La mente es una cosa tan necesaria como frágil por lo que arruinarla es una tarea sencilla que el Monte Weather realizó fácilmente y sin darle importancia. Como si arruinar a una persona fuera poca cosa.
No hay peor sensación que dudar de uno mismo, no saber que creer o que sentir. Y así es justo como estaba Helena.
Su mundo se agitó y miles de pensamientos que antes la habría hecho sentir náuseas, ahora eran recurrentes. Como hacerse diminutas heridas a sí misma en las palmas. A veces la necesidad era tal que le daba la sensación de que explotaría si se resistía y otras simplemente lo hacía porque sí.
A penas sentía algo pero tal vez ese era el motivo real: sentir. La pequeña punzada la mantenía con los pies en la tierra, la mantenía alerta. Tal vez su salud mental había cruzado un límite porque no lo veía mal. Al contrario que la otra única persona que lo sabía.
Finn hizo la mueca que Helena había aprendido a idenficiar como frustración y preocupación y coló sus dedos hasta hacer desistir los suyos, tomándolas suavemente para echarles un vistazo y repetir la mueca.
—Ni mú.
—No me digas ni mú-
—Ni. Mú. Finn —recalcó—. No necesito que me digas nada.
—Ahora también te estás haciendo daño físico.
—¿También? —Bennet detuvo el paso y entrecerró los ojos con suspicacia pero antes de que el chico soltase prenda su rostro ya lo había hecho. Reanudó el paso.
Escuchó los pasos rápidos tras ella.
—¿Que pasó en el garaje?
—Nada importante.
—¿Y por qué haces esto entonces?
—¿De qué hablas ahora? —Suspiró cuando Finn le cortó el camino.
—Cerrarte otra vez. Noy voy a dejar que te cierres conmigo, Helena, tenlo claro.
La susodicha intercambió el peso a la otra pierna, el tema le incomodaba saltaba a la vista.
