21.

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 En cuanto la puerta se abrió, hubo un revuelo de saludos, aclamaciones de regocijo por la visita y, desde luego, Anakin fue quien salió corriendo con un coche de la pista en la que estaba jugando, en su manita. Cogió la de Alfonso, arrastrándolo con él hacia el interior del piso.

    —¡Vamos! ¡Vamos! Te estaba esperando —celebró, sin detenerse.

    Su madre lo detuvo.

    —Deja que los invitados saluden adecuadamente a los de casa.

    —Mamá... —gruñó Anakin, que, para lo pequeño que era, gruñir se le daba fenomenal para salirse con la suya. No sería en esta ocasión. Quizá, más tarde.

    Cristina le dio un par de besos a Alfonso.

    —Qué alegría verte de nuevo por aquí. Creíamos que te habías volatilizado.

    Su hermana le envió una misiva afilaba con los ojos. Se estaba pasando de la raya. Alfonso no respondió. Esa era una acusación que lo ponía en un verdadero aprieto, puesto que, para nada, iba a dar ninguna clase de explicación sobre su vida privada. Sobre Clara y él. Por muy familia que fuera la mujer que lo atosigaba.

    —Pero pasa, pasa.

    La madre de Clara apareció con el trapo de cocina entre las manos.

    —Hola. Me alegra verde de nuevo —le dio un par de besos protocolarios—. Pasa adelante. Pasad. Estamos poniendo la mesa.

    Anakin se le cogió de un pellizco a la pernera del pantalón de Alfonso, poniendo un mohín de enfado.

    —¿Y conmigo cuándo vas a jugar?

    Cristina le quitó de encima al chiquillo. Le costó despegárselo.

    —Luego. Venga. Entra al salón y déjanos trabajar.

    —¡Es que no me dejas hablar con él!

    —Luego, cielo.

    Alfonso se encontró con el marido de Cristina, y con el padre de Clara, en el salón. Los saludó formalmente.

    —¿Cómo va todo, chico? —formuló Germán.

    —Bien. Muy bien. No hay razón para quejarse.

    —Me alegro mucho por ti. Siéntate y charlamos mientras las mujeres terminan de hacer las cosas en la cocina.

    —No puedo. Lo siento. Es que yo soy de ayudar. No me parece bien que ellas hagan todo el trabajo.

    El padre de Clara le echó una mirada molesta.

    —¿Huyes de mí, muchacho? No voy a ponerte en ningún compromiso.

    Este negó.

    —No. Es solo que soy de ayudar. Queda esa conversación aplazada para más tarde.

    —Para más tarde. —El padre de Clara señaló al crío—. Supongo que me tendré que poner a la cola, puesto que el mozalbete ya te pidió de tu tiempo para jugar. Lo he escuchado desde aquí.

    —¡Pues sí que estás solicitado! —se rio Cristina—. Tu novio tiene éxito, hermanita —siguió bromeando esta.

    —Ya veo, ya... —ironizó, con una risilla burlona, observando a Alfonso de reojo.

    Acabaron de sacar todo el repertorio de platos que habían cocinado. La atmósfera olía divinamente.

    —¿Cómo está tu abuela? —inquirió Clara cuando le vino a la cabeza, introduciendo la cuchara en el consomé navideño.

¡Maldito Romeo!Where stories live. Discover now