04.

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Al tiempo de escuchar música y admirar el paisaje —del cual me había enamorado por completo ya para aquel entonces—, volví a encender el motor y retrocedí por la avenida hasta encontrar una intersección también bastante llamativa. A cuatro cuadras de estar andando llegué a la plaza principal la cual sencilla pero muy bien cuidada le daba el mismo toque mágico al pueblo. No tenía idea de que todavía había lugares dentro del país que se cuidaran tanto aún sin ser turísticos.

Estacioné delante de la ferretería del sobrino de Lola, la cual en verdad debería haber sido mi primera parada, y respiré hondo como buscando fuerzas desde lo más profundo de mi interior para lo que pasaría después. Sería mi primer contacto con alguien autóctono y si me quería quedar allí todo tendría que salir bien. Era raro de explicar, pero me sentía entusiasmada con la idea de encontrar algún lugarcito de aquel paraíso perdido para mí.

—Buenas tardes, em, busco al... ¿sobrino de Lola? —Entré insegura sin siquiera saber con quién en verdad se suponía que tenía que hablar.

El chico que estaba frente a mí no lucía mayor de dieciocho años, aunque sus ojos celestes denotaban cierto grado de sabiduría que no iba con el cuerpo que los portaba. Las esferas del color del cielo sonrieron haciéndole compañía a sus labios y pronto se dejó desaparecer por los estantes del fondo de la tienda haciéndome saber que lo llamaría.

Pronto un hombre de unos treinta y cinco años apareció caminando con lentitud por los pasillos. Creo que me agarró por sorpresa su apariencia pues esperaba encontrarme a alguien de unos cincuenta o algo así. ¿Él había perdido a su esposa tan joven? ¡Qué tragedia! Teniendo tanto por vivir y compartir con ella... de seguro con hijos y ahora solo en el mundo para cuidarlos. Mi estómago se retorció haciéndome sentir descompuesta de repente, pero intenté disimularlo con una débil sonrisa, el tipo me estaba mirando extrañado sin siquiera entender qué estaba pasando.

—Hola, ¿le puedo ayudar en algo?

—Hola, sí, le traigo esto de parte de Lola.

—Oh, fantástico. —Sonrió de manera muy natural, aunque creo que no había planeado hacerlo—. ¿Así que conoces a mi tía?

—Algo así, es complicado. —Suspiré sintiéndome una idiota mientras que cambiaba el eje de mi peso de un pie al otro, me sentía tan incómoda que no sabía qué demonios hacer con mi torpe cuerpo.

—Oh, no hay necesidad siquiera de explicar. —Sacudió su cabeza y los cabellos rubios en forma de definidos rulos se movieron junto a ella.

Creo que fue allí cuando pude notar sus ojos. Unos ojos verdes muy llamativos, pues anatómicamente hablando tenían pintas desorganizadas acomodadas sobre ellos del color de la madera. Eran del color del bosque, pero llamaba la atención la combinación. Aun así, no fue aquello lo que me llenó de curiosidad —si es que tengo que ser honesta—, sino el sentimiento que emanaban. Todavía estaba triste y su desconsuelo se escurría por aquellas ventanas del alma. Sí, era verdad que su mujer había muerto hacía unos años ya, pero se podía apreciar a la legua que el tiempo no le había ayudado en lo más mínimo a superarlo, se ve que a veces ni él es capaz de curar ciertas heridas.

—No voy a preguntarte qué fue lo que te trajo aquí, por supuesto, pero si mi tía te recomendó este sitio es porque en verdad lo precisas. —Volvió a hablar y me desconcentró de nuevo, pero esta vez con su voz. No le había prestado atención antes, pero esta parecía algo áspera y añeja, contradictoria y hechizante como una de esas buenas voces que se buscan en la radio cuando escuchas la sección nocturna de los viernes a la noche.

—Gracias por no hacerlo. —Le devolví la sonrisa algo tímida y posé mi mirada en el recinto, el lugar estaba impecable—. El pueblo es hermoso, me detuve en el lago hace un rato y no podía salir de allí.

—Oh, sí. Creo que ni siquiera nosotros, que vivimos con esa vista todos los días, nos acostumbramos. Siempre hay gente por allí disfrutando del paisaje. Dime, ¿cuál es tu plan?

—Mantenerme tan lejos de mi ciudad como sea posible. ¿Hay algún hotel o lugar donde pueda hospedarme?

—Creo que tengo algo mejor... ¡y te digo que estás de suerte! La señora King, una anciana que recién quedó viuda, ha decidido mudarse a una de las ciudades que está cerca para poder disfrutar un poco más de su hijo y sus nietos. Ha dejado la información en la inmobiliaria del pueblo; ¿quieres darle una chance? Su lugar está para alquilar y creo que te gustará. —Se me hizo el tipo más simpático y abierto del mundo, lo cual me daba lástima pues parecía que su experiencia de vida lo había convertido en eso; en un salvador de otras almas tan lastimadas como la suya.

—Muchísimas gracias por la información.

—No pasa nada, ahora entiendo muy bien por qué te enviaron para aquí. Bienvenida a la ciudad, aquí te hice un pequeño mapa de cómo llegar a la inmobiliaria, aunque dudo que tengas problemas, el lugar es chico dentro de todo.

—Muchas gracias...

—Ethan, ¿y tú?

—Megan, Megan Pond. Es un placer y en verdad gracias por la ayuda. Supongo que nos estaremos viendo por allí.

—Por supuesto, que te vaya bien. —Se despidió con la mano y mientras yo respondía de la misma manera me limité a salir del recinto para encontrar esa inmobiliaria que me proveería de mi nuevo hogar.

Lamento saltearme los detalles que ocurrieron luego, pero es que nada de aquello resultaba siquiera un poco importante a comparación de la sensación que tuve al frenar el coche media hora después. Ya me encontraba con el agente inmobiliario en el asiento del acompañante y este me había indicado que habíamos llegado a destino.

¡Cuál fue mi inmensa sorpresa cuando me di cuenta de que nos encontrábamos en la casa del lago que más me había gustado! Esa con el muelle al costado donde todos los botes se ubicaban con tranquilidad. El lugar era... oh, no tenía siquiera palabras para describirlo, pero me había sacado la respiración, eso era seguro.

El ambiente parecía haber sido sacado de una revista de decoración pues todas las paredes estaban hechas de madera de la mejor calidad. La cabaña lucía tan rústica y hogareña, incluso cada mueble o decoración pequeña encajaban perfectos. Creo que haber sacado o agregado algo del lugar hubiera sido un vil crimen.

—¿Qué le parece, señorita Pond? ¿Cree que este es el lugar correcto para que usted comience su nueva vida en Cloverwood? —indagó el agente inmobiliario sonriendo al ver que mi alegría era casi palpable.

—¡Oh, puede apostarlo, señor Jenkins! ¡Me fascina!

—Entonces... hogar, ¿dulce hogar?

—Hogar, dulce hogar. —Aferré su mano sonriente. Creo que mi cuerpo se encontraba destellando la felicidad que me inundaba en aquel momento.

—Pues es un placer darle la bienvenida, vecina. Vivo aquí en la casa contigua con mi mujer, Sarah. Así que tu nueva obligación es contactarnos si precisas algo, ¿sí? Si no lo haces, Sarah se pondrá hecha una furia diciendo que no sé cómo ser amable con los nuevos vecinos.

—Muchísimas gracias, señor Jenkins —articulé intentando disimular un poco la risa que me había provocado aquel comentario.

—Oh, por favor, llámame Arnold. Ahora, ven, volvamos a la agencia y firmemos todo el papeleo así puedes pasar aquí tu primera noche.


A la esquina del fin del mundoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum