Capitulo 32

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Mi estado de ánimo es positivo. Mi corazón está esperanzado. La barbita justo como me gusta, la cara lozana. Mi terno gris antracita no puede sentarme mejor, me queda como un guante. Ava tampoco se llevará un chasco.

Mientras la espero en la entrada, retocándome el pelo en el espejo, oigo que la puerta del dormitorio se cierra. Me acerco al primer escalón y me meto las manos en los bolsillos de los pantalones. No la veo.

—¿Lali?

—No creo que apruebes esto.

La oigo, pero sigo sin verla. Y ahora estoy preocupado. ¿Habrá decidido
desafiarme y no ponerse el vestido de encaje?

—Deja que te vea —ordeno, conteniendo el tono de irritación que amenaza con asomar a mi voz.

Esta noche tiene que ser perfecta, y que Lali no se ponga el vestido que le he pedido hará que no empiece con buen pie.

—¿Estás seguro? —inquiere. Parece nerviosa.

—Mueve el culo aquí ahora mismo, señorita.
Aparece con cautela. Y yo me quedo pasmado.

—Joder —exclamo maravillado, mis ojos siguiéndola por el pasillo hasta
la escalera. Si existe un ejemplo de la perfección, lo tengo delante.

El vestido. Madre mía, el vestido. Encaje por todas partes, y ese sutil tono crema hace que me asalten recuerdos del impresionante vestido de novia que
lució.

El largo, justo por debajo de la rodilla, es perfecto, y el tejido se ciñe sutilmente a cada una de esas fantásticas curvas. Paso por alto el hecho de que esas curvas se han reducido un poco a lo largo de estas semanas y me centro en su cara. El rosa de los labios es el único toque, sutil, de color. Es todo cuanto necesita el vestido.

El escote barco deja a la vista las delicadas clavículas, el pelo recogido en un impecable moño bajo, en la nuca. Sobria elegancia. Mi mujer siempre la ha tenido, y siempre me deja estupefacto.
Sus ojos, ahumados, me miran de arriba abajo, se muerde el labio inferior.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunto, seguro de cuál será la respuesta. Cada centímetro de su ser resplandece en señal de aprobación, sobre todo los ojos.

—Eres el hombre más atractivo que he visto en mi vida. —Traga saliva y me mira—. ¿Estoy bien?

—¿Bien? —contesto, subiendo la escalera a su encuentro y empapándome de ella—. Eres la belleza personificada, señorita. Y eres mía. —Le cojo la mano, beso la alianza y la miro—. ¿De quién eres?

—Soy tuya. —No se anda con evasivas, no protesta, y me sonríe—. Siempre.

—Vamos.

Bajo la escalera despacio, sin apartar los ojos de su perfil mientras ella se mira los pies.

—Tengo una cosa para ti —anuncio.
Me detengo al llegar abajo, me meto la mano en el bolsillo y me sitúo detrás de ella despacio. Mi mano en su cadera hace que ponga la espalda recta, y vuelve la cabeza para mirarme.

—¿Qué tienes?

—Esto.

Le pongo el collar de diamantes y dejo que descanse en su piel. Ava baja
la vista y toca las piedras preciosas mientras yo le abrocho la gargantilla. —Sólo lo llevas en ocasiones especiales.

—Madre mía —musita, y se aparta de mí para ir al espejo.

Se mira y acaricia la valiosa joya, sumida en sus pensamientos. ¿Se acuerda de ella?

—Es precioso. —Me mira a mí por el espejo—. Gracias.

Sonrío, sin que me desilusione su falta de memoria.

—Es tuyo desde hace doce años, nena.

Me acerco a ella, le paso los brazos por la cintura, y me inclino para apoyar la barbilla en su hombro. Nuestros ojos coinciden en el espejo.

—Es precioso, sí, pero no es nada en comparación con la mujer que lo luce.
La mujer que lo luce brilla con más fuerza aún. Es más preciada. Más valiosa para mí que cualquier otra cosa en el mundo.

Lali ladea la cabeza buscando mis labios y me regala un beso dulce, apasionado.
Amor.

Fluye entre nosotros, llenándome de felicidad. Vamos a poder con

esto. Podemos superar esto. Porque somos nosotros. Peter y Lali .

—Bailemos.

La envuelvo entre mis brazos, cojo el teléfono y abro la aplicación Sonos. Ella se ríe un poco, confusa.

—Pero que no sea Justin Timberlake, por favor.

Mi dedo se detiene en la pantalla del móvil y miro a Lali . Es otro de esos momentos en los que dice algo sin saber por qué lo dice. No permitiré que empañe la que pretendo que sea una velada perfecta.

—No, algo un poco más romántico.

Doy con la canción que tengo en mente y subo el volumen.

—Como esto.

Y Nights in White Satin inunda el aire que nos rodea, y ella escucha
conmigo unos instantes.

—¿Sabes cuál es? —Parezco esperanzado, aunque intento por todos los
medios no estarlo.

—Claro. —Se pega a mi pecho y descansa en él la mejilla, rodeándome la
cintura con un brazo y agarrándome la mano—. La bailamos una vez.

Coloco nuestras manos entrelazadas en el pecho, junto a su cabeza, y
empiezo a girar despacio, apoyando mi cabeza en la suya.

—No te acuerdas, ¿verdad? —pregunto, a sabiendas de que es consciente de lo que pretendo
.
Me esperaba que sacudiera levemente la cabeza, pero no las lágrimas que
me empapan la camisa.

—No llores —la regaño con suavidad, apretando los ojos con fuerza para
no ser yo el que desobedezca mi propia orden—. Si no podemos recuperar los que teníamos, crearemos recuerdos nuevos.

—Los quiero todos.

Se deja llevar mientras giramos sin prisa en el sitio, tan despacio que apenas nos movemos. Pero estamos conectados. Estamos conectados a todos los niveles, y el lugar más importante en el que estamos conectados ahora mismo es el corazón. Los latidos de su corazón se cuelan en mi pecho, provocando una subida de tensión que acelera el mío.

—Pero os tengo a ti y a los niños —musita, la voz apenas audible con la música, que llega al crescendo—. Y eso es lo único que importa.
Cojo aire, una respiración larga y profunda, y hundo la cara en su pelo. Tiene razón, aunque eso no hace que sea más fácil aceptar la pérdida.

—Siempre —aseguro, la voz quebrada.
La canción va terminando y nosotros seguimos dando vueltas despacio, las manos unidas con fuerza en mi pecho, su cuerpo pegado al mío.

—Tenemos que irnos, nena —digo de mala gana, sintiendo el poder que ejerce sobre mí.
Luego la sitúo a mi lado y vamos hacia el coche.

—¿Puedo tomarme una copa esta noche?
Su pregunta rezuma una pizca de picardía, y sin duda alguna esperanza.

Me doy cuenta de que quizá necesite tomar un poco de alcohol. No se lo puedo negar, pero la estaré vigilando de cerca.

—Una o dos —accedo, mientras le abro la puerta.
Se acomoda y me siento yo. Le abrocho el cinturón de seguridad. Mientras me estoy irguiendo me detengo, el cuerpo inclinado, la cara a la altura de la suya. Sonríe. Sonrío.

—Espero que pases una buena noche, señora Lanzani

—Mi pareja es un dios. Así que lo pasaré bien. Le doy un beso tierno.

—Joder, cuánto te amo.

Devoción Where stories live. Discover now