Russian || MD 2

Control

Vladimir

Mis manos se aferraron con firmeza a la gélida barra de metal, que quemaba y magullaba mi piel con cada movimiento. Con gran esfuerzo, me impulsé hacia la siguiente, sintiendo cómo mis brazos ardían por sostener mi peso. El viento helado castigaba mis labios, dejándolos secos y agrietados, mientras sudor frío descendía por mi cuerpo, mojando mi camiseta mientras avanzaba.

Mental y físicamente agotado, continué hasta llegar al final, cuando me solté y caí de pie sobre la fina capa de nieve. Mi padre detuvo el cronómetro que había estado corriendo desde que inicié el entrenamiento en el circuito de obstáculos al aire libre, a pocos metros de la casa.

Mientras luchaba por recuperar el aliento, mi mirada se desvió hacia la izquierda, donde una de las sirvientas se acercaba con una botella de agua y una pequeña toalla. Era una joven de cabello rubio y ojos azules, de cuerpo esbelto y tímida sonrisa. Parecíamos tener la misma edad, diecisiete años, pero no lograba recordar su nombre, a pesar de que siempre estaba atenta a todo lo que necesitaba desde que regresé a vivir aquí después de graduarme de la academia.

—Toma un baño y cámbiate, tienes trabajo que hacer —murmuró mi padre mientras se concentraba en su teléfono. Dejé escapar un suspiro y cogí la botella de agua que la chica había traído. Sin siquiera agradecerle, me dirigí trotando hacia la casa, no sin antes observar cómo su sonrisa desaparecía instantáneamente. No me agradaba. Odiaba a cualquiera que se atreviera a mirarme con esos ojos atontados llenos de amor, especialmente si sabían lo despreciable que soy.

Atravesé las puertas y el abrumador silencio de la casa me recibió con los brazos abiertos. Miré hacia el comedor, donde mis hermanos estaban absortos en sus teléfonos mientras comían sin siquiera ver lo que se llevaban a la boca, como siempre. Suspiré y subí las escaleras en silencio, sintiendo la urgencia de escapar de este lugar, al menos por un tiempo.

Después de terminar la academia, me sumergí por completo en el oscuro mundo de mi familia como uno de los sicarios de mi padre. Poseía dinero suficiente como para vivir bien por el resto de mi vida, pero no tenía la libertad para hacer lo que quisiera. Aunque, ¿realmente sabía lo que quería hacer con mi vida? Nunca me había detenido a pensar en ello seriamente. A veces bromeaba con Dominik sobre convertirme en un pastelero, pero la verdad era que no podría aborrecer más los dulces. Me torturaba comiéndolos porque era una forma de recordar a mi madre y las cosas que le apasionaban cuando seguía con vida. A diferencia de mis amigos, nunca he tenido un propósito personal. Dimitri ya había cumplido su sueño de abrir un restaurante, y Dominik, a pesar de ser un esclavo de los traumas de su madre, estaba estudiando medicina, una pasión que había expresado desde hace años.

Pero, ¿qué hay de mí?

Subí a mi habitación y tomé un largo baño, dejando que el agua caliente me ayudara a despejar la mente. Una vez fuera, revisé mi celular y encontré algunos mensajes de mi padre. Ese hombre no sabía perder el tiempo. Cinco nombres, cada uno acompañado de una foto y una dirección. Preparé una bolsa deportiva con mis armas, algo de ropa y salí de allí.

Al descender al primer piso, me encontré con mi prima Alina, quien acababa de llegar a la casa. Su rostro reflejó sorpresa al verme y se precipitó hacia mí para abrazarme. Le correspondí con una sonrisa.

—No me digas que te vas justo cuando llego —se quejó ella al notar la bolsa que llevaba, me encogí de hombros.

—Órdenes del jefe —respondí con un poco de ironía, viendo cómo su expresión se tornaba seria de inmediato mientras asentía.

—Ten cuidado —su voz tenía un tono de genuina preocupación, recordándome a Dominik, quien solía decirme lo mismo. Sonreí un poco y salí de la casa sin siquiera despedirme de mis hermanos, consciente de que si algo salía mal, tal vez nunca más volvería a verlos.