Capítulo 8

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Observo la destrozada taza de chocolate caliente sobre el suelo, líquidos pegajosos humedecen aquella alfombra negra mientras pedazos blancos y filosos se escabullen por su peluda superficie. Mi mano sangra notoriamente, gotas carmesí comienzan a deslizarse entre los temblorosos dedos, pero apenas percibo dolor. Necesito concentrarme para lograr estabilizar la inestable respiración, llenando ambos pulmones con aire frío en un vano intento de obtener calma. Latidos acelerados, ensordecedores e irregulares, me atraviesan el pecho. Mis piernas no soportan este cruel peso, ceden hacia delante sin piedad. Caigo de rodillas, algunos trozos crujen bajo las entumecidas rótulas.

Otro recuerdo ha surgido.

Tan sádico y vívido como los anteriores.

Sabía que pensar demasiado traería consecuencias fatales: durante dos días consecutivos solo he analizado cada maldito suceso repetidas veces cual obsesiva compulsión, encerrado aquí, oculto. Era lo mejor, al menos eso había creído. Requería aislarme con innegable urgencia, escapar de aquellos pensamientos y emociones traicioneras. Patrick, extrañamente, ni siquiera apareció para mostrar su disgusto porque decidí faltar a clases. Tal vez temía quedar mal, las redes sociales deben estar repletas de noticias sobre lo ocurrido, nadie vería correcto que un adolescente en supuesta recuperación asistiera al instituto. Tampoco puedo afirmarlo, no quise tocar mi celular (que milagrosamente funciona); sé cómo es el internet, cuán enfermizo se vuelve si halla primicias interesantes, explotables. Dudo que los videos donde salgo vulnerable hayan sido bien recibidos, mucho menos borrados. Pero tenía otro motivo más importante para olvidarme del celular, una persona en particular.

Takara Jones.

Anteayer por la tarde, mientras organizaba sin voluntad alguna los objetos personales ubicados en mi "nueva" habitación (ya la había utilizado meses atrás), ella vino a buscarme. Rebeca habló conmigo primero, dejándola cerca del vestíbulo y pidiéndole que esperara unos minutos. Necesitaba verificar si me encontraba listo para interactuar con alguien, no fue el caso. Mi mejor amiga haría preguntas difíciles de responder, poseería gran preocupación sobre aquellos ojos azulados, estaría triste. ¿Cómo podría enfrentarla sin desmoronarme durante el proceso? ¿Qué diría cuando le contara todo? Rechacé su visita cobardemente, negándome a bajar.

Ha llamado catorce veces desde entonces.

—Maldición... —jadeo adolorido.

Cierto escozor familiar se extiende por mi mano herida, trayendo una vez más los terribles y espantosos recuerdos. Siempre logran aturdirme, no importa cuántas memorias hayan sido reveladas con anterioridad, su impacto sigue allí. Ya conocía qué tan despiadada era mi versión infantil, apenas fue sorprendente ver cómo provoqué cada inseguridad del rubio, pero todavía es devastador entender las consecuencias y secuelas producidas por crecer escuchando insultos humillantes hacia tu propio cuerpo. Para empeorar la oscura situación, no ocurrieron solo burlas malintencionadas, hubo nuevos daños físicos: arruiné su hermoso cabello, disfruté hacerlo. Si bien el terrible hecho por sí mismo es aberrante, hay una parte más perturbadora.

Creí que tenía motivos.

Patrick Evans me había inculcado aquel ferviente odio dirigido a quienes eran homosexuales, nadie podría dudarlo. Desde mis primeros tumultuosos recuerdos hasta nuestra fría actualidad, ha exhibido su irracional rechazo y discriminación libremente, sin embargo no fue la única bestia que provocó mi hostil comportamiento. Rayner Logan contribuyó bastante. El trauma resultó más profundo de lo que imaginaba, terminé relacionando al inocente niño (cuyas "acciones desagradables" eran inofensivas, solo no encajaban en el ridículo concepto de masculinidad impuesto por la sociedad) con un hombre monstruoso. Ya sentía recelo hacia Aaron desde nuestro primer encuentro, sería inútil negarlo, pero se volvió insostenible cuando apareció este supuesto motivo.

Laguna Inestable |BL| ©Where stories live. Discover now