Dulce o muerte

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—Voy un rato a casa de Kyle. ¿No temes quedarte solo en la noche en que muchos espíritus malignos acechan?

—Claro que no, tengo trece años. No me asusto fácilmente.

—De acuerdo, chico valiente —soltó una risilla—, nos vemos más tarde.

Dugan torció los ojos por el comentario de Darren. En cuanto su hermano mayor se marchó, fue a la cocina a prepararse unos bocadillos, después se acomodó en el sofá, encendió la tele y puso un maratón de películas de terror que transmitía una plataforma de streaming. Mataría el tiempo hasta que llegaran los niños del vecindario a pedir dulces.

La espera fue corta. El timbre sonó, Dugan se levantó con una sonrisa maliciosa, se colocó su máscara de Jason, emocionado por abrir la función. Por la mirilla de la puerta observó a un chiquillo, demasiado joven para pedir dulces sin compañía de un adulto. Mas no se iba a contener en darle un buen susto.

—¿Dulce o truco? —dijo el niño disfrazado de Frankenstein apenas la puerta se abrió.

—Elijo un truco. ¡Booooo! —contestó Dugan, alzando un machete de hule en la mano.

El niño pegó un grito y rompió a llorar.

—No lloriquees, Shaun. —Lo miró irritado—. Es Halloween, ¿qué esperabas?

—¡Eres un imbécil, Dugan! —gritó Liam. Cruzó la acera al rescate de su hermano—. Shaun tiene seis años, es su primera vez pidiendo dulces y tú lo has asustado con tu máscara y ese machete de goma.

—Si ya sabes cómo soy no debiste permitir que tocara el timbre de mi casa. Siempre escojo truco en lugar de dulces.

—Lo perdí de vista un momento, pero aún así lo que hiciste no estuvo bien —siseó con rabia—. Solo espero que alguien te dé el susto de tu vida para que veas lo que se siente. —Agarró la mano de Shaun y se lo llevó a las casas de la otra calle.

—¡Sí, váyanse y no vuelvan! —vociferó enojado. Nadie le iba a arruinar la celebración.

No obstante, la noche avanzó y el timbre no volvió a sonar. Pensó que, tal vez, Liam corrió la voz para que nadie fuera a su casa. De estar en lo correcto, se las iba a pagar.

Entonces, cuando creyó que pasaría el resto de Noche de Brujas sin diversión, las luces parpadearon y el hogar quedó en la absoluta oscuridad. Lejos de asustarse, se maravilló por la inesperada situación. Volteó la vista a la ventana para verificar si el apagón fue general y comprobó que la luz solo se había ido en su casa, el resto del vecindario estaba inalterable. Una música tenebrosa sonaba en la casa vecina, estaba seguro de que si gritaba, nadie lo oiría, o confundirían sus gritos como parte del espectáculo.

Permaneció unos minutos sentado en el sofá, saboreando la sensación de no ver lo que se oculta en las sombras, ese miedo que nace en las entrañas y va creciendo hasta tomar la forma de una mano invisible alrededor de la garganta.

Tres calabazas, con una vela en el interior, lo miraban fijamente desde el alféizar del ventanal, controlando sus silenciosos movimientos. Observó la decoración de su jardín: de todos los adornos que su padre había colocado, los esqueletos lucían un aspecto aún más sobrecogedor por el realismo que proyectaban. Desvió la mirada al reloj digital: faltaba diez minutos para las doce de la noche. Se levantó y agarró una de las calabazas y fue a revisar la caja de fusibles, pero a medio camino se detuvo al escuchar unos golpes en la puerta.

—¿Quién es...? —preguntó con sobresalto.

Diablillos somos, del infierno venimos, pedimos dulces para nuestro camino.

Susurró una voz cavernosa.

A través de la mirilla atisbó a un grupo de seis niños con caretas monstruosas y atuendos de lo más terroríficos, se veían tan reales. Cinco de ellos tenían la misma estatura, el otro era más alto y llevaba un tridente negro en la mano izquierda, de cuya empuñadura sobresalían dos cuernos. Sintió un escalofrío, que se disipó enseguida cuando analizó que podría tratarse de una broma de Liam en venganza por haber asustado a Shaun.

—¿Qué quieren? ¿No tuvieron suficiente?

Diablillos somos, del infierno venimos, pedimos dulces para nuestro camino.

Volvieron a recitar.

Dugan se jactaba de no ser un chico miedoso, pero aquella canción le provocó un hondo estremecimiento.

Se puso la máscara de Jason y empuñó su machete de goma, esos mocosos iban a mojar sus pantalones con el susto que les daría. Sin embargo, las cosas no salieron como las imaginó. Abrió la puerta y la pregunta del chico mayor lo descolocó:

—¿Dulce o muerte?

—Qué tonto eres. Lo has dicho mal, se dice dulce o truco —respondió Dugan con una mueca burlona.

—¿Dulce o muerte? —repitió el chico demonio sin hacer caso a la corrección.

—¿Eres sordo? ¿No escuchaste lo que dije? Se dice...

—¿Dulce o muerte? —insistió y golpeó el piso con su tridente negro—. ¡Dulce o muerte! ¡Dulce o muerte! —Se unieron al coro macabro los demás niños.

—¡Está bien! Elijo... —dudó unos segundos, muerte o truco debía ser lo mismo—. Elijo muerte.

El muchacho agachó la cabeza y sacó de su túnica un libro negro desgastado y con extrañas inscripciones en la cubierta.

—¿Qué es lo que harás? ¿Me vas a contar una historia de ultratumba? Qué miedo, estoy temblando —se carcajeó y sacudió las manos de forma exagerada—. No me matarás de aburrimiento, así que lo que sea que tengas pensado, esfuérzate.

El chico de aspecto demoníaco esbozó una sonrisa que dejó al descubierto una hilera de dientes en punta. Sacó del interior del libro un dulce que tenía la forma de un humano atravesado por un tridente.

—Tú —lo señaló.

—¿Qué? ¿Eso es todo? —dijo decepcionado—. ¿Liam los envió a asustarme y no se les ocurre nada mejor? Fuera de mi casa —demandó. Giró sobre sus talones, pero fue detenido por el tridente, los cuernos se le clavaron en la piel como la mordida de un animal—. ¿Qué demonios...? ¿Qué haces, idiota? —Lo agarró del cuello para quitarle la máscara, mas esta no cedió. Lo intentó de nuevo y el resultado fue el mismo.

—No es posible... —El terror lo paralizó. Ese rostro demoníaco era real.

Las criaturas infernales hicieron un círculo alrededor de él. Saliva escurría de sus bocas deformes, como quien está frente a un apetitoso bocado.

—¡¡Aléjense de mí!! —retrocedió y tropezó con el escalón de la entrada. Cayó a un costado de los arbustos, el horror veló sus ojos cuando su atacante alzó la mano.

El líder de los demonios lo atravesó con el tridente. Los diablillos se abalanzaron sobre él, hambrientos de carne humana. Dugan emitió alaridos desgarradores que se fueron apagando conforme la vida se le iba de las manos. El festín concluyó y los huesos del adolescente quedaron sobre el césped, tan limpios que nadie sospecharía a quien pertenecieron.

Dugan pasó a formar parte de la colección de esqueletos que adornaban el jardín de su casa, mientras que su familia emprendió una búsqueda desesperada, sin saber que lo tenían tan cerca.


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Noches de octubreOù les histoires vivent. Découvrez maintenant