14. s.

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Cuatro días. Tan solo bastan noventa y seis horas para que alguien se te meta debajo de la piel, te cale los huesos y te robe el sueño. Para que te envenene la mente y ese veneno a pensar en él mañana, tarde y noche. Como un parásito del que ni siquiera quieres deshacerte.

Porque te gusta pensar en él.

Y es que ahora me descubro con las manos en la masa, mirando otra vez de reojo si hay luz en su habitación, si puedo hallar su silueta tras la ventana. En silencio por si decidiera tirar alguna piedra para llamar mi atención para así tenerme delante de él. Sin embargo, si me preguntáis, mis labios dirán que solo quiero devolverle su fiambrera, la cual reposa sobre mi pecho mientras intento conciliar el sueño. Tumbada en la cama con la vista clavada en el techo una vez más, mis dedos recorren sin descanso el plástico azul y la cordura me abandona, dejándome con un corazón ilusionado que aún no ha aprendido a callarse.

¿Qué cojones me pasa?

¿Es eso lo único que hace falta para embelesarme? ¿Que me hagan el desayuno? ¿Un bocadillo y una mandarina? ¿Nada más? Si es que soy patética. Una imbecil.

¿Por qué no puedo dejar de pensar en él?

¿Será acaso normal ser compungida por un nudo en la garganta cuyas raíces me arrebatan el poco aire que me queda? ¿Y este sudor frío que reina en mis manos y se desliza por mi espalda cada vez que cruza las calles de mi mente? Y no puedo evitar mencionar esa sonrisa embobada que pinta en mi cara cada vez que sus ojos se clavan en los míos con esa intensidad que creo poder palpar a mi alrededor. Esa mirada que se apodera de toda pizca de fuerza que guardo, provocando que me tiemblen las piernas y mi boca me falle confundida. ¿Y qué me decís de esa sensación cálida y amable que me arropa con paños de seda cuando sus dedos rozan mi cuerpo? ¿Qué demonios es ese hechizo con el que me ha maldecido?

Desde que nuestros senderon se volvieron uno, me sorprendo con mil preguntas revoloteando por mi cabeza, deshaciéndose de esas telarañas que la decoraban y, sin embargo, criando flores emponzoñadas cuyas espinas apuñalan el interior de mi mente. Lo más irónico es que mi corazón se ha permitido ser embelesado por esos colores llamativos que visten y ese olor tan familiar, ya que no parece importarle en lo más mínimo esas gotas de sangre que cubren las paredes. Ese miedo en la punta de la lengua cada vez que se acerca. Esa pena siempre que la nombra. Esas ganas de que me trague la tierra en cuanto escucho su voz.

¿Es normal?

Porque si así es, menuda mierda. Tan seguro como que el Sol saldrá mañana, que si fuera posible, me arrancaría la piel a tiras para sacarle de ahí. Sí, si mi alma no estuviera tan obsesionada con el verde esperanza de sus ojos y ese lunar en su mejilla derecha que parece un hoyuelo cuando sonríe. Hipnotizada por la forma en la que su pelo largo cae y traza la silueta de su cara cuando está mojado. Por esos comentarios impertinentes que aún así siempre consiguen hacerme reír. Y esa forma tan suya de desquiciarme. Sí. Si mi alma no se dejara embaucar por su voz como si se tratara del canto de una sirena, entonces. Entonces podría sacarle de ahí.

Venga, escríbele.

Pero entonces pensará que le estoy esperando.

Es que le estás esperando, Soledad.

No. A ver. Solo quiero devolverle su fiambrera.

¿Entonces le escribo?

Sí.

Solo un mensaje.

Y si no responde, que le den.

¿Estás en casa?"

Enviado.

Me está llamando.

¿Por qué me llama?

Si estás leyendo esto, perdóname.Where stories live. Discover now