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Todoroki solía levantarse tarde los fines de semana, y quien lo señalara perezoso por su vagancia merecida lo consideraría el mismo Satanás por tan desatenta acusación ya que el resto de la semana se levantaba temprano, por obligación, para marchar a la universidad porque si no acudía con su asistencia puntual y receptiva estaría fallando en la obtención de información lo que conllevaría a incumplir con los trabajos que simulaban los escalones de la montaña que lo llevarían a la meta del título profesional para más tarde subsistir en una profesión y autosuplirse. Así que en teoría, no ir a las clases trascendería en que las emociones como la ansiedad o la angustia acosaran su cabeza como viles chupa-pensamientos que le ensuciaban las planeaciones, expectativas y la visualización de su futuro, también manchándole el autoestima y la reputación que se tenía a sí mismo como persona competente.

O tal vez, todo este revoltijo de pensamientos consecuentes eran producto de una justificación a su irresponsabilidad.

Una falta de compromiso a sus amigos, nada más y nada menos, las personas que lo querían, se preocupaban por él y estaban ahí una vez que todo se tornaba insoportablemente difícil. Victimizarse no serviría de mucho porque producía el efecto contrario, en vez de aliviarlo por la injusta auto-comprensión lo hacía sentir aun más culpable por las excusas que se daba a sí mismo, que ninguna era válida pues promesa era promesa.

Tras meditarlo un poco en su ensoñación —que le sorprendía que su cerebro maquinara así recién levantado— se irguió como un resorte y se vistió con la primera ropa decente que chocó con la racionalidad de sus ojos al abrir el armario, apenas pudiendo seleccionar a consciencia plena el conjunto de prendas.

Recogió las llaves de su apartamento junto con el celular y salió a la calle directo a pedir un taxi. Ahora dentro del taxi, con la mano soportando su cabeza en la que la frente distendida encubría una reflexión tardía debido a la activación abrupta del cuerpo que fue programado para unas mañanas tranquilas, donde ahora podía recopilar y reaccionar con la pausa que utilizaba todas las mañanas. Aún se paseaba entre las calles que sus ojos reflejaban por inercia pero que en realidad ignoraban el espacio por fijarse en el remolino interno cuando de repente la imagen de su destino tintineó en su conciencia. Pagó y se bajó del carro.

La cafetería One For All ha sido su cafetería favorita de todo el suburbio desde que le echó una probada y así se declaró por el resto de sus días. Y él, como amante, fanático y lunático del café, sabía la calidad con la que preparaban los cafés, estilizaban el local para lograr el efecto de airear esos granitos negros y hermosear la satisfacción que venía dentro de una taza espumosa. Incluso de tanto amor que le tuvo a esa cafetería efectuó una donación con una cantidad considerable de dinero al chantajear a su padre.

Por supuesto, tanta apreciación a la cafetería trajo consigo que los dueños del local se encariñaran con él, además de diversas razones como ser un cliente recurrente o estudiar ahí hasta tarde. El hijo del dueño le profesó especial cariño, al parecer por coincidir en edad. Esto también trajo otros beneficios, como enterarse que un estudiante de su misma universidad frecuentaba la cafetería así que, inicialmente por cordialidad, articularon un tema de conversación que inesperadamente se fue alargando hasta que las pláticas se hicieron parte de la estadía y la particularidad del lugar, o que también se añadiera al trío de amigos la chica que estaba saliendo con el hijo del dueño de la cafetería. Así se formó su grupo de amigos que ahora atesoraba porque desenterraba esa codiciada paz cada vez que gastaba tiempo en conversaciones, sonrisas y compañía fraternal.

Todoroki llegó notándosele casi en el temple un ápice de inquietud, con las cejas casi doblándosele y la comisura picándole por dejar translucir emociones. Los chicos ya estaban ahí, Midoriya y Uraraka teniendo su momento romántico cancelado e Iida negando reiteradas veces por su vergüenza y falta de iniciativa, no porque no lo desearan, sino por sus nervios indómitos.

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