Capítulo 5: Jane

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Durante el trayecto, Jane y su hermana mantienen una conversación ligera, pero yo me limito a escuchar, temiendo que mi voz traicione mi estado emocional

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Durante el trayecto, Jane y su hermana mantienen una conversación ligera, pero yo me limito a escuchar, temiendo que mi voz traicione mi estado emocional. Caminan tan elegantemente las dos, son como niñas de alta alcurnia que vinieron a dar justo en mis narices, y eso que mi nariz ya es bastante notoria.

Imaginaba que su edificio sería bastante fino, con guardia en la entrada, timbre para cada apartamento y cámaras de seguridad, pero no, era un edificio tan normal como el mío, solo que mucho más limpio.

Parecía que todo se desarrollaba en un misterioso juego de casualidades. 

Jane abrió la puerta del edificio, y como una inquisidora aficionada, mis ojos recorrieron cada detalle desde las escaleras de hierro, hasta las paredes grumosas, tratando de aprenderme el camino. 

Nuestro primer encuentro en la parada de autobús parecía ser una casualidad, pero el hecho de que vivamos cerca y vayamos a la misma escuela sin haber cruzado palabras antes es una incógnita que mi mente intenta descifrar mientras subimos una planta.

Con unas llaves, abre la puerta principal de su apartamento. Entra, y mientras avanza por el pasillo, quedo petrificada. Me siento como una intrusa que acaba de entrar en un mundo diferente. 

Pensaba quedarme estática en la puerta, pero preferí seguir su hipnotizante y convincente voz e hice lo que me pidió..

“Adelante, siéntate por favor. Mientras, buscaré el libro”.

Me invita a pasar a su apartamento, que está algo oscuro pero huele bien. Explica que sus padres no estaban, y no había rastro de gatos ni perros, solo un delicioso aroma a coco en el aire. El lugar parecía desolado, pero mis ojos se iluminaron al descubrir un hermoso librero.

Vaya orden en esta casa, madre mía.

"Ese libro me recuerda a uno de mis favoritos", comento señalando el libro: La sonrisa de las mujeres de Nicolás Barreau, buscando ese toque de conexión entre nosotras. "¿Tienes algún autor predilecto?"

Jane sonríe, y su respuesta resuena con una chispa de complicidad. "Hay algo especial en perderse en las páginas de un buen libro. Aunque tengo que admitir que a veces prefiero las historias en la vida real."

Mis mejillas probablemente adquirieron un tono más cálido, pero seguí adelante con la charla, dejando que la picardía bailara en el aire de manera sutil e imperceptible.

Desviando la tensión drásticamente, ella me comparte con entusiasmo su amor por los libros de superación y autoayuda, mencionando títulos como "El Monje que Vendió su Ferrari" y "El Vendedor Más Grande del Mundo". Aunque estos no eran precisamente mi género literario preferido, sí que los conocía y los había leído. 

Cuando finalmente, lo encuentra, se acerca a mí con el libro en mano y me lo entrega dibujando una sonrisa en sus labios carnosos. Poco a poco, siento que el nerviosismo inicial se disuelve. A medida que charlamos me doy cuenta de que Jane es genuina y amable.

Intento parecer agradecida mientras asiento ante la confirmación de que el libro era el correcto, pero una pregunta se cula en mi mente, una curiosidad indiscreta y un poco bastante bizarra: ¿Cómo será su habitación? No sé si sea demasiado sádico pensar eso.

Qué boberías imaginas Rebecca, será mejor que te vayas a casa.

Al despedirnos, Jane me acompaña hasta la puerta, mi corazón sigue ladrando cual perro sin bozal.

“Que estés bien Rebecca, un gusto.”

“Te lo devolveré, lo prometo”, digo saliendo sin prisa, sintiéndome realizada.

La tarde se despide con una sensación agradable mientras camino de regreso a mi casa. ¿Quién iba a imaginar que un simple libro desataría una experiencia tan intrigante?

Reposaba al fin en mi litera, sumida en el silencio de mi habitación. La extraña falta de reprimenda de mi madre tras mi regreso tardío de la casa de Jane persistía en mi mente. 

Volverla a ver me confirmó que la atracción que sentía hacia ella era innegable, ya no me cuestiono al respecto. Sin embargo, esa pequeña voz interior sugeria que tal vez eso no estaba bien. 

En mi escuela, las chicas que desafiaban las normas convencionales eran escasas, y el paisaje emocional estaba dominado por relaciones heteronormativas y los enredos típicos de la adolescencia.

En mi vida, donde todo parecia girar en torno a hormonas desbordantes, noviazgos y el terreno del sexo, las ideas que ahora fluyen dentro de mí eran nuevas y desconocidas. Jane ha desencadenado una corriente de emociones que antes ni siquiera se habían pasado por mi cabeza.

¡Ya basta de tanto pensar!

Dejo que mi mente divague por caminos intrincados y me topo con su imagen.

Jane. 

Su presencia se filtra en mis pensamientos, y en la penumbra, sus ojos penetrantes y su sonrisa cautivadora se hacen más reales. Mi cabello suelto acaricia mi piel, y la suavidad de la camisa de tiras y el pantalón corto acentúan la sensación de proximidad.

Cierro mis ojos, dándome permiso para sumergirme en la fantasía. Jane, como una sombra juguetona, se desliza por mi cama. Mis manos, ávidas de ilusión, exploran mi cuerpo. Con la palma de mi mano acaricio mi cuello y lo llevo lentamente hacia mi pecho, creando una conexión efímera con la imaginaria complicidad. Susurros íntimos se cuelan entre mis labios, mezclándose con la melodía de placer que solo mi mente puede escuchar. Cada roce imaginario se vuelve más intenso, marcando un compás íntimo. La almohada, cómplice silencioso, se transforma en testigo de mi danza solitaria. Mis gemidos se elevan en un concierto privado de emociones.

Sin previo aviso, la realidad se precipita con la luz abrupta, cortesía de Billy, quien irrumpe en mi santuario. Mis manos, antes exploradoras, se separan en un gesto apresurado, y mi rostro se tiñe de un rubor incontrolable. La intimidad tejida en mi mente se desvanece ante la cruda realidad, dejándome expuesta ante la vergüenza de ser descubierta en mi instante más privado.

Billy, aparentemente sorprendido, rebusca algo en su gaveta, pero en vez de cuestionarme, se centra en sus propios asuntos. No sé si ha notado algo o si logró escuchar más de lo que quisiera. Mi hermano es experto en ignorar incómodos momentos. 

¿Quizás es su manera de darme espacio? Nuestros ojos chocaron por un instante, y su gesto indiferente no me dice si está al tanto de mis secretos recién descubiertos o simplemente está siendo Billy, el rey de la ignorancia selectiva.

¿Mis susurros me delataron? Tal vez. La oscuridad vuelve, y se tira en la cama como si nada hubiera ocurrido, apagando la luz, como si mi privacidad no hubiera sido vulnerada.

Azares del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora