los auriculares y le di al play a la lista de música que mi hermano me había descargado. Esa vez, no obstante, yo había decidido algunas canciones y enseguida me puse a cantar en silencio, moviendo solo los labios.
   En algún momento debí de alzar la voz o hacer un movimiento extraño similar al baile, porque mis dos amigos alzaron la mirada de sus respectivos quehaceres y me observaron con una chispa de diversión asomando en sus ojos.
   La morena agarró uno de mis auriculares y se lo colocó en la oreja. Estaba sonando Love Again de “New Hope Club”, una de las canciones que más había escuchado en los últimos días. Podría decir que la letra no tenía nada que ver con la situación que estaba viviendo, pero estaría mintiendo del modo más ruin y rastrero.
   Cuando la canción terminó, Neri me miró de reojo y pude atisbar un ápice de comprensión en sus ojos castaños.

Simon diceOnde histórias criam vida. Descubra agora