6. El señor del bigote.

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(¡Pequeño regalito al final!)

En el reloj eran exactamente las 2:30 de la tarde, el clima era calido, y la pequeña de doce años se hallaba leyendo, recostada. Sus ojeras eran igual de marcadas que las de su progenitor, y a decir verdad, tenían muchas características en común, más de las que le gustaría. Estaba viendo acerca de uno de sus temas favoritos, matemáticas.

Aún estaba con su uniforme escolar, no veía necesario cambiarse hasta que tomara su ducha de las 5 PM. Su mochila le hacía apoyo de espalda. Sus ojos iban velozmente a través de todas las palabras y páginas. Miraba con precisión cada signo y número. Analizaba mentalmente y luego lo comprobaba. Era una superdotada en cuanto a aquel tema, y lo sabía, así que le sacaba el mayor provecho posible siempre que podía.

En la escuela lo sabian, le hacían cierta burla respecto aquello, pero nunca le importo, sabía que era mejor que todos aquellos, sabía que no debía caer tan bajo ni rebajarse a su nivel. Solo se la pasaba con sus únicas dos amigas. Y pese a que en otras materias no era tan buena, como educación física o lenguaje, lo daba todo con tal de aprobar y poder tener un mejor futuro.

Solía pasar parte de su tarde con la profesora Mia Stone, que mucho de lo que sabe hoy por hoy ella se lo enseñó. Era como una segunda madre en parte. Siempre le preparaba té y galletas para el descanso a mitad de sus clases particulares. Y siempre apareció mucho su ayuda y compañía a pesar de no ser muy expresivo.

Hablamos de Anastacha, Anastacha Mikaelys, si es que alguna vez fue Mosses. Hija del lechero. Esperaba a su padre, quien le había dicho que vendría un amigo suyo a conocerla. Sinceramente le daba igual, no le interesaba en lo absoluto, mientras su tal amigo no la molestara, estaría bien.

No tenía mucho interés en la vida personal de su padre, ni la de su madre. Solo sabía que ambos se habían hecho cercanos a ciertos vecinos, y que parecían más alegres desde que se separaron. Ella también estaba más tranquila sabiendo que ya no veía a su papá llegar cansado y discutir con su madre, quien también estaba cansada.

Sabía que ya no tendría que buscar un modo de bajar el volumen de sus discusiones, distraerse, irse a la casa de otro vecino, etc. Tenía paz y seguridad en su casa, pese a que aún así las grietas en las paredes les trajeran recuerdos, y ahora en la casa de su padre, ver más botellas y colillas de cigarro le irritaban.

Aunque los comprendía, no culpaba a ninguno, hacían lo posible para sobrevivir y muchas veces estar en familia no era ni siquiera un concepto pensable en esa rara relación forjada. Lo único que buscaban era salir adelante, no les importaba mucho el como estuviera el otro, solo que pudieran comer y tener sus necesidades llenas. No había amor, nunca lo hubo. Solo un hombre y una mujer que no convivían bien. Solo un lechero que apenas vendía y estaba harto de ser reclamado por no conseguir más que menos del sueldo mínimo. Solo una cocinera, agotada mentalmente de tener que trabajar y mantener la casa, ganando no mucho por su simple hecho de ser mujer.

Eso era lo que era. ¿Qué casamiento? Dos anillos desgastados que solo usaban en publico, y que si fuera por Nacha, lo hubiera tirado mucho antes por la ventana, porque ningún costo de venta tenía. Las fotos de boda eran pinceladas a la realidad repugnante, que por ese apartamento se vivía. Esas sonrisas eran tristezas ocultas entre dientes. Esa mirada llena de odio, bañada en un "te amo" falso. Esas dos personas eran la máscara de la realidad que se vive por, y se atreve a decirlo, más de la mitad de los casamientos en todo el país.

Rememorar aquello le hacía empatizar más con el porque terminaron las cosas así, y agradecía que así hayan sido. Agradece poder decir que sus padres son amigos. Agradece decir que tiene dos apartamentos. Agradece que ambos tengan apellidos diferentes. Agradece el divorció.

"Conmigo a tu lado, nunca más te esconderas" Francis x Angus.Where stories live. Discover now