PASADO UN TIEMPO, HELENA YA no podía negar el retortijón en su pecho al estar tan cerca de la montaña. Odiaba como le hacían sentir. Odiaba que le hiciera sentir débil.
«O sencillamente lo eres»
Reprimió un gruñido. Ya no solo tenía que soportar ver a Anya por doquier sino que también escuchaba su voz correteando por su cabeza.
Bajó las mangas del jersey y escondió los puños apretados con esta. Pronto sintió los pequeños pinchazos y muy lejos de parar, Helena ejerció más presión.
De repente, el dueño del jersey le desenredó las manos con suavidad.
—¿Bien?
Helena entendió rápidamente que no lo había pasado por alto y apretujo el costado de la mano en la suya, devolviéndole el gesto como le fue posible aunque se merecía más.
Asintió.
—Sí, bien.
Finn y Helena caminaron a la par sin separar el agarre que les reconfortaba a ambos de distinta y a la vez igual manera. Ninguno se sentía tan solo teniendo al otro.
Él echó una mirada furtiva más atrás de los guardias con la orden de vigilarle en todo momento por si se le volvía a ir la cabeza y volvió a Helena, esta vez no se la devolvió.
La noche anterior había intentado acercarse a Bellamy de nuevo y por un momento lo hizo antes de que se enteraran de que el monte era responsable de su falta de comunicación con las estaciones restantes que aterrizaron en la Tierra. La mirada en los ojos de Bellamy había avivado el pensamiento que llevaba torturando a Helena los últimos días.
¿El resultado de esto? Lo evitó a toda costa y no saben cuánto le dolía.
Los intentos de su amigo de que hablaran de nuevo después de eso no fue más que una pérdida de tiempo.
Helena sacudió la cabeza y quiso poner distancia con Finn pero este lo afianzó, estrechando mejor su mano e impidiéndole alejarse. No la dejaría alejarse.