Telepatía

737 75 14
                                    

Si hay algo que Tony odia es el silencio. Así que a pesar de lo mucho que le gusta leer y aprender, la biblioteca no es, en absoluto, su lugar favorito del mundo. Pero no puede evitarlo, no esta vez. Se ha tenido que quedar a estudiar con sus amigos. Él no lo necesita, si es honesto, está seguro de poder con el examen sin siquiera mirar sus apuntes; es ese tipo de persona con suerte. Sus amigos, por el contrario, necesitan unas horas extras, estima él, para alcanzar un puntaje meramente aceptable. Para facilitar las cosas, ahí está él, para despejar las dudas y en mayor medida, acompañarlos y no ganarse un poco de enemistad de su parte, quiero decir, la amistad, muchas veces, implica sufrir juntos. En fin, mientras ellos sufren con los libros y los apuntes, él sufre con el aburrimiento y el silencio. Le han prohibido los audífonos porque a la menor provocación se pone a cantar o a moverse al ritmo de la música y, por supuesto, desconcentra a todo el mundo. Y está ahí, fingiendo leer, mientras su mente trata de evadirse.

Ese día, la biblioteca está más concurrida de lo normal. No hace falta decir porque, los exámenes ponen a todos histéricos. Hay chicos de todos los grados y de todos los grupos. Reconoce, unas mesas frente a él, a unos del grupo de al lado. Entre ellos el mariscal de campo del equipo de fútbol de la escuela. Tony lo ve a la distancia. Le da la espalda. Siempre le ha dado curiosidad. Le molesta un poco.

Su nombre es Steve, es un chico guapo, rubio y atlético. Talentoso tanto para el futbol como para el arte, Tony tenía que reconocerle esa clase de genialidad, aunque no fuera muy bueno en física o química. Tenía un club de fans y probablemente sería postulado al año siguiente para presidente del consejo estudiantil. Podría ser el tipo más arrogante de la escuela, pero no era así. Era amable y considerado, tenía sangre justiciera corriendo por sus venas, porque siempre estaba defendiendo a las víctimas de bullying, aunque se llevara una suspensión por noquear a uno de esos abusadores. Seguía las reglas, a pesar de lo contradictorio que pueda sonar habiendo dicho lo anterior, pero era así, era un tipo recto, al que los profesores adoraban por bien portado. Esa rectitud era la que molestaba a Tony, Steve era un poco aguafiestas y un par de veces, lo había regañado e increpado. Obviamente, Tony no se dejaba y le increpaba de vuelta. Había perdido la cuenta de las veces que se habían gritado de todo ya fuera en el patio o en los pasillos.

Y así, aun así, a Tony le gustaba. Era un gusto culposo, uno que nunca admitiría frente a sus amigos. Le daba pena decirlo en voz alta, con la de veces que lo había insultado y remarcado lo mal que le caía. Por esa misma razón, no cabía en sus pensamientos la posibilidad de declararse. Imaginaba la burla en la que se convertiría y no pensaba darle una victoria. Mas eso no le impedía usar la imaginación, nada le impedía sumergirse en el ensueño para cumplir su deseo y vivir en esa realidad alternativa una relación con él.

Había imaginado ya mil veces, mil declaraciones de amor, a veces era él, a veces era Steve quien ponía una rodilla en tierra. A veces, cambiaba los personajes de las películas por ellos y a veces, le dedicaba las canciones más cursis de su playlist. Y a veces, simplemente, dejaba que su imaginación volara hacía terrenos más calurosos... como en esa ocasión.

Steve... su espalda, su espalda ancha, de hombros fuertes, sus brazos marcados. Tony cerró los ojos. Le gustaría mucho ser abrazado por esos brazos, sujetarse a esos hombros mientras las manos de Steve le recorren el cuerpo, esas manos grandes y firmes, que suelen sujetar el balón de fútbol con habilidad pasmosa. Manos hábiles que logran atraparlo, quizás contra una pared, quizás en el pequeño espacio de un baño, o de un almacén. El almacén de la clase de educación física, resulta perfecta. Sí. Su mente lo trasladó hasta ahí. El pequeño almacén repleto de pelotas, cuerdas para saltar, redes y colchonetas. Olía a humedad y suciedad, polvo mezclado con sudor viejo. Podía soportarlo, valía la pena ocultarse ahí para hacer algo prohibido. En su fantasía escogió fumar. No era una actividad que realizara a menudo, solo lo hacía por rebeldía, porque su sabor no le gustaba. Pero ahí estaba, se vio a sí mismo, sentado en una de esas colchonetas medio descosidas. Y tras la primera calada, de los claroscuros de la habitación, un cabello rubio emergió, iluminado por el único rayo de sol que se filtraba por la minúscula y única ventanilla en lo alto de la pared contigua.

Stony series Vol. 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora