Capítulo XVI

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—Te noto más risueño de lo habitual —le dije a mi hermano, mirándole fijamente, con los ojos entrecerrados. Hundí la cuchara en el puré de verduras que había hecho yo mismo y entrelacé los dedos por encima de la mesa—. ¿Qué ocultas?

   Ten sonrió sin mostrar los dientes.

   —Eres demasiado perspicaz. No comprendo por qué sacas esas notas tan malas, Simon.
   —¿Te crees gracioso? Mira mi cara —le señalé mi rostro con el dedo índice—, ¿ves algún ápice de diversión en ella?

   Tylou se carcajeó y se inclinó hacia adelante en la mesa. Llenó la cuchara de puré y se lo llevó a la boca de golpe. Una vez lo hubo tragado, me miró con la emoción propia de un niño pequeño.

   —Al fin he encontrado un centro en el que poder continuar con las clases de Kung Fu —me respondió, feliz. Sus ojos se achinaron más de lo que ya lo eran—. También hay danza contemporánea, así que estoy encantado.

   Desde pequeño, mi hermano había sido un niño muy inquieto. Era incapaz de aguantar inmóvil y en completo silencio durante más de una hora seguida, así que los profesores de la escuela nos sugirieron llevarlo al médico. Allí, le hicieron unas pruebas y decretaron que tenía hiperactividad. Nos recomendaron que, además de la medicación, apuntásemos a Ten a alguna actividad extraescolar que implicara ejercicio físico, por lo que decidimos buscar algo que a mi hermano le motivara y, de paso, le ayudara a descargar energía. Así fue como acabó asistiendo a clases de Kung Fu y de danza contemporánea. Era impresionante verlo bailar k-pop o combatir con otros niños de su edad. Incluso había participado en alguna competición, ganando el primer o segundo premio. Una de las estanterías de su dormitorio estaba llena de copas y medallas.

   —Y nos dejarás descansar a nosotros —bromeé, guiñándole un ojo.
   —Bueno, tú eres peor cuando te pones a babear por cierta persona...

   Le golpeé en el brazo, quejándome de su insinuación pese a que me divirtiera que lo hiciera.

   —¿Y qué? —me preguntó de pronto, con la boca llena. Hizo bailotear la cuchara por delante de mi cara y sonrió con malicia—. ¿Te ha llamado ya?

   Mordí mi labio inferior y eché un vistazo a la pantalla apagada de mi móvil, que descansaba sobre la mesa, junto a mi plato.
   Habían pasado casi dos semanas desde que le había dado a Dion mi número de teléfono y, desde entonces, otro examen de matemáticas ya había hecho acto de presencia. Me iban a dar la nota al día siguiente, pero, tal como la última vez, no tenía las expectativas muy altas en relación al aprobado. Estábamos a finales de noviembre, por lo que aquel era el último parcial del trimestre. Mis esperanzas de aprobar estaban en el global y en que Dion marcara mi maldito número para concretar una cita de estudio.
   Sacudí la cabeza mientras suspiraba con pesadez.

   —Lo he visto por el instituto. Hemos hablado lo justo, así que supongo que ha vuelto a ignorarme. Lo supuse en el momento en que me dijo que me iba a ayudar. No lo hizo porque él quiso, sino porque Waldo y yo insistimos demasiado —expliqué—. Creo que aceptó solo para sacarme de encima.

   Ten frunció el ceño.

   —Oye, ¿ese chico quién diablos se cree? Es como un cazador que intenta jugársela a un pequeño e inocente conejo. No puedes permitir que te vacile como si fueras ese conejo, Simon —me regañó mi hermano. Su mirada parecía haberse oscurecido—. Voy a darle una lección a ese muchacho.
   —Te tumbará en cuanto te abalances sobre él —le dije.
   —Me subestimas —arqueó ambas cejas y se llevó otra cucharada a la boca—. Come, come.

   Mareé la comida con la cuchara, llenándola para tirar el puré al plato otra vez. Lo cierto era que no tenía absolutamente nada de hambre, pues había perdido el apetito después de haberme zampado cuatro de los tantos bollos de chocolate que Kéven había llevado aquella mañana al instituto. Al parecer, su madre trabajaba en repostería y, por tanto, siempre llevaba a casa una gran variedad de dulces. Según él, aquella bollería le había resultado tan apetecible y deliciosa, que había querido compartirla con nosotros. No pude hacerle el feo. Mucho menos teniendo en cuenta que el chocolate era uno de los mejores placeres del mundo después de las patatas fritas y el picante.
   Arrugué la nariz antes de meterme la comida en la boca.

Simon diceTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon