—Bien visto —dijo al mismo tiempo que Laureen Losette terminaba de despertarse de una vez.

Parecía estar distraída, porque lo primero que hizo fue hablar en inglés de nuevo:

—¿Qué ha pasado? ¿Ya hemos llegado? — Hablaba mucho menos francés desde el ataque de la mantícora. Casi echaba un poco de menos el idioma y la tranquilidad de mi vida antes de descubrir que no era una niña normal con una familia extrañamente peculiar.

—Aves del Estínfalo. 7 kilómetos. —Papá no dijo nada más. Supongo que no hacía falta, porque mamá lo entendió a la perfección. Sobre todo cuando un agujero se abrió en el techo por encima de su cabeza.

Abrí la boca sorprendida a la vez que mamá soltaba un improperio en francés. No sé si sabía eso, desde luego recordaría más adelante que eran capaces de aquello.

—¡La radio! —Mamá volvió en sí muy rápido. Papá tardó unos segundos en entender lo que quería decir mi madre. Dos agujeros más aparecieron en el techo. Eso hizo que fuera mamá quien buscó darle sentido a sus palabras.

Se puso a juguetear con los controles de la radio. Solo paró de cambiar la cadena cuando encontró una de música. A pesar de ser una persona que odiaba los sonidos fuertes, subió el volumen al máximo y nos obligó a abrir las ventanas. Por un momento, las aves se alejaron.

Ella siguió buscando algo en el bolso. Papá le gritaba algo, pero me era imposible escucharlo por encima de la música. Los oídos empezaron a pitarme por culpa de los decibelios y, en lugar de llevar mis manos al collar y a la pulsera, intenté taparme las orejas con las manos. Sería imposible amortiguar de forma real la música, pero era lo mejor que podía hacer.

Papá frenó de repente. Mamá se bajó al momento corriendo hacia el maletero. Entendí que hacía bastante pronto. Ellos me habían contado que el campamento estaba en una colina. La colina en cuestión debía ser la que estaba frente a mí en esos momentos. El coche no pasaría.

Otro ruido alto apareció. Mamá llevaba en la mano un radiocasete con música excesivamente estridente por culpa de algún golpe antiguo. La radio se apagó de golpe. Papá había quitado las llaves. Suspiró antes de hablar:

—Tendrá que valer. —Se giró hacia mí con una sonrisa tranquilizadora tensa. Olía a bosque, un olor muy parecido al del jardín de nuestra casa—. Coge tu macuto. Tenemos que correr.

Querían llegar, no enfrentarse a las aves. Tal vez no sabían cómo acabar con ellas y solo podían espantarlas. No estaba segura, pero cumplí con sus órdenes con rapidez después de bajarme del coche.

Ese día vi por primera vez la entrada al Campamento Mestizo. Siempre me había sentido calmada cuando estaba rodeada de bosques frondosos. Había algo de ellos que me hacía sentir segura, así que no tardé en pensar que aquella colina sería igual para mí. Probablemente esa fue la primera razón para que no tuviese problema en comenzar a correr cuesta arriba seguida de cerca por mis padres.

Las copas de los árboles impedían que los pájaros nos atacasen, aunque con la música no creo que muchos se hubieran acercado. Todo era muy verde, demostrando que estábamos en plena primavera. Casi era divertido.

El radiocasete se apagó de repente. Mi madre no conseguía encenderlo y me di cuenta muy pronto de que podía descartar la diversión. Me preparé para sacar mis armas, pero mamá me detuvo.

—Evangeline Losette, sigue corriendo hasta llegar al campamento. Busca a Quirón, te está esperando.

Yo quería quedarme, de verdad quería ayudarles. Pero de repente mi fuerza de voluntad era nula y me encontré a mí misma corriendo sin que ellos me siguieran. Laureen Losette había utilizado en mí eso en lo que me había entrenado. La frustración se apoderó de mí. Más cuando un ave que todavía debía estar por ahí bajó en picado hacia mí y me arañó la cara con sus garras.

La hija de Apolo (La Princesa del Olimpo 1)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt