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 —¿Qué ocurre? ¿A qué se debe tanta prisa? ¿Se acaba el mundo y no me he enterado? ¿Voy a ser la afortunada en recibir tu último abrazo?

    —Más quisieras. Pero no. No es eso. Necesito desahogarme con alguien.

    —¡Oh! Oh. Se avecina tormenta —masculló Eva con socarronería, esforzándose por no reírse para no ofenderla.

    Clara blanqueó la mirada. Señaló hacia la entrada del bar donde habían quedado para charlar. Estaban justo frente a la puerta.

    —Anda. Pasa. Estoy hambrienta —rogó Clara, llevándose la mano al estómago.

    El Bar Nómadas pertenecía a Carlos, un buen amigo del marido de Alma. Había hecho mucha amistad a la vez con las chicas. Era otro lugar de aquellos preferidos a visitar.

    —¿Qué os pongo?

    —Unas tapas y un buen vinito de esos que tengan muchos grados.

    Eva elevó una ceja. Luego asintió como quien acaba descubriendo la respuesta a una cuestión de aquellas más espinosas.

    —Ahora entiendo la parte de venir hasta aquí en taxi. —Chasqueó la lengua—. Algo gordo debe de haberte pasado.

    —Que estoy hasta el moño de que no me ocurran cosas buenas.

    Eva le acarició el brazo en un gesto de consuelo.

    —Paciencia, cariño. Te llegará. Como nos ha llegado a todas.

    —Como si eso fuera a consolarme. Que me encuentro a cada pieza...

    Carlos se marchó para dar intimidad a las chicas. No era de aquellos más cotillas.

    —Hoy ha venido al colegio un electricista que estaba buenorro.

    —¡Espera! Para... para. ¿No habrás tenido el valor de trajinártelo en algún rinconcillo del colegio?

    —¡Claro que no! No soy de esas. Parece mentira que me lo preguntes tú.

    —Por un momento pensé que habías tenido una aventura de un polvo rápido y arriesgado, y que ahora te estabas arrepintiendo. O, quizá y hasta te habían pillado.

    —No sería el primer polvo que me diera así. Pero jamás, en el trabajo. No es lugar, ni correcto hacer algo así. Hay niños. Y me juego el empleo.

    Carlos trajo el vino. No tardó en comenzar a poner platos sobre la mesa a la que le habían indicado que iban a sentarse.

    Clara suspiró como si no tuviera el oxígeno suficiente para sus pulmones.

    —No me lo quito de la cabeza. —Gruñó con molestia, para luego clavar su mirada color café en la de Eva.

    —Vamos a ver... si estaba tan macizo, es normal.

    —Seguro que tiene pareja, esposa, no sé...

    Se había llenado la copa. Se la bebió hasta la mitad. Eva tiró de su brazo para que no bebiera tan deprisa.

    —Come algo. Con el estómago vacío, el vino sube mucho más deprisa. Y paso de arrastrarte por todo Madrid para llevarte a casa. Mañana trabajo. Así que...

    —Mañana tenemos la obra de teatro. Y estoy amedrentada. Jamás podrías imaginarte el caos que se ha producido durante los ensayos.

    —Pedro...

    —Uno de tantos problemas. Vale. El más gordo de los problemas. —Le contó cómo había llegado de armado hasta las orejas y el tira y afloja que tuvo con él—. Pasado mañana tenemos chocolate con magdalenas. Y por la tarde, la visita del paje real. Dos días me quedan. Dos... hasta la comida familiar. Y porque en Nochebuena dije que nanay. Encima, con la tesitura de ver a quién voy a llevar. Porque, a ver, no lo dicen. Pero mi hermana no deja de bombardearme con: vas a envejecer y te vas a quedar sin pareja, ni hijos. ¿De verdad que no hay nadie, que esté en sus cabales, al que le gustes?

¡Maldito Romeo!Where stories live. Discover now