Extra

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Todoroki se despertó con el hueco de una ausencia en las sábanas y el paulatino levantamiento de su olfato percibiendo el olor apetitoso del desayuno.

Se talló los ojos para espantar los restos de sueño. Despertarse después de una ronda de sexo o, si bien, cumpliendo la copulación que le arrancó su preciada virginidad era extraño. Su cuerpo se sentía extrañamente liviano, ¿satisfecho, quizá? Tal vez tanto tiempo solo tocándose sin la palpación de alguien hizo su efecto. Aunque, para ser su primera vez, debía admitir que se trataron rudo. Él estaba consciente que no solo Bakugo secundó la rudeza porque bien que estaba delirando por ese trato, así que comprendió por qué cuando se paró una punzada atravesó sus caderas y se tambaleó debido a ello. Cómo no si Bakugo había molido dentro de él como si su polla fuera la fuerza de un maldito boxeador con noventa kilos de puro músculo acometiendo contra una bolsa de boxeo —la cual podría ejemplificarse con su próstata, por cierto—. Suspirando, caminó cojeando hacia la sala de estar.

Hoy era domingo, Bakugo tuvo que hacer el desayuno y marcharse porque ese día se ocupaba de limpiar su casa como el organizado acérrimo que era y que, de hecho, debía ser porque si no fuera por él sus aposentos serían un desastre de polvo. Apreciaba esos detalles por parte de Bakugo, empezó con reclamos de que él cocinaba terrible, de que su delgadez era claramente explicada por su pésima ingesta y que tenía que parar de regirse por restaurantes o iba a morir a punta de grasas saturadas. Con ese repertorio de excusas Bakugo se escudó para cocinarle cada que encontraba la oportunidad y él no se quejaba en lo absoluto: Katsuki era su cocinero favorito. Era admirable cómo destacaba en todo lo que desempeñaba, era imposible no sentirse conquistado. No cuando daba su brazo a torcer para consentirlo con soba o cuando intentaba que lo observara en sus competencias como un niño que quería impresionar a sus tutores.

Traspasó la isla de la cocina y casi se le fue el alma cuando vio a Bakugo friendo algún ingrediente de buen olor en la sartén. Claro, si hubiese prestado más atención a sus alrededores en vez de reflexionar visceralmente como solía hacer se habría percatado del sonido de algo friéndose, de los elementos de la cocina siendo manipulados y la notoria actividad culinaria.

Bakugo por fin reparó en él, quien patéticamente estaba rígido como un poste, con las pestañas casi tocando el párpado superior por la dilatación de sus cuencas y la boca semiabierta. Sin olvidar, por supuesto, que su torpeza mañanera era tan tonta como para levantarse así como se acostó: es decir, desnudo.

Bakugo sí estaba vestido, no como su torpe señoría. Él llevaba la ropa que portaba ayer antes de... eso, junto con el delantal que había comprado exclusivamente para él porque Todoroki casi nunca cocinaba y, justo como había alegado Bakugo, era terrible en la cocina. Era rosa pastel con fresas esparcidas, él lo había seleccionado no solo por su propia reseña positiva del diseño si no por el boceto de Bakugo que concibió: lo bonito que el cenizo combinaría con la suavidad de los colores, cómo ajustaría su estrecha cintura y cómo aplacaría su masculinidad para contemplarse más doméstico, más suave. Bakugo había aceptado el presente de mala gana y, aunque pudo haberse comprado otro de su preferencia y no impuesto egoístamente por él, cada vez que cocinaba se lo equipaba mansamente.

Bakugo dejó la estufa para apoyarse en la pared de la isla, cruzar los brazos, ladear la cabeza y verlo con una sonrisa malditamente ardiente. Casi se sintió fallecer. Maldita sea, esto era mucho para digerir en una simple mañana que, con su lentitud de recién levantado, su cerebro apenas podía indicar un actuar adecuado. Aunque claro, esa puta acción lo despertó por completo porque si no contenía la contemplación complacida de su genital tendría una erección a primera hora del día y por supuesto que no deseaba aquello. Suficiente testosterona secretada ayer, gracias.

—Vaya vaya, ¿qué tenemos por aquí? ¿Un ángel caído tratando de abducir mis deseos más mundanos? —habló y Bakugo claramente sabía lo que hacía al emplear astutamente la ronquedad de su tono. Rodó los ojos a cualquier punto que no fuera él, tapó el rojo de sus cachetes con una mano y con la otra tapó su parte. Se cuestionaba si huir sería la mejor opción pero sabía que se vería raro—. ¿Es costumbre que te pasees desnudo cuando no hay nadie? Mierda, desearía ser parte de ese espectáculo más seguido.

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