Rojo

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Dean

Hace cinco meses.

Me acomodé la gorra y los lentes de sol mientras me miraba en el espejo del auto. Pensé seriamente en no bajarme al divisar más allá a unos tres paparazzis bastante cerca de la puerta del nuevo café que solía frecuentar. Los tres buitres miraban alrededor con caras de pocos amigos mientras sostenían sus enormes cámaras. No era la primera vez que los veía. Esos tipos mágicamente siempre estaban en los lugares a los que iba y algo me decía que eran mi propio manager y mi publicista aquellos que los mantenían informados sobre mi paradero con tal de tenerme siempre en las revistas y páginas de chismes. Roger y Conrad no comprendían lo importante que es para mí tener algo de privacidad de vez en cuando...

Salí del auto y caminé cabizbajo hacia el local evitando a toda costa hacer contacto visual con ellos. Levanté un poco la cabeza cuando recordé que una vez casi choco con un poste de luz al escapar de la atención de un grupo de paparazzis.

—¡Dean! ¡Dean! ¡Una foto, por favor! —lancé un resoplido al cielo y abandoné mi fallido intento de pasar desapercibido. —¡A ver una sonrisita! —me contuve de mostrarles uno de mis dedos mayores cuando gritaron eso. Un día de estos saldré a acosarlos con una cámara para que vean lo que se siente.

Entré rápidamente en el café dejando fuera a los hombres. Dejé caer mis hombros sintiéndome más relajado al ver que el lugar estaba desierto en el interior. Caminé hacia una de las mesas y me senté mientras me sacaba la gorra y los lentes, aspiré el delicioso aroma del café recién hecho. Miré alrededor a la vez que una alta chica pelirroja se me acercaba de prisa con una cálida y agradable sonrisa.

—Hola, Frankie —saludé a la chica cuando llegó a mi lado tambaleándose un poco por los enormes tacones morados que traía. Me declaraba fan de las chicas altas que usaban tacones gigantes, a mi parecer, lucían geniales.

—Dean, ¿cómo estás? —me preguntó mientras sacaba una libretita de su sobrio delantal verde, lista para tomar mi orden. Sonreí un poco observando sus ojos color café y las llamativas pecas que cubrían casi todo su rostro, las cuales le daban un aire un tanto inocente y aniñado, a pesar de que probablemente estaba en sus veintes.

—Estoy bien, gracias. ¿Y tú qué tal? —le respondí con calma mientras comenzaba a hojear el menú sobre la mesa. Sabía lo que iba a ordenar, pero me gustaba torturarme viendo las fotos de los postres que ofrecían.

—Muy bien. ¿Vas a querer lo de siempre? ¡Los croissants acaban de salir del horno, sí o sí debes comerte uno! —levanté la vista del menú al escucharla hablar con tanta efusividad, sus ojos brillaban con emoción. Hice una mueca y consideré su sugerencia por un milisegundo hasta que negué lentamente con la cabeza haciendo desaparecer toda la felicidad de su rostro.

—Quizás otro día, hoy solo tomaré un cappuccino —dije dedicándole una pequeña sonrisa y cerrando el menú, ella lanzó un dramático suspiro y asintió.

—Has dicho eso desde que nos conocimos —reconoció sonriendo un poco mientras guardaba la libreta sin siquiera haber apuntado la orden, me rasqué la nuca con un poco de incomodidad. Frankie no lo sabía, pero si me comía uno de esos croissants o cualquier cosa con harina... Nadie ni nada podría detener al monstruo que se desataría. Comenzaría con eso y terminaría comiéndome un pastel entero yo solo. —Volveré enseguida —asentí cuando dijo eso antes de retirarse rápidamente.

Miré alrededor. Lo que más me gustaba de este lugar era el hecho de que el único cristal que mostraba el exterior estaba en el techo, dejando pasar también la luz del sol. Como las paredes eran completamente cerradas, solo adornadas con posters y cuadros, nadie afuera podía ver el interior o tomar fotos. Todo el ambiente era muy privado.

Russian || MD 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora