XI

30 13 0
                                    

Desde diciembre, la comunicación con Evan ha quedado relegada a casi nada. Las veces que hemos conversado son cuando, al llamar a casa, mi madre insiste en pasarle el teléfono para que lo salude. Las palabras que nos hemos dicho han sido bastante cortas. Un saludo más que todo diplomático y mucho silencio de por medio. La última vez que hablé con él, noté su voz extraviada y dolida. Sé reconocer ese tono porque lo he escuchado muchas veces.

Conforme han pasado las semanas desde esa última llamada, me siento más ansioso y distraído. No dejo de pensar en él, en todo lo que hemos dejado de hablar y en el dolor, un poco menos latente, que siento cada vez que recuerdo ese día que los encontré en mi cama. Han pasado cinco meses de eso, nueve desde que Ambuj inició su vida conmigo. No sé si los dos estemos preparados para ver a Evan de nuevo.

Justo ahora he dejado otra llamada sin realizar. Sinceramente, no sé cómo empezar esa conversación. Solo siento demasiado cada vez que pienso en mi hermano.

—Deberías llamar.

A mi espalda, la voz de Ambuj me causa escalofríos. Volteo para verlo y lo noto recién despierto, con el pelo alborotado. Estaba tomando una siesta cuando me levanté para hacer la llamada. Su ceño está levemente contraído y su rostro muestra una gran concentración pendiente de cada uno de mis movimientos.

Me separo del mesón y paso una mano a mi nuca, rascando un poco para liberar la tensión. En la pantalla de mi celular está la foto que nos tomamos Evan y yo antes de venir a Atenas a estudiar... la cambié hace unos días.

—¿A quién?

—Tú sabes a quién.

Ambuj se dirige al mesón y recoge un vaso de vidrio. Luego se acerca a la nevera y abre la puerta con bastante precisión. Jala la jarra de agua y vierte un poco dentro del vaso sin derramar nada. No puedo dejar de mirarlo cuando ejecuta esas actividades pequeñas, pero importantes, y maravillarme por cómo lo hace todo con tanta soltura. Con los ojos vendados, no soy capaz de ponerme bien una camisa.

—Lo extrañas —dice como si estuviera muy seguro de ello—. ¿Por qué no lo llamas?

—No sé de qué hablas.

—De tu hermano. —Bebe un poco de agua y voltea hacia mí, pegando su espalda a la nevera. Sus ojos no necesitan enfocarse en mí para hacerme sentir expuesto—. Tienes ya varios días balbuceando su nombre mientras duermes.

Miro el teléfono en mi mano con sorpresa. Pese a lo que me dice, es otra la cuestión que me invade al escuchar sus palabras. Tiene que ver con algo más, menos importante, pero más intrigante, al menos para mí.

—Ambuj... ¿Cómo sabes que tengo el teléfono en mano?

¿Cómo puede saber que buscaba llamar a Evan? Él separa el vaso de sus labios evidenciando no entender a qué me refiero. Se dibujan esas finas arrugas sobre su nariz, las mismas que aparecen cuando no es capaz de comprender del todo mis palabras o se concentra en hallar una respuesta. Yo sigo dándole vueltas a esa pregunta, porque no veo manera de que él pudiera saber que yo estaba a punto de llamar a mi hermano en este momento. No puede ver que tengo el teléfono conmigo.

Entonces, sonríe. Hay algo en la forma como lo hace que me permite imaginar lo que pasa por su mente. Es como un leve suspiro complacido y, a su vez, como una suave exhalación de alivio.

—Es que no lo sé. Es decir, no lo sabía hasta ahora que lo dices. —Encoge sus hombros y yo confirmo todo lo que necesito saber.

Miro el teléfono y la sonrisa de Ambuj. Siento como las piezas encajan, así sin más. Me acerco hacia él y no puedo evitar el impulso de pegarlo y sentirlo más cerca. Él abandona el vaso en el mesón justo antes de eso y me abraza con total empeño, apretando mi espalda y juntando su rostro sobre mi hombro.

Hijo de Payasos (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora