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Jenna y Emma se casaron, y se consolidaron como pareja. Estaban muy enamoradas, y se llevaban muy bien.

Se respetaban, se comprendían, se apoyaban, se divertían, se querían... Pero también eran conscientes de que no eran la misma persona, de que tenían sus propias identidades, sus propios gustos, sus propias aficiones, sus propios proyectos.

Y querían seguir creciendo, seguir aprendiendo, seguir disfrutando, seguir siendo ellas mismas.

Así que empezaron a autoafirmarse, y a explorar sus intereses personales.

Jenna se apuntó a un curso de pintura, donde perfeccionó su técnica y conoció a otros artistas.

Emma se inscribió en un club de fotografía, donde amplió su portafolio y participó en exposiciones. Ambas se dedicaron tiempo a sí mismas, a hacer lo que les gustaba, a sentirse realizadas.

También se dieron espacio para estar con otras personas. Jenna quedaba con sus amigas de la universidad, con las que iba al cine, al teatro, a tomar algo.

Emma salía con sus compañeros de trabajo, con los que practicaba deporte, jugaba al billar, iba de karaoke.

Ambas se relacionaban con otros, se reían, se lo pasaban bien.

Pero Emma empezó a sentir celos, y a desconfiar de ella. No le gustaba que Jenna pasara tanto tiempo con sus amigas, que se riera tanto con ellas, que se divirtiera tanto sin ella. No le gustaba que fuera tan buena pintora, que tuviera tanto éxito, que recibiera tantos elogios. No le gustaba que Jenna fuera tan independiente, tan segura, tan feliz.

Emma empezó a reclamarle más atención, más cariño, más exclusividad. Empezó a criticarle sus gustos, sus aficiones, sus proyectos. Empezó a controlarle sus llamadas, sus mensajes, sus salidas. Empezó a hacerle escenas, a reprocharle cosas, a insultarle.

—¿Dónde estabas, Jenna? Te he llamado mil veces, y no me has contestado. ¿Con quién estabas? ¿Qué estabas haciendo?— le preguntó a Jenna, cuando llegó a casa.

—Estaba en el curso, amor. Te lo dije esta mañana, que hoy tenía clase. No te he contestado porque estaba pintando, y no podía atender el teléfono. Estaba con mis compañeros, haciendo un trabajo en grupo. No estaba haciendo nada malo.

—No me mientas, Jenna. Sé que estabas con otra, que me engañas, que no me quieres. ¿Quién es ella? ¿Es una de tus amigas? ¿Es una de tus profesoras? ¿Es una de tus admiradoras? ¿Qué tiene ella que no tenga yo?— le dijo Emma, enfadada.

—No te entiendo, Emma. No estoy con nadie, no te engaño, te quiero. No hay ninguna otra, solo tú. Eres la única, la mejor, la que más quiero. ¿Por qué dices esas cosas? ¿Por qué me tratas así?

—No me engañes, Lucía. Sé que me eres infiel con una de tus amiguitas, o simplemente para ti soy eso, una más de tus amigas.

—Claro que no, te voy a mostrar que no hago con mis amigas.

Jenna la tomo por los muslos, sentándola sin esfuerzo alguno sobre la mesa de la cocina. Atrapó su lengua entre sus labios, chupando tentativamente, deleitandose con su sabor y los constantes gemidos que causaba en ella. Las manos de Emma se encontraban en la parte trasera de su cabeza, enredandose en su cabello e impidiendo que sus labios se apartaran un milímetro.

Un jadeo escapó de los labios de Emma, la presión que hacia la rodilla de Jenna en su entrepierna a propósito la llevo a sumergir sus mano por su espalda debajo de su blusa, acariciando la piel de su amada libremente, hasta topar con el broche del sujetador. Jenna unió sus labios una vez más, ansiosa del contacto, maravillada por la sensación de hormigueo en la piel por donde su esposa pasaba sus dedos.

Su rodilla volvió al mismo juego de tentar a Emma, esta vez causando que esta le mordiera el labio para contener un gemido.

—Jenna— Emma la apartó ligeramente, pero la chica estaba demasiado esmerada en volver a juntar sus labios —Jenn— reclamó en un jadeo.

—Dime.

—No pares.

—¿Y quién dijo que vamos a parar?

Emociones | JemmaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin