Capítulo 11

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Mientras el sol se alzaba a lo alto, iluminando los campos en derredor, una fría e insidiosa oscuridad invadía cada rincón de la casa. Mezcla de angustia, rabia e impotencia colmaba por completo el ambiente con una intensidad tal que ni siquiera Ezequiel era capaz de aligerar. Tal vez se debía a que gran parte de esas emociones le pertenecían también. Su hermano querido, ese que se había autoproclamado a sí mismo su guardián y protector a pesar de ser el menor de ellos, acababa de dejarlos, y el dolor era demasiado desgarrador para contenerlo.

Rafael no lograba entenderlo. Había utilizado todo su poder para salvarlo y aun así había fallado. ¿De qué carajo le servía haber cambiado y obtenido la divinidad si esta no bastaba para ayudar a quienes en verdad lo merecían? Jeremías era digno. ¡Siempre lo había sido! Se había enfrentado a su propio padre y luchado contra los de su clase con el único propósito de salvaguardar a los humanos de la influencia maligna, teniendo que lidiar, incluso, con su propia oscuridad para conseguirlo. ¿Esta era su recompensa? ¡No! Se trataba más bien de un castigo injusto y sin sentido.

Exhaló de golpe al sentir los brazos de Luna envolviéndolo desde atrás. Pese a la profunda tristeza que embargaba su alma, el calor de su mujer lo reconfortó como nada más podía hacerlo. Desde que sus caminos se cruzaron, tiempo atrás, y el destino decidió unirlos por fin, ella se había vuelto su motor, su ancla, su fuerza, y en ese momento, la necesitaba más que nunca. La culpa lo hundía en un mar de pesar y lágrimas sin esperanza. Su presencia era una balsa en medio del naufragio.

—Estoy acá —le susurró al oído a través del nudo que se había formado en su garganta.

Verlo así la destruía. Su ángel, ese maravilloso ser que la había rescatado de un lugar horrible y le había devuelto la vida, estaba sufriendo y podía sentir su dolor como propio. Por otro lado, si bien la relación con su cuñado no era tan cercana como la que este compartía con Alma, lo quería mucho. Había alcanzado a ver debajo de su fachada fría y feroz al increíble, protector y leal demonio que amaba incondicionalmente a su familia y los ponía siempre en primer lugar. Su pérdida la lastimaba también y no estaba segura de que pudieran superarla alguna vez.

Intentando consolarlo y transmitirle una calma que en verdad no sentía, deslizó las manos con suavidad a lo largo de sus brazos. Pese al sudor, estaba helado y lo sintió estremecerse ante su contacto. Con el corazón roto por la angustia que podía percibir en él, continuó acariciándolo hasta alcanzar las suyas y entrelazó los dedos de ambos. Intentó hacer que se levantara. Tal vez, si se acercaba un poco más al fuego podría entrar en calor más rápido. Sin embargo, él no se movió. Era evidente que no quería separarse de su hermano todavía.

Pero entonces, las palmas del sanador comenzaron a chispear y al instante, una brillante luz dorada brotó de ellas con ardiente intensidad. Sorprendido por la repentina manifestación del poder de sanación, potenciado sin duda por el contacto de Luna, llevó las manos unidas hasta el cuerpo de Jeremías y las apoyó sobre su pecho. El resplandor aumentó aún más, si acaso eso era posible, volviéndose casi enceguecedor, y el calor de pronto le quemó la piel. No obstante, no podría importarle menos.

—¡Dios mío! —exclamó Ezequiel, conmocionado, cuando una imponente y familiar energía lo golpeó con fuerza.

El silencio con el que se había topado antes se llenó de repente con música, dispersando de inmediato la oscuridad reinante. Un latido, enérgico y vital, resonó con determinación a la vez que sus emociones se alzaron en un impetuoso torbellino de actividad. Temor, impotencia, furia, todo revuelto en un manojo confuso de sensaciones que, por un momento, le arrebató el aliento. Otro latido... Entereza, fuerza, tenacidad. Las lágrimas brotaron de sus ojos de nuevo, pero esta vez de felicidad. ¡Era un maldito milagro!

Su ángel caídoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon