Cinco

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—Creo que es la persona con las defensas más bajas que he conocido alguna vez, Armando, ¿pero sabe qué es lo peor?, lo peor es que usted lo sabe y sigue sin cuidarse.

El moreno hizo un pequeño puchero —ya no me regañes... me siento muy mal —tosió contra su brazo.

—Bueno, bueno, tome y trate de descansar un ratico, ¿si?, luego vuelvo a cambiarlo, así le baja la fiebre —colocó un trapo húmedo en su frente y lo cubrió con una manta.

Armando murmuró un —mhm —asintiendo y poco a poco cerró los ojos— pero no te vayas, Mario.

[...]

—Llegamos.

Armando abrió los ojos de repente, confundido... solo había estado recordandolo, otra vez.

—Gracias por traernos, Daniel, ¿no te gustaría quedarte a cenar? —preguntó Margarita mientras bajaba.

—Me encantaría pero tengo una reunión con el embajador, creo que tendrá que ser otro día —Daniel le dedicó una pequeña sonrisa y luego miró por el retrovisor a Roberto, que ayudaba a bajar a Armando.

—Está bien, sabes que esta también es tu casa.

—Te veremos pronto, muchas gracias por todo, Daniel —volvió a agradecer Roberto— vete con cuidado.

—Sí, cuídense también —dió una última mirada a Armando y luego se marchó.

[...]

—Solo me quedaré hoy, mamá, no tienes que preocuparte por eso.

Margarita había comenzado a desocupar el armario de la que había sido su habitación alguna vez, con el propósito de que Armando pudiera poner algo de su ropa en los estantes, hasta que este la detuvo.

—Armando, piénsalo bien, estando aquí puedo asegurarme de que estés tomando tus pastillas y consumiendo el suficiente hierro, no puedes volver a tener un desbalance así, sabes que es muy peligroso.

Armando rodó los ojos —voy a estar bien, me cuidaré bien, puedes estar segura que no me interesa volver a un hospital en mucho tiempo.

—No lo sé... tuviste suerte de estar fuera cuando te desmayaste, ¿qué hubiera pasado si hubieras estado solo en tu apartamento?, ni siquiera nos habríamos enterado de tu condición.

Armando guardó silencio, no tenía ánimo de pelear con su madre tampoco.

—Ah, agradezco tanto que Daniel estuviera allí con ustedes, no se cuánto habrían tardado en encontrar un donante si no. ¿Necesitas más mantas?.

—Espera... ¿qué dijiste mamá? —Armando arqueó ambas cejas.

—¿De qué?.

—¿Daniel fue quien me donó sangre?.

—Oh sí, necesitaban la sangre de urgencia pues habías tenido la descompensación y en ese momento tu padre y yo apenas habíamos salido para el hospital, Marce no es compatible y Daniel estaba ahí.

Armando entrecerró sus ojos escuchándola con atención.

—Mm, ya... no tenía idea, gracias por contarme, eh, ya estoy bien por si deseas ir a descansar, yo... trataré de dormir.

—Bueno, hijo, cualquier cosa nos llamas —Margarita le sonrió antes de apagar la luz y salir de la habitación.

Claramente era la más feliz, pues tenía a su hijo cerca nuevamente. Armando mientras tanto estaba cansado, y sobre todo, triste, hace mucho no estaba tanto fuera de su hogar, porque todo ese tiempo se había negado a dejar aquel lugar por los recuerdos que tenía de él, que tenía con él, en ningún lugar se sentía como en su departamento, tan cálido.

—¿Qué fue lo que pasó?.

Armando abrió los ojos con emoción y sin perder tiempo prendió la lámpara del mueble alado de su cama.

—Pensé que se había ido para siempre —Armando se abalanzó sobre el castaño, abrazándolo con fuerza— lo extrañé tanto...

Mario lo abrazó de igual manera —pensé que eso era lo que quería... pero sentí algo raro, sentí que estaba mal y me preocupé, ¿qué hace aquí?.

Armando se escondió en su cuello y negó —nada, solo... fuí a la empresa y me comencé a sentir algo mal, entonces me llevaron al hospital, pero estoy bien.

—Fuiste a la empresa —Mario sonrió, sorprendido— ¿pero cómo que te sentiste mal?, ¿qué dijo el doctor?.

—No mucho, solo fue la presión...

Mario entrecerró los ojos poco convencido, e inspeccionó la habitación con la mirada, hasta encontrarse con un bote de pastillas, se separó delicadamente de Armando y caminó hacia el bote.

—¿Ferricol? —Mario arqueó una ceja— suplemento de hierro... ¿Armando, es anemia?.

Armando bufó —¿por qué no me creíste?.

—Mi amor, te conozco mejor que a la palma de mi mano... —Mario caminó de vuelta a su lado y se sentó para tomar su barbilla— me alegra demasiado que salieras de casa, pero siento mucho que esto pasara, me dijiste que no estabas descuidandote... ¿cómo pudo pasar?

—...Desde que te fuiste no he podido comer bien, no duermo, no funciono bien, te necesito, Mario, y esa es la única verdad —Armando agachó la mirada.

Mario depositó un beso en su frente.

—Creo que desde que volví, así, no hemos podido hablar, Armando... pero yo quiero disculparme por haberte dejado antes de tiempo.

Armando negó mucho —no te culpo, Mario... no fue tu culpa, simplemente...

Mario lo detuvo tomando su mano con delicadeza —lo sé, pero yo te prometí que estaría siempre a tu lado, y no lo cumplí, me fuí antes de tiempo y eso es lo que lamento —abrazó a Armando contra su pecho— pero tú debes seguir, yo estaré siempre cuidándote desde donde sea que esté, pero tú, tú debes seguir cuidándote aquí, disfrutando de la vida, sé que es difícil, pero también sé que poco a poco te repondrás, mi vida... simplemente no te aisles, hay mucha gente que te aprecia, tu familia, Marcela, los empleados, Ecomoda te necesita, ¿podrías intentarlo al menos?, por mí...

Y Armando no pudo controlarse otra vez, las lágrimas empezaron a correr.

—P-pero no te vayas, Mario.

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