VIII

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He aprendido que la confianza es la base de todo. El ser humano adquiere sentido de pertenencia y compromiso cuando le damos confianza y algo valioso en sus manos. No lo noté, pero al momento de poner las frutas en sus manos, creé en él ese sentido de pertenencia en mi vida y en nuestra casa. Es ahora, cuando veo cómo avanza el cuidado de nuestro cachorro, que entiendo la amplitud de lo que un simple gesto de «creo en ti» puede lograr en una persona.

Después de tres semanas, nuestro perro recupera la vitalidad que un cachorro de su edad debería tener y se ha convertido en todo un dolor de cabeza. Ya se acabó dos de mis zapatos y, cuando nos descuidamos, verte todo lo que está en el cesto de la basura de la cocina. También ensucia en donde no debe y Ambuj ha tenido la lamentable experiencia de pisarlo distraído. Allí lo he visto apartarse para descalzarse, ir a la cocina por papel absorbente junto a una bolsa de plástico y volver al sitio donde dejó sus calzados sucios para limpiar el lugar, recorriendo en círculos hasta que sus dedos se topan con el excremento. Luego que lo desecha, termina lavando sus zapatos y el piso porque el olor le molesta, acompañado por nuestro perro que le agradece a lengüetazos por encargarse de esos menesteres.

Cuando llego de la práctica, el cachorro se emociona y comienza a correr y ladrar por toda la sala, todavía cojeando de su pata derecha. Se sube al mueble, ladra, pasa alrededor de Ambuj, de mí, y varias veces se resbala en el suelo. El veterinario me dijo que crecería mucho por el largo de sus patas. Espero que no tanto. Terminará tumbándonos de ser así.

Todas las tardes, antes de irme a las prácticas, lo saco a pasear con Ambuj. Nos cuesta mantenerlo quieto y evitar que se lastime la pata que está aún en recuperación; pero me las arreglo. Siempre que salimos, Ambuj me toma del brazo y se sujeta de la manga de mi camisa para saber a dónde ir, cuándo detenerse y cuándo girar sus pasos. Me agrada su cercanía, la forma en la que aprieta sus dedos para seguir agarrado a mí. Algunas veces, cuando me atrevo, rodeo su hombro con mi brazo y lo acobijo a mi costado.

Debido al invierno, esta mañana amaneció con el sol replegado en enormes sombras y nubes grises. Los árboles se sacuden por el viento frío y mis orejas están heladas. Sus manos, junto a las mías, juegan mientras estamos sentados en la banca y sigo con la vista el corretear de nuestro perro. Sus dedos me rozan suavemente y yo me dejo envolver por esa dulce sensación.

—¿Cómo lo llamaremos? —le pregunto ahora sumido en el recorrido que hace una hoja al caer del árbol.

—Mmm... no lo sé. Recuerdo que tuve una perra a la que llamé Budah.

—¿En serio? ¿Qué pasó con ella?

—No sé... supongo que murió... o la atropellaron.

—No fue en el circo...

Me hago una idea de cómo ocurrió: quizá fue algún perro sin hogar al que Ambuj le habrá dado comida un par de veces hasta que dejó de ir.

—No, en el circo me gustaba una mula, se llamaba Celestina y era española —me relata como si abriera un libro de cuentos—. Según me decían, ya era vieja y estaba cansada. La golpeaban porque no quería obedecer. Pero me gustaba estar con ella, peinarle su pelaje y hablarle.

Nos quedamos en silencio por unos minutos a la vez que escuchamos los sonidos que nos rodean: algunos ladridos, niños corriendo, madres caminando con la cena recién comprada. Nosotros nos rozamos las manos como si no nos diéramos cuenta de ello. Como si el sudor no se sintiera pegajoso y dulce a través de su tacto.

—¿Tuviste mascotas?

—Varias —murmuro con una sonrisa que no puedo desdibujar. Recuerdo a tres perros, una tortuga y cuatro peces—. A mamá, a Evan y a mí nos gustaba recoger animales y cuidarlos. Una vez, en un parque, conseguimos tres cachorros y los llevamos a casa; solo uno sobrevivió. Evan lo llamó Aquiles, estuvo con nosotros cinco años antes de que un carro lo matara.

Hijo de Payasos (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora