Había estado esperando que la llamen a arrodillarse ante él, en varias ocasiones la desesperó la idea de que se estén demorando demasiado. Imaginó que Aemond pudo haber intervenido, pero pronto Aegon iba a querer oírlo de ella misma, verla arrodillada y jurar ante él que sería leal a él y a nadie más.

─No lo hagamos esperar.

La voz irónica de Eireene no pasó desapercibida por ninguno, pasó junto a ellos y caminó en dirección a la Sala del Trono mientras volvía a procesar mejor cuál decisión le convendría tomar. Si escogía ser leal a su hermana significaba arriesgarse a ser encerrada por el resto de su existencia, pero al mantenerse leal a su familia y ayudarlos a ganar una posible guerra, utilizando el poder político de su lado, significaría una pequeña reducción del caos que podría desatarse y evitar muchas cosas. Empezaría con que Daemon no lleve las riendas del asunto. 

No era una decisión sencilla. Pese a todo lo vivido, Eireene deseaba respetar los deseos de su padre y ese siempre fue que Rhaenyra asuma después de él. No Aegon, no Aemond, ni siquiera ella. La mayor, su primer hija, era quien debía sucederle.

Al entrar en la sala del Trono, lo vio sentado allí en su máximo esplendor, Aegon estaba disfrutándolo más que nadie. Con un atuendo negro de cabeza a pies y la corona del Conquistador en su cabeza, parecía que finalmente se sentía a gusto con ser parte de su familia. Aemond se encontraba ahí, acompañado por Helaena que llevaba su cabeza baja sin alzar aún oyendo los pasos de Eireene, su madre que la veía con una leve expresión de preocupación y temor, incluso Otto parecía verla con precaución. Eireene se colocó frente a ellos, dejó de prestar atención a los miembros de su familia y observó a su hermano mayor. Solo a él.

─Aegon.

La voz de Eireene carecía de emociones, no había nada allí. Lo veía con el orgullo que todo Targaryen poseía, con la característica mirada juguetona y provocativa de los dragones.

Aemond sintió deseos por postrarse junto a ella, mostrar que eran aún una pareja fuerte y leal al otro. Pero no tenía certeza de que aún lo fueran, incluso si él lo deseaba con todo su corazón.

─Hermana, te perdiste mi coronación.

Pese a que intentó sonar triste por la ausensia de su hermana menor, a Eireene le parecía que no le importó demasiado. No cuando tuvo tanto público aplaudiéndole como si fuera algún nuevo Dios. La chica le mostró una sonrisa nada simpática. 

─Mhm, ha de haber sido emocionante. ¿Te gustó cómo celebraron por ti? ─preguntó, viéndolo─. Del mismo modo festejaron cuando Rhaenyra fue nombrada heredera.

─Y aún así, soy yo quién se sienta en el Trono ─respondió, burlón y con actitud petulante.

─No por mucho si haces las cosas mal ─replicó la menor.

Aegon la observó con la misma expresión de enojo que siempre aparecía cuando era derrotado en un intercambio de palabras. A Eireene no le hizo falta que nadie lo confirmara, había perdido su paciencia así de simple. La menor le mostró una sonrisa encantadora, siempre había obtenido lo que quería cuando sonreía de esa manera, doblegaba a hombres a hacer su voluntad sin siquiera hacerlo intencionalmente. Todos, incluso él, caían ante su maldita belleza. Aegon estaba seguro de que la detestaba porque era consciente de lo que provocaba en él, pero la detestaba aún más por siempre escoger a Rhaenyra y nunca a él. Si no podía conseguir su lealtad, entonces no había opción más que hacerla temerlo.

─Quiero que seas mi Mano.

Eireene lo observó como si hubiera perdido la cabeza. No esperó que él se lo pida, esperaba que su madre le ruegue porque acepte la posición y no deje los reinos en manos de Otto otra vez.

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