Dulce o muerte

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Diablillos somos, del infierno venimos, pedimos dulces para nuestro camino


Dublín, Irlanda

La estación otoñal había llegado a la localidad de Stoneybatter, y era la primera señal de lo que se avecinaba en el mes más siniestro del año. Calabazas de distintos tamaños y formas, junto a otras figuras sombrías, decoraban los jardines, ventanas y porches de las casas. Los residentes se tomaban muy en serio Halloween y competían entre ellos por tener los arreglos más aterradores.

Los niños de la comunidad eran los más impacientes por la Noche de Brujas, a excepción de Dugan. Mientras los otros anhelaban obtener un gran botín azucarado, a Dugan le resultaba más satisfactorio lo que el truco podría proporcionarle. Le deleitaba ver las expresiones de los niños pequeños cuando elegía truco, ninguno estaba preparado para esa respuesta; no obstante, las travesuras no eran nada creativas.

Dugan era un púber con un fanatismo exagerado hacia todo lo siniestro. Se había visto cientos de películas de miedo sin inmutarse; vislumbrar la desesperación en los ojos de las víctimas ante su fatal destino le causaba un enorme deleite. La idea de protagonizar una película de terror le daba vueltas en la cabeza; él no sería uno de esos personajes que muere a los dos minutos, él sería el sobreviviente que escribe un libro y se vuelve famoso al narrar las aterradoras situaciones vividas.

Días después, la ansiada Noche de Brujas arribó como la invitada más esperada de un evento, arrastrando su larga cola de oscuridad y muerte.

—¡Dugan, Darren! Ya nos vamos —avisó la madre—. Regresaremos en la madrugada. No se metan en problemas en nuestra ausencia. —Al no obtener respuesta se acercó a la escalera y exclamó—: ¡¡Dugan, Darren!! ¿Escucharon lo que dije?

—Sí, mamá —contestó Darren desde su alcoba—. Tú y papá pueden ir tranquilos a su reunión.

—¿Dugan?

—Ya te oí, mamá —respondió él—. Me portaré bien, lo prometo.

La madre asintió no muy convencida, su hijo menor era bastante travieso.

—Los chicos estarán bien —la tranquilizó su esposo—. Volveremos dentro de unas horas, ¿qué puede pasar en tan poco tiempo? Nada.

—Tienes razón. Me estoy preocupando sin motivo.

La pareja subió al auto. La madre dio una última mirada a la casa y pensó en que debía dejar de ser tan sobreprotectora con sus hijos.

Sin embargo, al día siguiente se recriminaría, en intensos sollozos, si hubiera sido más observadora, si hubiera hecho caso a su instinto maternal, habría evitado aquel horrible desenlace.

El tiempo transcurrió y Darren, cansado de jugar videojuegos, decidió ir a la casa de un amigo. Bajó al primer piso y encontró a su hermano acostado en uno de los sofás de la sala.

Noches de octubreWhere stories live. Discover now