El muchachito de cabello blanco

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Con un arma en cada mano, Lori completaba la exploración del que había sido uno de los barrios más marginados de Royal Woods. Hacía mucho tiempo que el centro comercial y todas las tiendas de conveniencia habían sido totalmente saqueados, y ya no había nada que encontrar allí. Pero siempre era posible encontrar cosas útiles en varias pequeñas droguerías, casas particulares, y tiendas tradicionales de los barrios de migrantes establecidos. El abuelo les había enseñado a buscar en todos los escondrijos, y muchas técnicas para encontrar puertas y depósitos ocultos.

Ellos mismos habían saqueado gran parte de la ciudad; y por ello sabía que, buscando con cuidado y detalle, siempre se podía encontrar alguna cosa más. En esta ocasión, ya se había hecho de suministros bastante útiles, como una gran caja de barras de chocolate con leche, varios pequeños botiquines, herramientas, paquetes de vendas, frascos de vitaminas, analgésicos, y un depósito bien abastecido de reemplazos de comida para atletas.

Cuando encontró los reemplazos de comida se alegró, pero a la vez se puso muy triste. Recordó a la pequeña Lynn: la soberbia deportista y maravillosa tiradora. La valiente luchadora que había acabado con tantas amenazas a la seguridad de todas... Hasta que enfermó, y la llama de su vitalidad se extinguió para siempre.

¡Todas sus hermanas habían sido tan valientes! Incluso Leni, la única que jamás mató ni luchó contra nadie.

Se rehízo rápidamente: aquel día no había tiempo para la nostalgia. Las medicinas y los reemplazos de comida habían caducado desde hacía años; pero su abuelo les enseñó lo que los Marines y los científicos de la Armada sabían desde hacía mucho tiempo: las fechas de caducidad de las medicinas y alimentos secos y enlatados no eran nada confiables. Tenían un margen de error de varios años. Y en un clima tan frío como el que ahora reinaba en el mundo, todo duraba mucho más: bastaba con mantenerlo seco.

Aún le faltaban algunos antibióticos, y sobre todo, cubrebocas. Ya había encontrado unos cuantos, pero no eran suficientes. No quería emprender la marcha sin tener una buena dotación. Intuía que al llegar a las partes más meridionales del Medio Oeste de los Estados Unidos, encontraría enormes bancos de cenizas dispersas en el suelo y el aire.

Varias horas después, sus esfuerzos se vieron coronados con el éxito. Encontró una buena provisión de cubrebocas en una pequeña casa, un tanto apartada de las demás. Era un paquete de cien cubrebocas de excelente calidad, y apenas faltaban unos cuantos.

Lori los revisó. Estaban secos y libres de hongos. Sin duda le ayudarían a sobrevivir en el hostil ambiente al que se enfrentaría en su viaje.

Estaba tan absorta que cuando escuchó los pasos, el sonido estaba ya muy cerca de ella. Enseguida se arrojó al suelo, apuntando en dirección del sonido; con el arma lista para disparar.

Miró en todas direcciones y volvió a escuchar los pasos escaleras arriba.

Quizá debió huir de inmediato, pero temía que un francotirador pudiera dispararle en cuanto saliera de la casa. Si iba a morir ese día, prefería hacerlo enfrentando el peligro.

Metió los cubrebocas en su maleta y recorrió la casa sigilosamente; midiendo cada paso y mirando en todas direcciones. Se asomó con cuidado por el hueco de la escalera, y gracias a esa precaución, detectó justo a tiempo el objeto que le arrojaron desde lo alto.

Lo esquivó por una fracción de segundo. Era un objeto frágil, que se hizo añicos contra los escalones.

- ¡Lárgate! ¡Vete de aquí! -escuchó que le gritaban, a la vez que le arrojaban otro objeto que apenas logró esquivar.

- ¡Maldito, hijo de puta! -gritó la muchacha, al tiempo que disparaba contra su agresor.

- ¡Ayyy!

Lori escuchó el grito de miedo, o de dolor; y luego los pasos rápidos que se alejaban.

Eso lo decidía todo: ya no era posible huir. Prefería enfrentar lo que fuera, a que le tendieran alguna trampa mientras huía. Subió las escaleras extremando precauciones. Era obvio que su atacante no tenía armas ni munición de ningún tipo, porque le hubiera disparado desde el principio. No tuvo ninguna dificultad para llegar al cuarto en donde se perdió el sonido de los pasos.

La puerta estaba entreabierta, y Lori vaciló. Aquello tenía todo el aspecto de una trampa. Se detuvo, y posiblemente sus precauciones le salvaron la vida.

El ataque vino desde un costado. Lori alcanzó a distinguir el movimiento y el ligero brillo del arma que se dirigía hacia ella. Y tal como le había enseñado su abuelo, aprovechó el impulso de su atacante para tomar su brazo y proyectarlo brutalmente contra el piso.

Desde que lo tomó del brazo, notó que algo andaba mal.

El brazo era muy delgado y el cuerpo, demasiado ligero. No podía ser una persona adulta. Apenas terminado el movimiento, se volvió para ver a su atacante y acabar con él. Pero tuvo que ahogar un grito cuando se dio cuenta de lo que había hecho.

Su atacante era un niño. Apenas un poco mayor que su hermanita Lynn, cuando falleció.

***

No tuvo valor para abandonarlo.

Era evidente que el pequeño lo atacó por las mismas razones que ella: buscaba sobrevivir a toda costa. Luchar por su vida hasta el final.

No tenía manera de comprobar su edad, pero era seguro que no tenía más de diez años. Quizá incluso menos, era imposible saberlo. Estaba tan delgado y mugriento que de seguro parecía más pequeño de lo que era.

El chico se estaba muriendo de hambre. No había alimento alguno en toda la casa. Lori se aseguró de ello después de atenderlo, y registrar cuidadosamente hasta el último rincón de la vivienda.

No se arrepentía de lo que había hecho: era legítima defensa en un mundo lleno de amenazas y muerte. Pero cuando lo miró con cuidado, se sintió mal por haberlo atacado. A pesar de su delgadez y suciedad, el muchachito le pareció muy lindo y extrañamente familiar. Así que venció su primer impulso, que fue dejarle comida, agua, y abandonarlo a su suerte.

Simplemente no podía irse. La cara de chico la llenaba de una paz que hacía mucho tiempo no sentía. Había algo especial en él: era una inmoralidad abandonar a un angelito como ese.

¡Le recordaba tanto a su hermanita Luan! De no haber sido por su cabello blanco...

Lo tomó delicadamente y lo llevó a una vieja y polvorienta cama con algunas mantas. El niño no tenía heridas visibles; seguramente despertaría de un momento a otro.

Lori apartó un poco de comida para él; abrió una barra de chocolate con leche, y la devoró mientras montaba guardia.

The Loud House: SobreviviremosWhere stories live. Discover now