Cap 3.

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[Tinta y engranajes]

Las frías noches de invierno se desplegaban sobre el pintoresco pueblo de Kouma, envolviéndolo en una gélida brisa que azotaba sin piedad a aquellos valientes que se aventuraban a desafiarla. El firmamento, aún desconocido para muchos, estaba salpicado de estrellas parpadeantes que iluminaban el lugar con un suave resplandor plateado.

En la distancia, el susurro melódico del viento entre las hojas de los árboles componía una sinfonía nocturna única. El bosque, con sus troncos robustos y ramas entrelazadas, fungía como un guardián silencioso que amplificaba cada sonido.

El aroma de la noche se entrelazaba con su...

— ¡Oh! Vamos, cállate de una buena vez y deja de romantizar el ambiente, Kazuma. ¡Ese trabajo es mío! Tú solo concéntrate en narrarme los hechos.

— Tch, aburrida…

— Idiota...

— ¡Ya, ya! Continuaré con el relato, delicada.

El recuerdo de aquel día persiste en mi mente con preocupante exactitud. Aparentemente, emergí en las cercanías de la aldea sin razón aparente. Además, no logro recordar el más mínimo detalle sobre mi origen

La abrumadora evidencia señala que no pertenezco a este lugar: mi magia flaquea, mi cabellera es de tono castaño, y mis ojos ostentan un verde que se distancia considerablemente de lo que podría considerarse "normal" en este lugar.

En mi niñez... Aún en mis años más tiernos, me consideraban un individuo de un potencial excepcional. Este reconocimiento se debía a que, a pesar de mi corta edad, fui encontrado ileso en el bosque que albergaba a los Fenrirs, formidables monstruos lobo de nivel elevado.

Su desilusión fue palpable al percatarse de la inevitable realidad: mi potencial mágico de nacimiento era escaso, casi nulo. Esta dura verdad me forzó a emprender un arduo camino de ascenso de nivel para alcanzar el reconocimiento mínimo y adquirir conocimientos de escasos hechizos de magia intermedia.

Desde ese momento, fui mirado con desdén, sumido en la baja estima que se me tenía. La sombra de la decepción y la desconfianza se cernía sobre mí, como un oscuro manto que empañaba cualquier intento de aceptación en la comunidad. Cada mirada despectiva, cada comentario mordaz, era una carga que llevaba sobre mis hombros. Sin embargo.

— No me importa lo que esos ancianos piensen de mí, ¡yo encontraré mi propio camino! — exclamé para mis adentros.

En mis primeros años de vida, fui criado... o mejor dicho, fui tratado como una patata caliente, pasando de familia en familia. En este extraño juego de "¡El trofeo será mío!", me mantuve en constante aprendizaje, absorbiendo conocimiento de todo tipo... por alguna razón.

A pesar de mis esfuerzos, de alguna manera, logré fracasar estrepitosamente en cada oportunidad que se me presentó.

Incendié la cocina de la familia de Nerimaki mientras perseguía a los rebeldes vegetales que se negaban a ser cocinados. Bukkorori se embarcó en la misión imposible de rescatar un zapato que terminó incrustado en su techo tras una visita a la zapatería. Mis intentos de crear pentagramas resultaron en un desastroso desfile de garabatos, y mis esfuerzos por convertirme en un magnate turístico para Hiropon fueron tan exitosos como una sombrilla en un huracán.

Para colmo, cuando Soketto estaba a punto de revelarme algunos secretos de su magia predictiva, Bukkorori decidió entrometerse, proclamándose mi "amigo". Su aparición incómoda y comentarios fuera de lugar hicieron que Soketto abandonara la idea, dejándome más perdido que un gato en algún tipo de historia algo turbia donde alguien muy parecido a mí, pero chiflado, era el protagonista.

KonoSuba: Un ingenio de tonalidad carmesíWhere stories live. Discover now