Capítulo 8

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Sangre

Mis manos, mi cara, la ropa, todas manchadas por el líquido rojo que se pega en mi piel.

Harriet

Está cubierta, sus ojos tranquilos, su cuerpo calmado destilando el fluido carmesí que emana de sus manos.

Shelley

Sus ojos reflejan el odio, su cabello intenso brilla en la oscuridad, con el cuerpo inerte ante sus pies.

Por qué la mente nos juega malas pasadas cuando más la necesitamos? Por qué será tan lista que sabe borrar los recuerdos que nos va hacer sufrir?

El cuerpo de Astrid está extendido en el suelo, varias puñaladas perforaron su cuerpo, la sangre se esparció mojando a todo el que estaba alrededor.

Todo fue rápido, certero, no fue Shelley, no fui yo, no fue ningún extraño, fue mi amiga de la infancia, aquella que se escondía debajo de la cama porque le temía a la gente extraña, aquella que de grande llevaba las uñas pintadas de rosa aunque le dijeran ñoña, aquella que hacía pijamadas en mi casa y dormía sujetada a mí después de ver pelis de miedo.

Pero hoy no fue mi amiga, no fue esa niña dulce, hoy su lado oscuro se reveló, cambió su expresión, ya no tiene esos rasgos aniñados, los cambió por unos ojos llenos de odio e ira contra el mundo o contra alguien, realmente no podría decir, no reconozco a la persona que perforó el cuerpo de otra a cuchilladas.

Shelley esparce un líquido sobre el cuerpo de la muchacha tendida en el suelo, de su mochila saca una cajetilla de fósforos escogiendo uno y prendiéndolo, mira detenidamente el fuego, una y otra vez lo observa, sonríe cada vez que la llama se apaga y prende otro

Nos vemos en el infierno Astrid Lindsey

Finalmente lanza el pequeño fuego al cuerpo y este se enciende entre llamaradas rojas que incrementa la carcajada de la pirómana peli roja.

Mi amiga rodea el cuerpo llameante mientras se dirije al auto en el que llegamos, no me mira, no me habla, simplemente sigue de largo como si no existiera.

Después de algunos minutos Shelley deja de venerar el cuerpo ya chamuscado por el fuego, el olor a carne quemada invade mi olfato llegando a ser repulsivo estar tan cerca de él. Por fin nos adentramos en el auto y la clara luz del sol nos acompaña en el regreso a Needville, Harriet permanece en el asiento trasero del auto, Shelley maneja concentrada en la carretera y yo me dedico a observar el paisaje sombrío de hojas caídas y charcos congelados, siento un poco de repulsión por todo lo sucedido, estoy sorprendida pero un poco menos que la primera vez, me duele cada que veo a una persona diferente morir, pero ya no tengo la necesidad de llorar, como si algo en mi se hubiera vuelto insensible ante aquello.

Vamos directo a casa de los Parrish, aquí también parece que nadie durmió, cuando todos tienen cara de trasnochados y las bolsas debajo de sus ojos los delatan. Los hermanos están tranquilos sentados en el sofá, Even está de negro, su abrigo hasta el cuello y el pelo del mismo color le dan ese toque de elegancia que nunca pierde, al contrario de Arden que está de blanco, su camisa desabotonada dejando parte de su pecho descubierto, el pelo como la nieve que se aproxima a caer enmarañado en rizos, ese aire de superioridad y altivez que nunca se va de él.

Shelley se lanza a los brazos de Gibran que está sentado a la orilla de las escaleras distraído con un arma.

Cronos y Lebrun se encaminan hacia mi y tengo que agacharme a acariciarlos al mismo tiempo porque de pie no sería capaz de sostenerlos a ninguno de los dos, sus caricias es lo único genuino que he sentido en mucho tiempo y me permito compartir el cariño verdadero que siento por ellos.

Los Lobos de Needville © Where stories live. Discover now