Capítulo 20 | Te llevaste sus bragas favoritas

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Aurora

Estaba a punto de infartar.

Desde que Alaric y Theo salieron por la puerta, pensé seriamente en bajar a la farmacia más cercana para que me tomaran la presión, porque el corazón no dejaba de latir preocupantemente rápido. No sabía exactamente qué había pasado antes de la llegada de Theo, solo que nunca había tenido tantas ganas de besar a alguien como a Alaric en esos momentos.

¿Cómo osaba besarme el cuello de esa forma e irse tan de rositas?

Por si no fuera poco aquella situación, debíamos sumarle la cantidad de personas que habían escuchado y visto los dos episodios de nuestros respectivos podcasts, que habían subido algo de nosotros a redes sociales. Entraba en Twitter, y lo único que había en mi timeline eran recortes de pantalla de algún momento en el que nos miramos o bromeamos, memes haciendo como que Theo era Lumière de La Bella y la Bestia, y cosas por el estilo. Debo admitir que había un montón de fotos chulísimas de los dos. Theo no se quedaba atrás, retuiteando en su cuenta personal todos los memes que habían hecho con él y comentando algunos posts de Alaric y yo con cosas como: «OOOOOMMMMMGGGGG QUÉ MONOS, QUÉ QUÍMICA, QUÉ COMPLICIDAD, ME ENCANTAAAAANNNNNN».

El muy cabrón se estaba divirtiendo más que nadie con la situación.

Estábamos a domingo y llevaba toda la mañana un poco de relax. O, en otras palabras, haciendo absolutamente nada productivo. Me había duchado y secado el pelo con el secador, puesto una mascarilla super hidratante que probablemente no me haría nada a largo plazo y me había llenado una taza enterita de café con leche para luego sentarme en el sofá y hacer una maratón de películas de Disney de hace quince años. No tenía pensado recibir visitas de nadie, así que me extrañé mucho cuando el timbre de casa sonó de la misma forma en la que mi hermana llamaba siempre. Y la vi allí, en la pantallita del interfono.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté extrañada por el telefonillo.

―Morirme de frío, que me he dejado la chaqueta en el coche de mamá. ¡Abre!

―Qué desastre...

Abrí para que pudiera entrar y antes de hacer lo propio con la puerta del apartamento, me fui a poner unos pantalones cortos que usaba para hacer pilates para no recibir a mi hermana en sudadera y bragas.

―¿Vienes para un rato porque mamá ha ido a comprar y no la has querido a acompañar, o vienes a visitarme?

―Vengo a visitarte y a que almorcemos juntas aquí. ―Besó mi mejilla al entrar―. ¿Tienes mi pijama limpio?

―Claro. ¿Cómo no voy a haberlo lavado desde Navidad, Belle?

―Yo qué sé. Adam no limpió mis botas de senderismo en medio año; las tuvo en el suelo de su baño todo el tiempo.

―No me vayas a comprar con Adam si me aprecias un poco, por favor te lo pido.

―No osaría hacerlo. ¿Dónde?

―Donde siempre.

Anabelle se marchó a mi dormitorio a cambiarse y yo de mientras le hice a ella su té favorito. Tenía una extraña obsesión con el té de frutos rojos, así que siempre tenía en casa una caja de éste.

―Wyatt me ha dejado, por cierto.

Me giré rápidamente con la hervidora en la mano y miré a mi hermana que estaba apoyada en la barra.

―¿Por qué?

―Porque dice que quiere centrarse en estudiar y en el baloncesto, que nuestra relación le quita mucho tiempo de su vida. Cuando llegue el verano, seguramente hablaremos de nuevo sobre...

En las nubes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora