Capítulo 43: desiciones que cambian la vida

Start from the beginning
                                    

Mordí mi labio y me quedé mirando fijamente la pintura.

— ¿Nadie nunca te lo dijo?—siguió diciendo.

Negué con la cabeza.

—No, hace años que no voy a pintura. Antes, solía pintar por mi cuenta, sola. Y cuando iba era demasiado chica como para recordar lo que me decían.

Asintió con la cabeza, pensativa. Hoy, su cabello blanco estaba recogido en un moño alto, deshecho.

—Bueno, te lo digo yo ahora—frunció el ceño y sus arrugas, ya presentes por la edad, se marcaron más—. ¿Qué carrera estas estudiando? Siempre me olvido.

—Dirección de cine.

—Vaya—Abrió los ojos—. Y dime, ¿te gusta?

¿Que si me gustaba? Claro. Tenía solo las asignaturas básicas comunes a todos los de primer año y alguna que otra especialización, como la que compartía con Cameron. Pero todavía seguía cuestionándome mi decisión sobre la carrera. Si es que había sido una buena elección o había estado perdiendo el tiempo.

—Sí, pero...—Me quedé callada, sin saber muy bien qué decir.

—No te fascina—terminó de decir por mí.

—Creo que no. No lo sé...Yo—tomé aire—. Me cuesta pensar en si estudiar eso fue lo mejor, o si mi camino es otro. Pintar me encanta, pero nunca consideré hacerlo de manera profesional.

Asintió, con sus grandes ojos mirándome con atención y un poco de nostalgia.

—Mira, Atenea. Si hay algo que aprendí, es que nunca es tarde. ¿Sabes de qué me gradué antes de trabajar como profesora de arte y de dedicarme completamente a esto?—Negué con la cabeza. —Bueno, soy contadora.

Mi boca no llegó al piso porque no me daba el ángulo. Sino, se hubiese estrellado contra ella.

— ¿Contadora?—Repetí, asombrada.

Dorothy era la maestra más artística y relajada que jamás haya tenido. Su estilo no seguía ningún patrón y siempre estaba desalineada. Un contador me lo imaginaba serio y con reglas muy estrictas, y números que saldar.

—Sí, lo sé. Es extraño. Pero en aquella época, estaba fascinada por los números. Sigo estándolo, de alguna manera. Solo que ahora los uso de una manera más creativa—me explicó—. A lo que voy con esto, es que nunca es tarde. Recién a los veintiocho años me di cuenta de que ser contadora no era lo que quería, y mírame ahora: soy feliz con lo que hago—sonrió y acomodó sus gafas—. Dejé esa carrera atrás y seguí adelante, haciendo lo que me gusta. Tú deberías hacer lo mismo. Además, eres jovencísima. Tienes mucho tiempo para averiguar qué es lo que te apasiona.

En ese momento, mi admiración por ella creció. No solo era una maestra brillante, sino que también era una increíble persona.

Reí con su último comentario y suspiré.

—Gracias, Dorothy. Pero, ¿y si me equivoco? ¿Y si desperdicié todos estos años?

La carrera la había empezado prácticamente recién, pero pintaba desde que era muy chica, y si ese era realmente mi camino, pude haberme esforzado más, ir a más clases y experimentar de otras maneras, investigar mi arte de una manera más profunda.

Esa incertidumbre la tenía tan en el fondo de mí que no sabía cómo la había sacado al exterior. No me gustaba tener dudas, me gustaban las certezas. Y cuando las dudas aparecían, me incomodaban y me hacían tambalear por una cuerda floja.

Era débil ante las dudas.

Dorothy me miró con un cariño que no lo había visto antes.

—Jovencita, el tiempo no es un desperdicio. Todo lo que has vivido hasta hoy te enseñó cosas que quizás otro camino no lo habría hecho. Estoy segura de que cada etapa tiene sus frutos, y tú puedes aun tener los tuyos—. Miró adelante mío a donde unos chicos no paraban de reírse—. Solo recuerda no correr. La vida no es una carrera.—Me sonrió y se dio la vuelta para ir a silenciar a esos chicos.

Miradas cruzadasWhere stories live. Discover now