Capítulo 4

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Santa fe, 2017

No pude esperar a que mi remera de mangas largas se secara y me la puse mojada. No quería que mi familia se diera cuenta de los moretones que tenía en mi cuerpo. La última vez que vine con un ojo violeta se preocuparon, pero después se molestaron conmigo porque pensaron que me había peleado con un pibe. No me había peleado con ninguno, pero no se los dije.

Estaba teniendo muchas discusiones con mi novia este último tiempo y eso me hacía sentir mal porque no quería que estemos así. La amaba, pero no me gustaba cuando se enojaba porque me terminaba lastimando y no solo físicamente. Intenté ocultar todo de mis amigos y mi familia, pero uno se dio cuenta desde el principio, desde que ella me dio la primera cachetada. Irónicamente, fue Victorio. Él era dos años mayor que yo por lo que no nos veíamos mucho, pero éramos amigos. Nos habíamos conocido porque él trabaja en la librería donde compraba mis cuadernos, libretas, y cosas para dibujar. Desde el primer momento me cayó bien, era un buen chabón y me enseño muchas que me abrieron la cabeza.

Toro, como solían llamarlo a Victorio, estaba metiendo en bolsas las hojas de carpeta cuando me miro y vio la marca de una mano en mi mejilla. Inmediatamente me pregunto quién me pego y aunque quise tirar una excusa me insistió tanto que le conté la verdad. Catalina, mi novia, se había puesto celosa porque me vio hablando con otra mina. Pensó que me estaba chamuyando cuando solo le estaba diciendo donde estaba el baño. Le explique a Cata la situación, pero no me creyó y entonces me tiro la primera cachetada de muchas.

Catalina se quedó en shock al darse cuenta de lo que hizo y también yo. Nunca habría esperado que me pegara. Ella me pidió perdón, me dijo que me creía y se puso a llorar. Yo la perdone porque estaba arrepentida. Cuando le conté a Toro lo que paso me dijo que ella no tenía por qué tocarme y le conteste que no quiso hacerlo, que al pensar que la engañaba era normal. Esa última palabra hizo que me diera un largo discurso de que no lo era y que una mujer no le puede pegar a un hombre como un hombre no le puede pegar a una mujer.

Entre a la librería un poco tímido. Toro me sonrió y se acercó a saludarme con un abrazo. Note que se había cortado el pelo y que se había dejado su color natural, castaño claro. Llevaba su típica camiseta de San Lorenzo y un collar de perlas que le sacaba todo lo bandido. Al principio me pareció raro que usara ese collar, pero entendí que solo era un collar, aunque algunos lo boludeaban por usarlo. A Toro no le importaba a que lo hicieran porque era de su abuela que hace un año había fallecido y ella le enseño que los demás se tienen que adaptar a él, no el a los demás. Una frase en la que pensaba para desconstruirme.

—¿Cómo estas, morocho? —le sonreí cuando nos separamos.

—Bien, acá trabajando. Hace mucho no te veo, Iván.

—Me duro mucho ese bloc de hojas más de lo que pensé.

—¿Venís a buscar otro bloc?

—Sí, y unos lápices de colores, por favor.

—Nada que ver, pero ¿puede ser que tu remera esta mojada?

Tragué saliva. No pensé que se diera cuenta, pero debía ser por el abrazo.

—Seguro cayeron algunas gotas de mi pelo. Me salí de bañar hace como una hora.

Toro me miro con los ojos entrecerrados. Se acercó a mí, me tomo del brazo y subió la manga sin darme tiempo de reaccionar.

—¿Esa mina te volvió a tocar, Iván?

—Cata no quiso hacerlo.

—Estas todo marcado. No te lastimo una vez.

—No quiso hacerlo —repetí en voz baja.

—Si mi novio me lastimara como lo hace esa mina con vos sabes la denuncia que le pongo.

—No la puedo denunciar.

Los hombres no denunciaban a las mujeres por violencia.

—¿Por qué no?

—La policía se reiría de mí, además ella me pidió perdón.

—No se tiene porque reír de vos, boludo. Están para tomarte la denuncia, y no podes aceptar sus disculpas después de que te llora. Te está manipulando.

—Sabes cómo es la justicia, y no me está manipulando.

—¿Iván, hace cuento te está pasando esto?

—Hace unos meses ella cambió, pero sigue siendo la mina de la que me enamoré. Estoy seguro.

—Me parece que te enamoraste de alguien que no existe.

—Un bloc de hojas de hojas, por favor, y unos lápices de colores —le dije al escuchar como entraba una familia.

Toro negó con la cabeza para traerme lo que le pedí. Me fui a la caja a esperarlo y mire algunas lapiceras coloridas y con diferentes formas, una me llamo la atención, era una especie de pingüino con un corazón en sus aletas.

—Acá esta —dijo, dándome la bolsa.

Le di plata y estaba a punto de irme cuando me agarro del brazo.

—Espera, te quería invitar a que vengas conmigo a lo de Luciani.

—¿Qué yo te acompañe a lo de Luciani Martino?

—Tiene un torneo de equitación y me invito, pero no quiero estar solo ante tanto lujo. Me abruma que sea tan cheto.

—Bueno, dale, pero me suena a que va a ser re aburrido.

—Sí, lo es, en especial porque él va a perder.

—Con un novio como vos para que enemigos.

—No es que no le tenga fe, pero siempre gana el mismo chico. Encima no lo viste, es re lindo. No le digas a mi novio que dije eso.

—No, no le digo —me reí.

—El pibe es rubio, ojos verdes, alto y la típica belleza europea. Creo que su familia es alemana.

—¿Siempre gana? Debe ser re bueno el chabón.

—Sí, y también lo está. No sabes la sonrisa hermosa que tiene.

—Fua, ¿te enamoraste?

—No, no es mi tipo.

—¿Es un cheto insoportable?

—No lo digo por eso, y no, no es insoportable.

—¿Y si me cruzo a uno de esos? Se nota de lejos que no soy cheto.

—Te prometo que no me alejo de vos.

Si estaba Martino dudaba que se quedara conmigo, pero acepté porque él estuvo para mí un sábado a la madrugada cuando no quise volver a mi casa porque tenía la cabeza sangrando. Catalina me había pegado con un fierro, pero fue un accidente. Ella no quiso hacerlo.

Margaritas entre Hortensias ; Iván Buhajeruk, SpreenWhere stories live. Discover now