CAPÍTULO VEINTICUATRO

Beginne am Anfang
                                    

Me perdí en ella, pero también me perdí en mi, en el placer que me recorrió desde el vientre hasta la espalda baja, fue un tipo de placer que no había sentido nunca y no pude evitar preguntarme si estaba sintiendo aquello porque en realidad era Alex quien lo lograba, era ella quien lograba convertir los momentos en recuerdos inolvidables. Era ella y su dulzura y la forma en la que me miraba después de que la follara como un loco. Sus ojos medios caídos por el placer, el cabello hecho un desastre, el poco maquillaje que se había puesto eran dos manchurrones debajo de sus ojos, las pequeñas gotitas de sudor en su frente y en la punta de su nariz, la respiración agitada, el pecho sonrojado.

Y así y todo...

—Eres la cosa más hermosa que vi en mi vida.

Ella me sonrió de nuevo y me dio un beso.

Y después otro.

Y otro.

Todavía estaba dentro de ella.

Me obligué a salir porque tenía miedo de que el condón se me saliera, pero nada más quitarlo y tirarlo al lado de la cama, envolví mis brazos a su alrededor y la atraje a mi pecho.

—Feliz año nuevo, Alex.

—Feliz año nuevo, Taylor.



Alex estaba ignorándome y aquello no me gustaba para nada.

Me ponía nervioso que no quisiera compartir conmigo.

Era domingo y nos habíamos levantado de la cama pasado el mediodía, solo porque nada más abrir los ojos habíamos follado. Le había llevado el desayuno a la cama y la había vuelto a follar y al final nos dormimos nuevamente y cuando volví a despertarme, Alex ya no estaba en la cama.

Se había encerrado en su habitación blanca y no me dejaba entrar.

¿Ves? Me estaba ignorando.

De eso habían pasado ya dos horas.

—Que no te estoy ignorando, pesado —se rió de mi, porque dije aquello en voz alta.

—Si lo haces, ya perdiste el interés en mi, me usaste, me obligaste a que te cocinara y después me dejaste.

—Que no te deje —se carcajea en mi cara. —Anda, ve a hacer algo...

—¿Ves?

—Taylor... —se vuelve a quejar, intentando cerrarme la puerta en la cara.

Y yo solo la molesto un poco más, porque me volví adicto a sus risas, a las risas que me regala que ahora son despreocupadas, más sueltas, toda ella lo es. Alex siempre parecía arrastrar una pesada mochila sobre sus hombros y se siente como si de repente, desde que estuvimos juntos, esa carga ya no existiera, como si una parte dentro suyo se estuviera encontrando nuevamente, permitiéndose vivir.

Y dios..., me siento tan afortunado de poder estar viéndola.

La deje sola para que pintara y como por alguna obra milagrosa no tenía una pila de papeles que revisar del trabajo, me puse a ordenar mi oficina. Sabía que a Alex le gustaba leer, asique comencé a hacerle lugar en la biblioteca que había allí y fue cuando estaba sacando unas cajas que había dentro del mueble, que encontré la que guardaba una vieja computadora que me había regalado mi abuelo y fue la que use durante toda mi época universitaria.

Sonreí cuando vi todas las pegatinas que había en ella y tal como esperaba, estaba sin batería, asique puse a cargarla y me fije en el resto de las cosas que había dentro y cuando encontré mi vieja cámara, la sonrisa que se me puso en el rostro no pude arrancarla.

El día que dijimos adiósWo Geschichten leben. Entdecke jetzt