Sokolov

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Roger

Me senté en el sofá y bajé la vista por el contrato que tenía abierto en mi celular, sintiendo una creciente irritación hacia mí mismo. Había cometido el error de dejar mi laptop en Rusia, un descuido del que me percaté hace apenas unos minutos, tras horas de haber pisado tierra en Miami. Los días que pasé con los Sokolov habían logrado sacarme de mi zona segura en todos los sentidos; en circunstancias normales, nunca habría dejado atrás mi computadora, que básicamente contenía toda mi vida y trabajo.

No había tardado en enviarle algunos mensajes a Ilya, pidiéndole que me la enviara cuanto antes, pero según me dijo, todos seguían en París y regresarían mañana a su ciudad, por lo que no tenía más opción que esperar. Mientras tanto, había estado revisando los miles de correos de marcas y programas de televisión que ansiaban trabajar con Dean. No tardaron en acercarse como buitres en cuanto Vladimir levantó el bloqueo que nos había impuesto. Solté un gran suspiro y apagué el celular, observando mi reflejo en la pantalla ahora oscura. Estaba un poco ofendido y molesto.

Vladimir me había enviado un mensaje la noche de la boda. Al parecer, él debe aprobar los contratos y cualquier proyecto en general que quiera hacer Dean. Era irritante y, en cierta medida, insultante. ¿Acaso cree que no sé qué es lo mejor para mi cliente y amigo? Además, solo se aprobarían proyectos si su presencia coincidía con el lugar elegido. Dean no podría realizar una pasarela en París si en la agenda de Vladimir no figuraba París en ese momento. Quería expresarle mi frustración, pero me contuve. Sabía que lo mejor sería no ponerlo de mal humor, especialmente después de enterarme esta mañana de que había reembolsado todos los gastos cargados a la cuenta de Dean durante el tiempo que estuvo sin trabajo. No solo eso, sino que también duplicó el pago por "mis servicios" durante mi estancia en Rusia, a pesar de que había decidido acompañar a Dean más como su amigo que como su manager, pero, el dinero es dinero, no me quejaría por recibirlo, aun viniendo de alguien como Vladimir.

Agarré mi cabello en una coleta baja cuando mis pensamientos comenzaron a desviarse hacia otro ruso...

Nikolai me agarró por el cabello mientras mi boca estaba ocupada saboreando su caliente y duro mi...

El sonido del intercomunicador en la pared interrumpió mis eróticos y sucios recuerdos de la noche anterior. Me levanté y me dirigí hacia el pequeño panel, preguntándome quién podría ser a estas horas. Eran casi las nueve de la noche, y no esperaba a nadie.

¿Y si es Nikolai?

Mi corazón se detuvo por un milisegundo al pensar en esa posibilidad, luego consideré seriamente la idea y me reí de mi propia ingenuidad. Ese hombre estaba a miles y miles de kilómetros de distancia.

Hice caso omiso de la tristeza que me sobrecogió y presioné el botón para encender la cámara. Arqueé una ceja al ver a un repartidor de comida en la pantalla.

—¿Hola? Creo que te has equivocado de apartamento... —dije con desinterés, mientras bajaba nuevamente la mirada a mi celular, leyendo los correos.

—¿Este no es el piso del señor Lewis? —preguntó el chico con confusión.

—Ese soy yo —respondí, dejando el celular a un lado y sintiéndome igual de confundido que él.

—Entonces esto es para usted —dijo el castaño, sacando una bolsa de papel de la mochila cuadrada que cargaba. Fruncí el ceño, tratando de recordar si había pedido algo. Finalmente, pulsé el botón para que las puertas del ascensor se abrieran al ver que el repartidor lucía un poco exasperado y apurado. —Aquí tiene, señor Lewis, disfrútelo —miré con sospecha la bolsa que me estaba extendiendo el chico de ojos negros con una sonrisa amable en cuanto las puertas se separaron. No intenté tomarla.

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