Cataclismo

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Los nervios apenas dejaban respirar a Seher, que miraba desde la puerta de entrada de la Mansión a Baran presentando a la tribu Karabey a su esposa. Su corazon martilleaba muy fuerte dentro de su pecho, aún se preguntaba qué estaba haciendo aquí con una multitud a pocos pasos. Su situación le aconsejaba discreción, lo sabía, pero... solo había un motivo que le había hecho venir a Mardin y enfrentarse a ser reconocida.

Él.

Kerem.

Ese hombre le había nublado el juicio. Todavía sentía sus manos en su cuerpo, su aliento en su cuello, y cada caricia de esa noche que se habían amado. Y tembló. No podía resistirse a él. Pese a que esa misma mañana ambos habían discutido porque él quería llevarla de su mano a la cena de gala Karabey. Pero ella... bueno... tenía motivos de peso para no ir. Dilan lo entendería, era la única que sabía porqué se había refugiado en los confines de Mardin. Pese a su accidente, ella misma se lo había contado en el hospital junto a parte de su historia antes de que Baran y Kerem apareciesen en Mardin.

Sin embargo, ahí se encontraba en medio de una de las calles empedradas y tenuemente iluminadas de la ciudad, con un hermoso vestido gris de raso de espalda descubierta, que llevaba años en el armario y su salvaje cabellera azabache suelta mientras contemplaba vacilante el interior del patio de la preciosa Mansión Karabey. Había llegado a ese portón con enormes dudas y ahora... era incapaz de traspasarlo.. el miedo atenazó su interior. Y recordó.

Cuatro años antes...

Seher yacía seminconsciente en el suelo de su habitación. El hombre que decia amarla había destrozado no solo su cuerpo por la cruel paliza, sino también sus sueños y su corazón. Estaba rota. El único pensamiento coherente que tuvo fue que debía huir, esconderse y no volver a mirar atrás. Renunciar a sus logros, su trabajo y la vida que había formado en Ankara, dolia, pero la humillación de ser sometida por esa bestia, dolía más.

Seher nunca fue una mujer débil. Abandonada por su madre al nacer, había vivido en diversas casas de acogida hasta que fue adoptada por una encantadora pareja que la amaron más que a nadie, sus padres, la habían criado fuerte pese a tener profundas cicatrices de una dura infancia. Y la enseñaron que el amor puede con todo. Ellos fueron quienes la salvaron. Y pese a su muerte en un accidente de tráfico un año antes, se agarró a sus enseñanzas y la fuerza con la que la educaron para levantarse a duras penas del duro suelo. Era consciente que estaba absolutamente sola, sus padres no tenían parientes vivos que pudieran ayudarla, y la única amiga de verdad que tenía estaba en Estambul, demasiado lejos para ayudarla. En sus 22 años de vida había sufrido la pérdida y el abandono pero jamás iba a permitir que un hombre volviese a tocarla. Sería la primera y única paliza que le daría ese bastardo.

Hizo una pequeña maleta.

Y se marchó.

Se prometió a sí misma que jamás volvería a verla. Y cumplió.

**********

Seher, con el temor reflejado en los ojos, se dió la vuelta, no podía arriesgarse más a ser encontrada, valoraba demasiado la vida por la que había luchado tanto al llegar a Mardin pero esta vez, la batalla entre la mente y el corazón que se libraba en su interior fue ganada por la razón.

Hasta que lo vió a él detrás de ella.

Un muro. Una fortaleza. Un hombre que le había gritado que nunca más estaría sola. Y se perdió en sus ojos azules. No sabía en qué momento ese hombre se había convertido en alguien tan especial para ella, pero ahora... sabía que ya no podría vivir sin su risa. Lo vio acercarse sin despegar su mirada de la suya, el magnetismo que irradiaba era inmenso y ella apenas podía respirar, le agarró posesivamente por la cintura y la arrimó hasta él perdiendose en su olor y notó su mano acariciando su espalda desnuda, se había convertido en un incendio con el simple roce de sus dedos sobre su piel desnuda. Y él... se fue acercando al lóbulo de su oreja, para besarlo con ternura...

KaderWhere stories live. Discover now