Capítulo 35

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Arden

Me falta el aire, los pulmones no me dan abasto, mis pies ya no me acompañan. Desde que supe que Lebrun podía estar en peligro me lancé a correr. Ni siquiera me quedé a escuchar las razones en las que se basaba Even para decir aquello.

No puedo permitir que el único ser viviente que me quiere más que a sí mismo se vaya de este mundo.
Llego a mi auto y arranco queriendo que el vehículo vuele en vez de tener ruedas. Los minutos que tardo en llegar se me hicieron interminables. Soy más que veloz cruzando la puerta y adentrándome al pasillo de las mil puertas, maldigo al que se le ocurrió hacer tantas habitaciones en esta puta casa.

Por fin logro entrar donde estaba mi lobo y la mesa metálica donde se supone que estaría, está vacía, mismo vacío que siente mi corazón al pensar en la idea de que él ya no esté conmigo. El alma se me achica y los pulmones me aprietan hasta que no me alcanza el aire, necesito cada vez más, pero es como si todo el oxígeno del mundo no me fuera suficiente. No se puede borrar una vida entera con la mascota que lleva siendo tu familia desde que existes.

A lo lejos y mientras intento calmarme escucho un aullido que hace que vuelva a estar bien, mi subconciente intenta convencerme de que cabe la posibilidad de que fuera el otro lobo, pero conozco tan bien al mío, que desde el mismísimo infierno reconocería el tono de su aullido.
Trato por todos los medios de percibir de donde proviene ese sonido que me alimenta el alma. Recorro cada una de las habitaciones de la planta baja sin ningún éxito, pero aún así estoy convencido de que está cerca.
Salgo del laberinto de puertas y alcanzo a ver a los chicos que estaban en sus prácticas caminar en la misma dirección de donde escucho a Lebrun.

El círculo que tiene en su alrededor no me deja ver por qué razón el lobo está tan eufórico. Sigo acercándome, bajo las escaleras que dan al jardín donde están todos reunidos y abro paso para por fin poder abrazar a mi perrito, pero me encuentro con la sorpresa de qué él está abrazando y mimando a alguien más.
Hazel está de rodilla acariciando su cara mientras el lobo lametea sus cachetes.

Qué hermosa está.

Pienso y rápido borro esas ideas.
Me da rabia que no vino ningún día a ver al lobo y el otro de mal agradecido se entregue a sus brazos tan fácil. Ingrato los dos.

Silvo e inmediatamente el lobo me reconoce, con un poco de cuidado se voltea y corre hacia mí, su peso me sobrepasa y me dejo caer sintiendo la mejor sensación del universo.

—¿Cómo estás grandote? —pregunto y con más fuerza me hace sus caricias

En el fondo estoy tan agradecido de que nada malo le pasara. Mi vida no sería lo mismo sin él.
Juego unos minutos más con el enorme lobo y todo queda en silencio cuando Even y Cronos entran en la casa. Todos nos quedamos tiesos incluso Lebrun, esperando que pasará, Cronos corre hacia nosotros y a mí no me da tiempo ni siquiera levantarme del suelo, cuando el gran lobo negro está sobre nosotros.
Se quedan frente a frente, Cronos olfatea a su hermano y enseguida Lebrun se cierne sobre él a jugar. Al igual que dos niños pequeños dan volteretas en la hierba felices de ser los hermanos que siempre fueron.

Cuido de que Lebrun no se lastime la herida que todavía no termina de curarse, él por su parte sigue jugueteando con Cronos.

Los demás se dispersan a sus actividades alegrándose de que los dos estén bien. Me levanto sacudiendo el polvo, por mi lado pasa mi hermano y Hazel cinco minutos más tarde. Enseguida los lobos se dan cuenta de su presencia y como si estuvieran en un cuartel militar, dejan de jugar uno con otro y se colocan en fila detrás de la chica.

Los Lobos de Needville © Where stories live. Discover now