Capítulo 8

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El calor de sus labios la desarmó por completo. Él ya no actuaba con la delicadeza que había empleado hasta hacía unos momentos; por el contrario, arrasaba su boca con sorprendente pasión. Su lengua acarició la de ella con ferviente anhelo al tiempo que sus manos abandonaron su rostro para recorrerle la espalda. Gimió al sentir que la apretaba más contra él tras un gruñido de hambre que le permitió ver lo mucho que la deseaba. ¡Dios querido, este hombre era puro fuego!

Incapaz de resistirse, lo dejó hacer. Nunca había experimentado nada parecido en su vida. Jamás un beso le había generado tanto y estaba ansiosa por descubrir qué más tenía para darle. Solo pensar en cómo se sentiría cuando finalmente la hiciera suya le provocaba un violento hormigueo en todo su cuerpo, en especial entre sus piernas donde su centro ardía por la anticipación de lo que sucedería a continuación. Lo único de lo que estaba segura era que estando con él anhelaba más, mucho más. ¡Lo deseaba todo!

Jeremías intentaba contener la cruda pasión que ella despertaba en su interior. Sabía que las cosas podían ponerse demasiado intensas en cuestión de segundos si se dejaba llevar por sus emociones y no quería lastimarla cuando su lujuria se saliera de control. Notaba lo rápido que estaba alcanzando el límite y eso lo asustó un poco. No recordaba haberse sentido así alguna vez. Gaia lo atraía como nadie más lo había hecho antes y avivaba un deseo que ni siquiera imaginaba que fuese posible.

Sin poder detenerse, dejó que sus manos la exploraran libremente, vagando por su cuerpo hasta alcanzar su cadera. Entonces, la apretó con firmeza, enterrando los dedos en su carne con crudo anhelo. Ella gimió contra sus labios y el sonido reverberó en su columna, electrificando cada nervio a su paso. Sus músculos se tensaron ante la deliciosa descarga que experimentó en la ingle y, extasiado, profundizó aún más el beso. ¡Mierda, apenas empezaba y ya estaba al borde del precipicio!

Con gran esfuerzo, se apartó lo suficiente para poder mirarla. Su respiración, al igual que la propia, se encontraba acelerada, su boca levemente abierta y sus ojos, vidriosos por la excitación. Sin apartar la mirada de estos, llevó una mano de regreso a su mejilla y le acarició el labio inferior con el pulgar. Contuvo un gemido cuando la sintió temblar bajo su toque. Era preciosa y la deseaba más de lo que necesitaba respirar. Sin embargo, tenía que asegurarse de que ella quisiera lo mismo.

Gaia abrió los ojos, perdida por completo en las sensaciones que él le provocaba tan solo con estar cerca. Notó cautela en los suyos y por un momento temió que se detuviera. Ardía de necesidad por él, por sus caricias y besos. Había soñado con este momento desde que podía recordar y no iba a permitir que se echara atrás justo ahora. Sin saber muy bien qué hacer, le sostuvo la mirada, determinada a mostrarle el fuego que la consumía por dentro.

—Dios, sos tan hermosa... —susurró con voz ronca—. Si seguimos con esto, no creo que pueda detenerme después, cielo. Yo...

Ella colocó un dedo sobre sus labios para hacerlo callar.

—Quiero esto, Jeremías —aseveró en un tembloroso susurro—. Por favor no pares o voy a volverme loca. Necesito sentirte dentro de...

Pero antes de que pudiera terminar la frase, él ya estaba de nuevo sobre sus labios, empujando con su lengua para adentrarse en su boca y devorarla con ansia.

Oírla decir lo mucho que también lo deseaba había derribado todas sus defensas, llevándolo en un instante al límite de la cordura. Se moría por hacerla suya, por descubrir cada centímetro de su suave piel y cobijarse en su interior hasta que los cuerpos de ambos se fusionaran por completo, así como ya lo habían hecho sus almas. Ansiaba probar su sabor, llenarse de su olor mientras la sentía deshacerse entre sus brazos y no iba a esperar un segundo más.

Su ángel caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora