Capítulo 04: Mouvements du destin

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Jacque

—No, ni lo sueñes —niego con la cabeza.

—¿Por qué no? Apenas iniciaron las vacaciones Jacque, no tienes planes para estos días —resopla—. Solo serán dos semanas. Te queda alrededor de un mes y medio para hacer el resto de las cosas que quieras —hace un puchero.

—Estas vacaciones trabajaré con papá. Ya me comprometí con él, lo siento, no puedo acompañarte —me encojo de hombros.

—No te creo —se cruza de brazos y hace un mohín.

—No es mi problema —contesto levantándome del taburete.

—¡Jacque! —chilla fastidiada—. Sabes que si no vas conmigo no me dejaran ir —suplica arisca.

—Sigue sin ser mi problema Layvenelli.

—Necesitarás de mi algún día Jacque y no estaré para ti. No me llames, ni me escribas. Porque no te responderé —se cruza de brazos molesta.

—Me llamarás tú primero antes de hacerlo yo —le guiño un ojo antes de voltearme hacia la nevera.

—¡Mourir idiot! —me tira una manzana a la cabeza a lo que respondo con un quejido—. ¡Eres un anciano atrapado en un cuerpo de veinte! —chilla y desaparece por la puerta.

Yo solo río ante su actitud infantil. Layve quería que la acompañara a un viaje que planeó con unos amigos que tenemos en común, dos semanas en una furgoneta. Ni sin culpa me apunto.

Ya me imagino la incomodidad, las peleas por diferencias y todos los problemas que suelen surgir en adolescentes llenos de hormonas y que actúan por emoción. No es mi ambiente y por más que la ame, no pienso sacrificar mi tranquilidad, no estaría cómodo y no disfrutaría ese paseo.

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—Mmmm —me quejo al sentir como interrumpen mi sueño.

—Jacque —me siguen moviendo.

Suspiro antes de hablar.

—¿Qué hora es papá? —pregunto aún con los ojos cerrados.

—Las seis.

—¿Y por qué me despiertas un martes de vacaciones a las seis? —pregunto incorporándome.

—Porque tienes trabajo —sonríe.

Frunzo el ceño.

—Que yo sepa no he solicitado ningún trabajo —respondo volviéndome a acostar en la cama.

—No —abre las cortinas a lo que respondo con un gruñido—. Pero le dijiste a tú hermana que ibas a trabajar conmigo.

—Eso lo dije para no acompañarla a ese viaje que planeó —digo tapándome la cara con la almohada.

—Lo sé —me quita la almohada de un tirón y vuelvo a gruñir—. Ahora te toca cumplir tú palabra.

Abro los ojos y me acomodo de medio lado para hablarle.

—No papá, creo que no has entendido yo dij...

—Te quisiste librar de acompañarla, lo lograste. Pero de cumplir con la excusa que inventaste no —hace una pausa—. Así que Jacque, tienes veinte minutos para estar abajo y no me interesa si te parece o no te parece. Te las tiras de muy maduro, pero a la hora de cumplir con lo que dices, no quieres cumplirlo. Si no lo quieres hacer porque te nace, hazlo porque te lo ordeno yo, tu padre.

—Papá... —ruego.

—Nos vemos abajo en dieciocho —dice saliendo de la habitación sin darme oportunidad de responder.

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