25 | El regreso

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Capítulo 26: 17 de noviembre

Capítulo 27 (el último): 20 de noviembre

(estoy triste, no quiero que termine)



25 | El regreso

Maeve

Las siguientes cuarenta y ocho horas son como un borrón en mi memoria.

Ni siquiera soy consciente de cuánto tiempo permanecemos en el taxi ni de cuándo pasamos los controles del aeropuerto. De un momento a otro, Mike y yo ya estamos dentro, con nuestras tarjetas de embarque, esperando para subir al avión. Me refugio dentro de la sudadera de Connor, que, por culpa del humo, ya no huele a él, y maldigo no haberme traído nada de ropa, ni tampoco mi cámara de fotos ni mi ordenador. He salido tan rápido de la casa que lo he dejado todo en mi habitación.

, Mike guarda su mochila en el compartimento superior y se sienta a mi lado. Mi padre nos ha comprado dos pasajes en preferente. Se entretiene ajustando el respaldo del asiento y acepta la bebida que le ofrece la azafata mientras yo continúo en silencio. Solo de pensar en lo que podría encontrarme cuando llegue a Miami, y en Connor, en que me he marchado sin despedirme bien de él, me entran ganas de correr al dichoso baño del avión y vomitar.

Desde que me subí al taxi con él, Mike no me ha hecho preguntas. Al verme tan ida, pone su mano sobre la mía.

—Todo irá bien —me asegura dándome un apretón.

No digo nada. Me limito a retirarla con suavidad.

Me muero por recibir una muestra de cariño, algo de contacto físico que me reconforte. Sin embargo, solo hay una persona de la que lo ansío, y no es Mike. Debería haber abrazado a Connor. Debería haberlo besado y haberle dicho que lo quería y que ojalá pudiera quedarme allí con él para siempre.

¿Cómo habrá reaccionado su familia cuando descubrió que me marché sin despedirme? ¿Y en un momento tan vulnerable además?

Entendería que me odiaran.

Que no quisieran volver a verme.

No puedo pensar en ello sin que me entren ganas de llorar, así que lo hago. En cuanto despegamos, me suelto el cinturón, me acurruco de espaldas a Mike y lloro en silencio durante todo el trayecto. Las azafatas me lanzan alguna mirada preocupada de vez en cuando, y sé que Mike tampoco me quita ojo de encima, pero nadie me dice nada. El primer vuelo dura dos horas y media. Tenemos una escala de dos más en Ámsterdam. Mike me pregunta si quiero comer algo, yo respondo que no tengo hambre. Acaba arrastrándome a la sala VIP del aeropuerto. Nos adueñamos de un sofá, Mike me trae un café y sin probarlo. Cuando lo hago, ya está frío, pero me asalta el pensamiento de que esto sí sabe a café de verdad. Y que creo que echo de menos el de Finlandia.

Los datos móviles no me funcionan aquí. Aunque podría conectarme al wifi del aeropuerto, prefiero no hacerlo. Sé que no voy a recibir ningún mensaje, porque he visto la cara de Connor cuando me he ido. No me escribirá.

Aun así, lo dejo en el brazo del sofá con la pantalla hacia arriba y le lanzo miradas furtivas cada pocos minutos, aunque no tenga conexión, solo por si acaso.

Es un tic nervioso.

Todavía tengo ganas de vomitar.

Esto es una mierda.

El siguiente vuelo es directo a Miami y dura diez horas. Esta vez los asientos son más cómodos, el avión es mucho más grande. Llevo tantas horas despierta que me quedo dormida al poco de despegar. Cuando vuelvo a abrir los ojos, con los párpados pesados, veo por la ventanilla que ya es de noche. Hace un frío de muerte aquí dentro, pero apenas lo he notado, porque Mike me ha tapado con mi manta y con la suya. Está medio dormido a mi lado. Me enfada que intente cuidar de mí, incluso tras la discusión que tuvimos, incluso aunque hayamos roto, incluso con lo mal que me he portado con él. Me hace sentir peor conmigo misma.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora