(Prólogo)

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[Destello de Fortuna en esta maravillosa aldea]

Lo primero que llegué a contemplar alguna vez, era la frívola actitud que tomó el entorno. Fue el frío abrazo de la llegada del invierno, una tormenta acompañada de una descomunal cantidad de nieve. Témpanos de hielo se habían formado a mi alrededor, así mismo, los gélidos árboles se habían congelado a tal extremo que, las raíces de estos, se habían fundido en un espeso y celeste hielo.

Aquella atípica situación en la que me hallaba envuelto… literalmente, era algo ajeno a mi conocimiento… Era algo lógico, en aquel instante, era tan solo un infante.

Quien diría que, los inviernos de este extraño y para nada ridículo mundo, podrían llegar a ser tan mortíferos. Todo esto depende exactamente del ángulo en el que lo mirabas, la situación aquí puede ser bastante… dramática para algunas personas. Un tanto descabelladas; dementes.

El carácter mortal de esta época no se debía únicamente a lo frívola que podía llegar a ser, sino también por las increíbles, dominantes e imponentes bestias que allí se escondían. Ningún lugar era seguro, las cuevas habían sido dominadas por todas aquellos monstruos que no logran soportar el frío y, los que sí lo logran soportar, yacían rondando los bosques buscando alguna presa fácil… Como yo en aquel instante.

Sin embargo, aquella poco esperanzadora situación, no era tan mala como podrías llegar a pensar, a pesar de verme rodeado de una inmensurable cantidad de peligros que, sin duda alguna, dejarán helado a más de un caballero imperial, hubieron ocurrido una secuencia de… sucesos.

Estos acontecimientos podrían resultar confusos incluso para las mentes más eruditas de mi aldea, ¿puede haber sido solo suerte? No lo sé, esto suena mucho más a una protección de la mismísima diosa Eris, sin embargo… decir tales cosas podría sonar exagerado, ¿una diosa teniendo un trato especial por un mortal cualquiera? Era algo sumamente improbable.

Lo que aconteció en aquel instante fue que, pequeños y centelleantes espíritus de las nieves revolotearon por mis alrededores. Estos mismos, a pesar de verse pequeños, eran lo suficientemente llamativos como para sacarme de ese embrollo, dirigiéndose a un pueblo cercano, llamaron la atención de algunos pueblerinos que, por algún motivo, jugaban por allí.

Poco tiempo después, aquellos jóvenes narraron lo sucedido a los otros residentes de esa aldea. Cómo fue que, de manera exageradamente heroica, lograron salvar a un pobre mocoso de las garras de la muerte. Los oyentes, incrédulos por las palabras de ese grupo de muchachos, reaccionaron confusos a lo escuchado. Estos cuestionaban la razón de que, un pequeño infante haya estado amarrado a los pies de un árbol.

Indiferentes, los chiquillos continuaron relatando y alardeando aquel suceso.

— ¡Bukkorori! ¡Dinos de una vez que hacía aquel niño en medio del bosque!

— ¡Ya les dijimos que no tenemos ni idea! Los chicos y yo estábamos en una increíble lucha contra algunos caza novatos cuando-

— De hecho, eran hadas de las nie-

— ¡Eran caza novatos dije!

— S-Sí… Tienes razón.

— Como iba diciendo, luchábamos contra grandes bestias cuando unos llantos llamaron nuestra atención, si o no chicos.

Sus acompañantes asistieron como respuesta.

— E-Entiendo… De todas formas, fue peligroso hacer eso, increíblemente genial, pero peligroso.

— ¡Ja! Era de esperarse, ¡soy el hijo del mayor zapatero de la aldea y el futuro mago más fuerte!

Presuntuoso, aquel jovenzuelo luego de confesar aquello, comenzó a posar de manera extravagante. Los allí presentes miraron algo incómodos a cualquier otra dirección, no fue por las increíblemente llamativas posiciones que adoptó aquel joven, para nada, sino por la manera en la que narró los hechos; totalmente descarada.

KonoSuba: Un ingenio de tonalidad carmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora